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martes, 31 de mayo de 2016

Madre. Valentía. Amor.

Un día una mujer me contó una cosa, un secreto que cambió en cierto modo mi punto de vista de una parte muy importante de mi vida. Y eso, es lo que te voy a contar ahora yo a ti. No te preocupes. Siéntate y escucha.

"Salía yo del médico, algo conmocionada por las recientes noticias que me habían dado. Enfrente del ambulatorio había un parque abarrotado de niños. Aun así me acerqué y me senté en un banco que ya estaba ocupado por una madre que contemplaba cómo sus hijos se divertían jugando. En un principio no podría decir cuantos niños tenía, pero si pude contar todos los trastos, juguetes y mochilas que la rodeaban; eran demasiados. Bueno a decir verdad, en esos momentos tampoco me importó ni le presté mucha atención. Yo estaba demasiado sumida en mis divagaciones, ideas que me oprimían el cerebro apenas dejando espacio alguno entre ellas, lo que hacía que no pudiese pensar con fluidez sensata.

Los primeros diez minutos fueron de silencio absoluto, solo voces lejanas de risas infantiles me llegaban en oleadas de vez en cuando, las oía como si estuviesen en otra dimensión.

- ¿Qué? ¿Qué te han dado la noticia de que estás embarazada y no te lo esperabas eh? No estabas preparada para que ese momento llegase. – dijo la mujer que se sentaba a mi lado de repente, sacándome así de mi ensimismamiento.

- ¿Co-cómo lo sabes? – le dije algo titubeante.

- ¡Ay hija! No eres la primera que se sienta en este banco con la mirada perdida y agarrándose sin darse cuenta la tripa.

En esos momentos miré hacia abajo, como bien había dicho mi mano izquierda reposaba sobre mi tripa con la palma abierta, como si estuviese sujetando algo muy valioso. Esa imagen de mi mano me hizo tener un escalofrío y la quité rápidamente. La mujer de rio.

- No te preocupes, todas acabamos pasando por lo mismo. Convertirse en madre no es algo fácil. El concienciarse de que dentro de tu cuerpo se está creando un ser humano es algo complicado de digerir y más cuando no te habías preparado mentalmente para ello.

- ¿Tú cuantos hijos tienes? – Me atreví a preguntar.

- ¿Yo? Cinco. Pero créeme que la primera vez que me quedé preñada y me lo dijeron, se me quedó la misma cara de tonta que tienes tú ahora. De hecho me vine a sentar a este mismo banco, en el mismo lugar en el que estás tu ahora. Puede que por eso me guste estar aquí, para ver las reacciones de las madres que serán, de los sentimientos a flor de piel, de la inseguridad acompañada de la felicidad.
Bueno si, pero cada persona que se sienta aquí tiene una vida diferente, unas circunstancias que posiblemente no se semejen en nada y unas obligaciones y responsabilidades distintas. – le dije empezándome a sentir algo enfadada con esa mujer que se estaba entrometiendo en mi vida deliberadamente y encima decía que tenía cara de tonta.

Es una decisión difícil, lo sé y como bien dices no se nada de ti, ni de las otras muchachas que veces antes han aposentado su culo a mi lado. No se si tienes pareja o la dejas de tener; si tienes curro o te acaban de echar; si estás metida en las drogas o sales de fiesta todos los días hasta la madrugada. Da igual como tu vida discurra en estos momentos y a mi no me importa. Pero si te diré una cosa, cuando eres madre todos esos miedos y esas irresponsabilidades desaparecen. Sin saber cómo una gran fuerza se va apoderando de ti, poco a poco comienzas a desarrollar una valentía que antes lucía por su ausencia y durante esos 9 meses de espera,  ese niño o niña va creciendo dentro de ti, te va robando tu belleza, tu energía, hasta el calcio que tienes en tus dientes; pero a la vez, te va infundiendo un amor que crece con cada latido de su corazón. Y cuando menos te lo esperas, lo tienes en las manos y lo miras con amor, un amor que sólo el brillo de tus ojos es capaz de reflejar."

Las palabras de la mujer se quedaron clavadas en mi cabeza. No volvimos a intercambiar ninguna palabra pues ella sabía que en esos momentos yo necesitaba mi tiempo para organizar mis ideas.


