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domingo, 24 de abril de 2016

Algarabía. Acertijo. Mentidero.

Por fin estaba en Madrid. Se había independizado, dejado su hogar. Su pequeño pueblo callado y tranquilo. Su tradicional mercado y esa tienda de chocolates en la que trabajaba. Quién sabe si algún día volvería, pero por ahora deseaba vivir la algarabía de la ciudad. Verse rodeada del continuo tránsito de personas que van y vienen, el alboroto de la calle, los exhibicionistas de la Plaza Mayor o de la Puerta del Sol; los colores y altos edificios de Gran Vía; el grandioso Palacio Real rodeado de sus jardines. Quería vivir la marcha nocturna famosa de los Madriles. Pero lo que más deseaba era formar parte de uno de los mentideros que se escondían en la ciudad, quería pertenecer a uno en especial, pues según le habían contado a parte de hablar de los chismorreos y noticias del día a día, al final de la reunión abrían un debate de los sueños, de los deseos, del inconsciente y la realidad. Según tenía entendido, era un lugar donde los artistas eran bienvenidos, escritores, pintores, escultores, actores, músicos, ilustradores… Ahí quería ir, de eso necesitaba hablar para intentar sentirse libre y dejar de ocultarse.

Vivían en una época dictatorial en la que debían seguir los patrones que les obligaban, nada de salirse de la norma, nada de soñar ni imaginar, nada de ir por la calle vagabundeando con un libro de cuentos en las manos. Prohibido. Debías atenerte a la regla y caminar por la calle rápido, sabiendo a donde ibas, teniendo una tarea definida. Trabajar y más trabajar para poder ganar unas míseras pesetas y para luego gastártelas en la fiesta de la ciudad, en ese lugar donde ahogar las penas y a la mañana siguiente no recordar; eso sí estaba permitido.

Llevaba varios años ahorrando para poder marcharse y ahora se encontraba entre sus cuatro pequeñas paredes alquiladas. Necesitaba un escondite, un lugar en el que guardar sus pinceles y los pocos colores que tenía.  Tras una semana de asentamiento y búsqueda de empleo (sin suerte). Decidió que era hora de buscar ese mentidero con el que tanto tiempo llevaba soñando conocer. Según le habían dicho, estaba en la Calle León, dentro del barrio de las Letras del que según cuentan, fue uno de los primeros mentideros, pues ya en el Siglo de Oro, los actores y representantes se reunían allí para intercambiar información y charlar.

Pasó por la calle Atocha, y siguió hasta la altura de Antón Martín. Eran alrededor de las ocho menos diez, aun tenía unos minutos más para encontrarlo antes de que la puerta se cerrara. Una vez en la calle adecuada fue mirando con detalle, buscaba algún tipo de señal que le pudiese indicar cuál era la puerta, cuando de repente vio una pequeña marca pintada en el suelo, una estrella. Agarrando su valor entre los dedos de su mano llamó a la puerta, tres suaves toquecitos, pues no sabía si en realidad tendrían un código para entrar o algo por el estilo. Espero un rato y cuando iba a volver a llamar una mirilla de abrió dejando ver dos grandes ojos verdes que la miraron de arriba abajo. Cuando ella fue a abrir la boca para presentarse la persona guardiana de la puerta le dijo: “Un prisionero está encerrado en una celda que tiene dos puertas, una conduce a la muerte y la otra a la libertad. Cada puerta está custodiada por un vigilante, el prisionero sabe que uno de ellos siempre dice la verdad, y el otro siempre miente. Para elegir la puerta por la que pasara solo puede hacer una pregunta a uno solo de los vigilantes. ¿Cómo puede salvarse?”

Al principio ella se quedo sin saber qué hacer. “Cómo no lo había pensado antes, la manera de entrar era solucionando un acertijo…” Se dijo para sus adentros “y si lo adivino, si le hago la pregunta correcta él me abrirá la puerta que es lo mismo que esa puerta de libertad del que el acertijo habla, porque si fallo… me quedaré fuera… lo que se simboliza con la conducción hacia la muerte… la muerte del alma…”

Se quedó un rato pensando, evadiendo esos ojos verdes que la observaban, cual reloj de hojalata y a cada pestañeo el tic-tac, resonaba en sus adentros. No podía malgastar sus palabras. Una sola pregunta. “Tiene que ser una pregunta con la que obtuviese la respuesta correcta independientemente de a cuál de los dos vigilantes le preguntase. Y no podía ser una pregunta cuya respuesta fuese sí o no…” siguió meditando. Y tras unos segundos más de dilación acabó diciendo; “¿Sí yo le pregunto al otro guardián por qué puerta tengo que salir que me respondería?" Y tras decirlo cerró los ojos, pues temía que esa no fuese la respuesta correcta. Pero de repente oyó como un cerrojo se abría y una puerta chirriaba al abrirse a la vez que esa voz de los ojos verdes le daba la bienvenida.

Tímidamente entró y el hombre le dijo “no temas, no mordemos sigue todo recto, comenzaremos en un momento”. Y eso es lo que hizo, siguió recto y al final del pasillo entro en un cuarto, un paraíso pintado. Había paredes llenas de cuadros, estanterías con cientos de libros, plumas, manuscritos, lienzos, instrumentos musicales… Había unas seis personas ahí dentro que la saludaron y se interesaron por ella. Cuando estaban todos reunidos ella se presentó, les contó su historia, sus sueños, su arte. Una de las personas que la escuchaba se había levantado mientras ella hablaba y cuando terminó de contar le acercó un par de pinceles y una paleta llena de colores. “Ahora, libérate” le dijo a la vez que le señalaba un blanco lienzo que le esperaba.

Ella sonrió y con gran agradecimiento tomo los utensilios que le daban. Y por primera vez en mucho tiempo. Se sintió como en casa.

Un par de días más tarde acabó encontrando trabajo. En una chocolatería, una bastante reconocida. Eso le ayudaría a pagar el alquiler de su pequeña habitación, ofreciéndole así más tiempo de estancia en esa ciudad. También esa semana, el martes en concreto, que eran los días de reunión en el mentidero, trasladó sus tesoros escondidos allí, a ese lugar en el que podía ser ella misma sin necesidad de aparentar. Cada semana iba al mentidero a pasar las horas hablando de filosofía, de lo esencial de la vida, a la vez que dejaba su mano guiarse por el pincel que se movía libremente, trazando líneas de color, expresando sus sentimientos.

Tras un par de meses acabó su primera obra, unos meses en los que por ahora habían sido los más felices de su vida. Una vida en la que ella marcaba su camino guiada siempre por sus sueños.
Dedicado a Vicky Oliva, aquí tienes tu cuento.

1 comentario:

  1. Querida Sonia, te agradezco un montón este cuento tan hermoso. Me ha hecho soñar!! Un abrazo enorme, Vicky Oliva

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