Ahora que han pasado los años puedo decir, que sus sabias palabras me ayudaron a decidir, y hoy por hoy a ti te tengo aquí. Y cuando llegase este día, quería poder transmitírtelas. No tengas miedo hija, pues pronto descubrirás que el amor que te evoca el bebe que dentro de ti crece, te hace ser valiente.
Para Emilia,
esa madre llena de valentía.

domingo, 29 de mayo de 2016

Inspiración. Informal. Contraste.

Un pincel seco en la mano, delante un bastidor blanco y al lado de este, una mesa con pinturas de colores y una paleta con rastros de pinturas resecas, ni una mísera de color reciente en ella. Un suspiro alargado se dispersa por el ambiente. Llaman a la puerta. “¿Quién será? ¿La inspiración? Por que en estos momentos es la única bienvenida en esta habitación.” Piensa a la vez que se dirige hacia la puerta lentamente aun con el pincel en la mano.

Abre. Como sospechaba, no era la inspiración la que llamaba sino la inoportunidad hecha persona. Al verle lo único que puede hacer es apuntarle con ese pincel que sostiene a la vez que entorna los ojos  y frunce el ceño a modo de desaprobación. Sobran las palabras.

- ¡Vamos mujer! Llevamos semanas sin vernos, es viernes y te tengo que contar novedades – se escusa a la vez que entra libremente por la puerta – además, te he traído tu vino favorito.

Ella aun sostiene la puerta cuando él ya se encuentra en la cocina en busca de esas dos copas de cristal que le gusta usar. Comienza a servirse sin preguntar. Ella sin fuerzas de rechistar deja caer la puerta y al ir hacia la cocina deja el pincel al lado de las pinturas.

- Bonito cuadro – dice irónico al pasar por delante del blanco lienzo para sentarse en el sofá – venga, no me digas que llevas toda la semana sin salir de casa, parada delante de ese trozo de tela y sin mojar ni siquiera la punta de tu pincel; cómo si lo viera.

- No yo… - comenzó a decir ella tratando de excusarse. Sinceramente había momentos en los que realmente le odiaba por creerse tan sabio de la vida ajena, en concreto la suya, aunque normalmente siempre acertaba y era eso lo que más le molestaba o quizá lo que más le gustaba.

- No intentes colármela, que nos conocemos y por las pintas que tienes y el aspecto de tu casa… diría que llevas aquí, cinco o seis días encerrada – continua él – tienes que salir, buscar el contraste, reenfocar tu mirada, dejarte llevar por la brisa, no presionarte en la obra final, sino en los colores que te inspiren el momento adecuado. La inspiración no llamará a tu puerta sino que te pillará desprevenida, cuando menos te los esperes y de manera informal una nueva idea se formará en tu cabeza y estallará como un orgasmo en su punto culmine. Pasea por la calle, visita algún museo que te guste, siéntate en una terraza a disfrutar de un café mientras observas la vida pasar. Quedándote aquí encerrada lo único que consigues es que tu mente sienta la claustrofobia de las cuatro paredes, que no pueda respirar y cada vez se vuelva más opaca hasta que acabe por cegarte completamente. Una ceguera blanca, blanca como el lienzo vacío que te obstaculiza la mirada.

Mientras le escuchaba, luchaba por que sus lágrimas siguiesen escondidas tras sus párpados, porque sabía que una vez que saliesen, no habría nadie que las contuviese. Para disimular, cogió su copa de vino y dio un largo trago. No podía dejar de pensar en que ahora que estaba tan cerca de conseguir su sueño, de ser una artista de verdad, su mente se había quedado en blanco y no conseguía procesar ni una buena idea que poder pintar. En realidad se alegraba de que el pesado de su amigo hubiese llamado a la puerta, de alguna manera tenía que romper ese pensamiento unidireccional que no le estaba llevando a ninguna parte.

- Tal vez tengas razón – consiguió verbalizar – pero no hablemos ahora de eso y disfrutemos de este buen vino que has traído. Y mañana con la resaca que tendré me obligaré a salir de casa un rato para que me de un poco el aire.

Así pues, continuaron bebiendo hasta emborracharse. Fue una entretenida velada entre cotilleos del mundo artístico y memorias de momentos que merece la pena no olvidar porque siempre que los recuerdas lo mínimo que hacen es sacarte una sonrisa.
Y como era de esperar, al día siguiente se le pegaron las sábanas más de lo que le hubiese gustado. Ni siquiera conseguía recordar a qué hora salió su amigo por esa misma puerta que horas antes había entrado con una botella de vino llena. Una botella que ahora relucía vacía e la encimera de la cocina.

Decidió comenzar el día con un buen café. Después ya se encargaría de recoger. Abrió la ventana de par en par mientras oía el café subir en el fuego. El sol arrasó en la habitación con la compañía de una suave brisa. “No se puede negar que hace un día espectacular para dar un paseo por la calle” piensa. Ni siquiera le ha dado tiempo a hacer la cama cuando escuchar el agudo pitido de la cafetera avisándole de que ya ha terminado su trabajo.

Una hora más tarde ya esta preparada para salir por la puerta. “¡Las llaves!” piensa alarmada a la vez que empieza a buscarlas por todo su apartamento. “Menos mal que me he acordado esta vez, sino el cerrajero no se que me va hacer.” Tras buscarlas un rato, se queda parada en medio del salón intentando pensar dónde podían estar. Fija la mirada en ese blanco bastidor. Y como si de un imán se tratase, sus enrevesados pensamientos sobre qué pintar la obligan a plantearse el si debería salir a dar ese paseo en lugar de quedarse a trabajar, o por lo menos intentarlo una vez más. Se acerca al lienzo hasta quedar a un palmo de distancia. Mira el pincel “¡Ah! Aquí están las llaves” dice a la vez que las coge de entre las pinturas de colores; ahí donde las dejo cinco días atrás. “Tal vez esto sea una señal diciéndome que es hora de salir de casa.”

Sin pensárselo más  sale a la calle y comienza a caminar despacio, disfrutando de cada paso, dejando que la suave brisa se enrede entre su pelo con el sol haciéndole cosquillas en las mejillas. Decide ir a tomar su segundo café a su cafetería favorita acompañado de un croissant. Se sienta en la terraza y como su amigo le propuso, se dedica a ver la vida pasar, las distintas personas que vienen y van, las circunstancias inesperadas, los sentimientos expresados, las miradas ajenas. Observó durante largo rato esa vida que corre por las agujas del reloj, dando vueltas sin prestar atención a los pequeños detalles que se encuentran alrededor. Y lo mejor de todo, es que en esos momentos en los que era observadora, su cabeza no pensaba en más allá que en inventar historias que explicasen los comportamientos de aquellas personas.

Cuando terminó decidió bajar a pasear a la orilla del Sena. Al ser un día tan soleado la gente había salido a la calle como lagartijas. Cualquier otro día, se hubiese quejado de la abundancia, pero ahora, no era el caso, no le molestaban lo más mínimo, ella iba a su propio ritmo.

Al pasar cerca de la catedral de Notre Dame, decidió pararse un rato, sentarse en un banco y observar su grandeza, su pureza, esas gárgolas tan famosas que la protegen. “¿Y si fuesen reales?” se pregunta.

Continua, siguiente parada: uno de sus barrios favoritos, Montmartre. El mercado callejero, el ruido, la música y el ambiente tan Ameliense le encantan. Aprovecha a mirar algunos DCs de música, se entretiene viendo como lo artistas de la plaza hacen los retratos de los turistas, y más divertido aun, las caricaturas.
De repente, nubes negras se interponen entre el sol y ella, nubes negras cargadas de rabia, truenos y lluvia. Un lluvia que empieza a caer deliberadamente rompiendo la armonía de la plaza de Monmatre. Todo el mundo huye en busca de un refugio. Los cuadros que se estaban pintando están triste por la retirada de su modelo y lloran pintura que resbala por el lienzo. Por unos momentos ella no sabe que hacer, se queda parada, observando esa avalancha de gente que corre a la desesperada. Luego, camina tranquila hacia un restaurante. Es hora de comer algo. Se sienta en una mesa pegada a una de las ventanas. Desde ahí puede ver como las gotas siguen salpicando el asfalto sin demora.

Tras hora y media, las nubes deciden marchar. Poco a poco van dejando pequeños huecos azules. Y el brillante sol aprovecha para volver a relucir entre  esos pequeños agujeros entre las nubes. Justo en esos momentos, ella estaba tomado el postre y al ver que dejaba de llover decidió continuar con su paseo antes de que el viento se arrepintiese y volviese a soplar las nubes hacia ella.

Al salir el olor a vida le golpea la cara, un olor a agua pura, un olor de calle mojada. Le encanta. Camina hasta llegar a la basílica del Sagrado Corazón. Y para su sorpresa, no solo se encuentra con la presumida basílica, sino que también aparece un gigantesco e impresionante arcoíris que cruza todo el cielo de Paris. Y ahí estaba la magia de la madre tierra. Estupefacta se queda mirándolo, imaginando que ella misma podría escalarlo llegar al otro lado y tal vez, allí estuviese su inspiración esperándola.

Decide volver a casa. A la vuelta, va pensando en ese día tan particular ¿se habría encontrado un poco más a si misma? Llega a casa y directa se va a la ducha. “Hoy me voy a dar un baño” se dice decidida  para darle un final perfecto a su día. Enciende el agua caliente y echa una de esas sales de baño perfumadas acompañadas de gel de color morado. Mientras deja que la bañera se llene vuelve al salón y mira su vacío bastidor. Niega con la cabeza. Se acerca y lo cubre con la manta de su sillón. Vuelve al baño y se sumerge en las profundidades de su bañera. Comienza a jugar con la espuma y las burbujas. Le encanta hacer pompas de jabón con los dedos de sus manos. “¡Son tan mágicas las pompas de jabón!”. De repente, mirándolas flotar una bomba de ideas explota en su mente, como bien dijo su amigo, siente el punto culmine de un orgasmo. El placer máximo de ver los cuadros pasar por su visión como si fuesen pompas de jabón. Siempre habían estado ahí, solo tenía que mirar a su alrededor y ahí podría encontrar la informalidad de la ilustración, el contraste de su obsesión ,la inspiración disfrazada de cotidianidad.

Solo he de añadir, que esa día no se fue directa a dormir sino que pasó toda la noche soñando con un pincel mojado de color en la mano y un lienzo lleno de pinceladas que hacían que esos sueños se convirtiesen en ideas plasmadas.
Para Coral, buscadora de la inspiración.


domingo, 22 de mayo de 2016

Mari. Hijos. Nietos.


Se encontraba en una nube, como si nada de lo que estuviese pasando a su alrededor pudiese materializarse en la realidad. Las personas que hablaban le parecían voces lejanas. Sudores fríos le caían por el cuello, respiraba sobresaltadamente, a trompicones. Caminaba sin caminar; como si sus pies estuviesen programados por una máquina y le hicieran moverse sin pensarlo; eso y que ahí estaba Mari tirándole del brazo. Ella siempre estaba ahí, firme, junto a él. Aunque en esos momentos todo parecía lejano. A veces rápidos flashes de la realidad aparecían frente a sus ojos. Un pitido al cruzar un arco; ya estaban en el control; y al pasar él, había saltado la alarma, algo metálico que llevase camuflado. Le pidieron que se apartase hacia un lado, que abriese los brazos y las piernas. Todo parecía muy surreal. El obedeció sin rechistar. Todo en orden; podía continuar.

Ahora sí que sí, estaban dentro del aeropuerto. Quien le iba a decir que le acabarían convenciendo.  Pero una fuerza mayor le había hecho decidirse. Sus hijos y nietos les estaban esperando ahí donde iban. Un lugar demasiado lejano para ir en coche o en cualquier otro transporte que no fuese el avión. ¿El nombre del lugar? ni siquiera lo sabía, no se acordaba, no le importaba. Lo único que se le pasaba por la mente eran las caras de esas personas que allí aguardaban su llegada. “Todo irá bien” le habían dicho una y otra vez. Según caminaba por los pasillos interminables podía sentir la voz de Mari, seguramente le estuviese diciendo palabras tranquilizadoras o quizá le estuviese contando lo emocionada que estaba de que por fin volasen en avión; pero él, nada de eso oía, simplemente el sentir su voz le hacia sentirse parcialmente a salvo. Cruzaron la zona de las tiendas, locales llamativos llenos de luces y purpurina, amables empleados que constantemente te ofrecen perfumes, chocolates o un nuevo licor. Ni siquiera nada de eso llamó su atención, eso sí, por esa zona pasaron más despacio de lo que a él le hubiese gustado ya que Mari quería inspeccionar más a fondo el lugar y probar alguna de esas muestras que les ofrecían, aunque al final para su gusto fueron demasiado deprisa, por lo que ninguno de los dos se quedó satisfecho con su paseo.

Tras un rato de andar de un lado a otro, consiguen encontrar la puerta de salida. Han llegado con mucho tiempo, por lo que buscan donde sentarse y de alguna forma hacer más amena la espera. Mari intenta mantener alguna conversación con su marido, pero este está demasiado preocupado con lo que vendrá, piensa en el pánico que le dará volar, las posibles e incontrolables turbulencias… Escucha el lento tic tac de su reloj de muñeca como si el tiempo se estuviese ralentizando solo para que su agonía pueda durar mas tiempo. Necesita ir al baño, echarse agua en la cara para intentar despejar esas atroces ideas que le reconcomen la mente. “Tal vez haya una ventana en el baño por la que pueda escapar” piensa de manera cinematográfica.

- Necesito ir al baño, ¿sabes donde está? – pregunta atropelladamente.

- No, pero ahí hay un cartel que te señala donde están los servicios, hay una flecha a la izquierda ¿la ves?. Pero espera, voy contigo, no vaya a ser que te pierdas o intentes huir a la desesperada – le contesta Mari con una risa nerviosa, pues sabia que su broma de escapar podía llegar a hacerse realidad.

- No, mejor quédate aquí con las maletas y los abrigos. No tardo. – Y dicho esto se va en busca de los baños.

Decide que para llegar a ellos tiene que concentrarse en los baños, no pensar en nada más, no dejar que su mente se diverge y se nuble con esa bruma que no le deja ver. Sigue las direcciones de los carteles. Efectivamente, no estaban nada lejos. Suerte la suya. Al acercarse ve una larga fila de mujeres a espera de entrar. El baño de los hombres luce vacío. Doble suerte. Se acerca al lavabo, abre el agua y para su desilusión, no es agua fría, sino caliente ¿Por qué todos los grifos tienen agua caliente? Otra desventaja más a añadir en su lista de porque no le gusta volar. Aun así se moja la cara. Decide meterse en un baño; no porque no le guste usar los meaderos de fuera, que le da igual, sino porque en esos momentos necesita un poco de privacidad. Entra, baja la tapa y se sienta en el wáter, cierra los ojos; respira hondo. Vuelve a concentrarse en la imagen de sus hijos y sus nietos. “Va por vosotros” se dice para sus adentros. Tras evacuar su vejiga, sale del baño. Esta vez se concentra en desandar el camino andado, y mas vale que lo recuerde pues no sabe cual era el número de la puerta de embarque. Por suerte, siempre ha tenido buena orientación por lo que llega a donde estaban mas o menos con suma facilidad. Ya ve a Mari, está de pie, haciendo aspavientos con una manos, diciéndole que se de prisa. Al verla hacer esa señal se da cuenta que el resto de pasajeros ya se han puesto de pie. Aun queda un rato para que abran puertas “¿Qué consigue la gente con tanta prisa, a parte de estar de pie esperando? Vaya afición de llegar el primero a todos lados tenemos.” Piensa con razón.

Ahí están. La gente ya comienza a pasar. Comprobación de billetes y pasaporte. Continúe avanzando. Y ese tic tac del reloj comienza a dar vueltas muy deprisa, al ritmo de las palpitaciones de su corazón. Los pasajeros comienzan a pasar al avión. Los azafatos les dan la bienvenida con una sonrisa de maniquí. Y una vez más miran tu billete a la vez que te recuerdan cual es tu asiento. No les ha tocado ventanilla. No pasa nada, de todas formas, él no la quería. Prefiere estar al lado del pasillo por si acaso tiene que salir corriendo. Estúpida razón psicológica, pues aunque quisiera correr, una vez que el avión esté en marcha no iba a poder ir muy lejos.

Ya está sentado, con el cinturón abrochado. Se marea al ver a la gente estresada pasar, buscando de manera desesperada un hueco en el maletero para poder encajar su maleta. Gritos, disputas por los asientos, emoción, niños llorando y azafatas metiendo prisa de forma educada. Finalmente se cierran las puertas. El piloto les da la bienvenida. Un par de azafatas les explican con demostraciones practicas las medidas de seguridad en caso de que hubiese algún problema o  tuviesen que realizar un aterrizaje forzoso. Cosa que no le ayuda nada a mantener la calma, el sudor le empapa la camiseta. Un sabor amargo le sube por la garganta. Tan sólo quiere gritar y salir de ahí lo antes posible. El avión comienza a moverse, se dirige a la pista de despegue. El respira agitadamente.

De repente una mano le agarra la suya con firmeza. Una mano que le devuelve los pies a la tierra. Como siempre, Mari está ahí, junto a él. La mira, ella no necesita de las palabras para transmitirle calma. Mari, sus hijos, sus nietos; todo lo haría por ellos.

- Ya estamos volando, estamos a  salvo – le dice Mari en un susurro.

El mira a su alrededor “¿Estamos volando? Ni siquiera me he dado cuenta del despegue.” Piensa para sus adentros. Aun sigue un poco en tensión, pero rápido se da cuenta de que no hay nada de que preocuparse. El avión se mueve menos que cualquier coche o uno de esos grandes autobuses que él mismo conduce. Ahora todo es calma, no hay voces, ni gritos de niños. Cada uno va sentado charlando con el de al lado, leyendo un libro, escuchando música o intentando dormir. “¿Tanto miedo para esto?” y sin pensar más sus parpados le comienzan a pesar. Se siente agotado de haber sostenido tanta tensión infundada, tanta preocupación inventada. Y aun agarrado a la mano de su mujer se queda dormido. Duerme profundamente hasta casi el final del trayecto. Abre los ojos. Mari sigue a su lado, está tranquila, disfrutando de un libro.

- Todos teníais razón, se pasa peor pensándolo que pasándolo – dice meditativo.

A la hora del aterrizaje sus manos se vuelven a enlazar. Aunque esta vez, no hay nada de que preocuparse. 
Para Alberto,
espero que algún día
puedas disfrutar de un vuelo.

sábado, 21 de mayo de 2016

Sol. Lavanda. Agua.

Desde pequeña le había gustado estar rodeada de la naturaleza. Pasar dentro de casa el menor tiempo posible. Salir, darle los buenos días al sol y pasear con la larga yerba del campo rozándole los tobillos e impregnándole del fresco rocío de la mañana. Había un sitio en particular que le gustaba más que nada en el mundo, su lugar especial; un pequeño lago rodeado de árboles, flores y libélulas de colores. Si podía, iba allí todos los días, aunque fuese un ratito antes de la cena o la comida. Cada día recorría el mismo camino que la dirigía hacia el lago, había otro más corto, pero a ella le gustaba cruzar los morados y aromados campos de lavanda; su flor favorita. Se llevaba su cesta al hombro para recolectar las mejores flores y después llevarlas a casa, lo que hacia que a parte de ella, su casa, también oliese a lavanda. Había días que antes de llegar al lago, se tumbaba sobre las flores y se rebozaba en sus olores, dando vueltas y riéndole a la vida, bajo ese sol radiante que la iluminaba. Eso sí, los días que llovía, era días apagados, se quedaba en casa, pegada a la ventana esperando que esa triste nube se fuese a otro sitio del mundo a llorar.
Un día que el agua del lago estaba más cristalina que nunca la niña se puso de rodillas y se inclinó a mirar si veía algún sapo nadando y lo que vio en realidad, le hizo dar un salto hacia atrás. Volvió a acercarse para comprobar que lo que había visto había sido real y no estaba soñando. Lo hizo despacio y cuando se acercó volvió a ver aun con más claridad a una niña que le miraba desde dentro del agua. Una bonita niña con flores de lavanda decorando su bello cabello.

- Hola – le dijo la niña del lago.

- Hola- le respondió ella algo titubeante

Y desde ese momento, se creó una amistad irrompible. La niña del lago salió del agua y se sentó en la orilla. Hablaron durante horas, rieron e intercambiaron opiniones. Se dieron cuenta, de que tenían infinidad de cosas en común.

- ¿Quieres venir a mi casa a cenar? – le preguntó la niña cuando se dio cuenta de que la hora de la cena se le había echado encima.

- No hoy no, pero no te preocupes, un día iré y así conoceré a tu familia. – le respondió la niña del lago con medio cuerpo ya metido dentro en el agua.

- Vale, les caerás genial, hoy les voy a contar todo sobre ti. Conocerás a mi madre, mi padre, mi abuela y mi ratón roedor. – le dijo entusiasmada – bueno, me voy, que como llegue muy tarde se van a preocupar.

Se despidieron con un hasta mañana, pues ya habían quedado para el día siguiente a la misma hora. Cuando ya se estaba alejando la niña se dio la vuelta.

- ¿Cómo te llamas? – le grito.

- ¡Lavanda! – le respondió. Cosa que a la niña no le sorprendió.

Cuando llegó a su casa le contó a su familia todo lo que le había pasado y les dijo que su amiga, pronto vendría a casa a cenar o merendar y así la podrían conocer y les caerá genial.

Cada momento que podían las dos niñas se veían hasta que llego el día en que no se separaban para nada. Prácticamente vivían juntas. Los padres al principio se interesaron en la nueva amiga de su hija, pues no solía tener muchos amigos que jugasen con ella. Le hacían preguntas sobre ella y le siguieron el juego durante mucho tiempo, pero a medida que los años iban pasando, se iban preocupando cada vez más. En el colegio pasó mas o menos lo mismo, según fue creciendo los niños de su clase se reían de ella y le decían que no tenia ya edad para tener un amigo invisible. Con lo que ella se enfadaba mucho pues sabía que su amiga podía ser todo menos invisible. Un día estaba tan cabreada que acabó pegando a un niño que se reía de ella y le decía que era una niña rara y que como nadie quería jugar con ella se tenia que inventar amigos imaginarios. Sus padres tuvieron que ir al colegio a hablar con su profesor y la directora. En el colegio les recomendaron que tal vez podría tener alguna sesión con la psicóloga de la escuela que le ayudase a pasar por esa fase infantil en el que nos imaginamos seres que nos acompañan. Y también les prometieron que hablarían con los niños de la clase para que la dejasen en paz y que entendiesen que cada uno podría creer en lo que quisiera.

Ese día sus padre no le dijeron nada sobre la idea de intentar olvidar a Lavanda o probar a ir al Psicólogo. Ya la vieron sentirse suficientemente mal por haber pegado a ese niño burlón. Aunque por otra parte pensaban que se lo merecía ya que nunca le dejaba en paz. Esa tarde estuvo muy callada durante la comida, y por la tarde se fue al lago, por su camino de siempre, esta vez, sin recolectar flores, ni tirarse un rato sobre el campo de lavanda a mirar el cielo azul. Fue directa al pequeño lago mientras discretas lágrimas salían de sus ojos y se precipitaban por sus mejillas. Su mejor amiga, también lloraba, igual que ella. Habían decidido idear un plan para que el mundo les dejase un paz.

Esa tarde, decidieron que a partir de ese momento, le diría a la gente que se había dado cuenta que su amiga era imaginaria y que nadie a parte de ella la podía ver; aunque en realidad no pensase nada de eso y supiese que su amiga era de carne y hueso. Decidieron que a menos que estuviesen solas, no se hablarían la una a la otra. Y en vez de ir al colegio, Lavanda se quedaría en su lago, esperándola, como hicieron aquellos primeros y lejanos días en los que se estaban conociendo.

Al llegar a casa se sentó a hablar con sus padres. Pues creía que ellos también debían formar parte de esa mentira planeada para que al menos se dejasen de preocupar por ella. Los padres  la observaban asombrados; no imaginaban que tras el incidente en el colegio su hija fuese a abrir los ojos y ver la realidad. Por lo que decidieron olvidarse del psicólogo por el momento.

Y así fueron pasando los meses. Los niños del colegio al no  verla hablar mas sola, y tras la conversación que había tenido el profesor con ellos; la dejaron en paz. Incluso de vez en cuando intercambiaban alguna palabra con ella. La niña por otro lado, se enorgullecía de que su plan estuviese dando resultado. Se sentía triste por que los demás no quisieran ser amigos de Lavanda e hiciesen como si ni la viesen. Pero por otro lado se alegraba de que ahora fuese ella también la que pasase desapercibida y pudiese disfrutar tranquila de la amistad de su mejor amiga.

Justo antes de acabar el curso, una nueva niña llegó al colegio y al pueblo donde vivían. Se mudaban desde la gran ciudad. Era muy tímida y le daba algo de miedo eso de entrar en un colegio nuevo. Dio la coincidencia que el primer día que entró en clase, el compañero que se solía sentar al lado de la niña no había ido al cole por lo que el profesor le sugirió a la nueva que ocupase ese sitio por el momento. Ambas se presentaron y se tiraron toda la clase hablando en susurros. Por primera vez desde que había entrado en el colegio, la niña, tenía una amiga.

Ese día al llegar al lago la niña le contó muy emocionada a Lavanda, todo sobre su nueva amiga. Y ella le pidió conocerla pero la niña le dijo que no creía que fuese buena idea porque era arriesgar ese plan que tan bien había estado funcionando durante todos esos meses. Y por primera vez desde que se conocían, discutieron y se enfadaron. Aunque al rato se les pasó.

- No te preocupes, que aunque tenga una nueva amiga, nunca me voy a olvidar de ti. Y como siempre, cada día, vendré a verte. Y los fines de semana te vendrás a escondidas a mi casa. – le dijo a Lavanda antes de irse.

El tiempo siguió su curso, y es verdad que nunca se olvidó de Lavanda, pues siempre que podía iba a visitarla; pero esas visitas se fueron distanciando cada vez más en el tiempo. Ambas fueron creciendo. Lavanda seguía tan bella como siempre, viviendo en su lago. Y ella tan bella como Lavanda, seguía con su vida hacia delante. Pronto se iría del pueblo a la gran ciudad para poder estudiar en la Universidad. Y esa nueva amiga que ya llevaba tantos años a su lado, se iría con ella, pues daba la casualidad de que ambas querían estudiar lo mismo.

El día de la despedida fue doloroso. Pero ella le prometió a Lavanda que cada vez que volviese al pueblo a ver su familia, iría a visitarla a ella también. Se dieron un último abrazo y Lavanda le dio una de sus flores de lavanda del pelo para que se la pusiera.

- ¿Es que nunca vas a dejar de traer el pelo lleno de lavandas? – le dijo su madre cuando llegó a casa.


Y al tocarse el pelo, notó que no sólo tenia una flor en el pelo, sino que lo tenía lleno. Debía ser de cuando había estado tumbada en el campo de lavandas. Se acercó al espejo y se miró. Lo tenia justo igual que como se lo había visto a su amiga del lago ese día. Y en ese momento se preguntó “¿Acaso Lavanda es un reflejo de mi misma?” Pero esa fugaz idea se la quitó rápidamente de la cabeza “Qué tontería, Lavanda es tan real como la vida misma.” Y sin más ella, continuó con los preparativos de su nueva vida.

Eso si, por muchos años que pasasen, siempre que volvía al pueblo y hacia sol recorría ese camino por el campo de lavandas hasta llegar al lago de agua cristalina para saludar a su mejor amiga.
Para Cristina;
tal vez un día encuentres a Lavanda.

sábado, 14 de mayo de 2016

Risa. Empatía. Inefable.

- Siempre dicen eso de que los superhéroes no existen… Yo tengo ciertas dudas sobre eso. Sí, no me mires así. No estoy delirando, sinceramente lo creo. A ver, no me malinterpretes, no son superhéroes estilo Superman, Batman, Wonderwoman o Spiderman… No sobrevuelan los cielos con un traje apretado y llamando la atención. No buscan admiración. Y posiblemente algunos de ellos ni siquiera sepan que tienen poderes. Yo hablo de ciudadanos de la calle, personas sin más, humanos de naturalidad… humana. Creo que no me estoy explicando bien… o por lo menos eso me dice la expresión de tu cara. Veamos… se trata de personas inefables. Ya se que nadie es perfecto; y ni siquiera ellos lo son, pero son personas que te hablan con el corazón. La mayoría de las veces somos nosotros las que nos acercamos a ellas, es como si fueran imanes que imantan a aquellos que están en problemas. Y otras veces, son ellos los que te encuentran. Me refiero a buenos oyentes, entendedores del conocimiento humano, conocedores del arte de escuchar. Se ponen en tu piel, profundizan en tus sentimientos hasta el punto de que te llegan a entender. Y lo mejor de todo es, que no te dan la espalda, aun sin que ellos quieran; van a estar a tu lado sin darse cuenta. También he de añadir, que como todos los superhéroes, ellos tienen sus debilidades, y es que debe ser costoso sentir constantemente las emociones de las personas de tu alrededor, sinceramente, debe ser agotador. ¿Pero por qué te entra la risa? Yo creo que esto es algo serio, no es para tomárselo como un cuento. Y menos aun una comedia. Aunque mira, ahora que veo que no puedes parar de reír, he de añadir que la risa, es otro de esos grandes poderes que digo, y suele complementar a estos superhéroes de los que hablo. ¡Qué poder contagioso tiene la risa! ¿Alguna vez te habías fijado? Entre los niños corre como las lagartijas. En el momento que uno se ría, todos explotan en una sonora carcajada. Y también pasa con algunos adultos, sólo que ellos aprendieron a controlar la situación y deciden cual es el momento en el que pueden abrir la caja de la animación, dependiendo del momento y de su entorno situacional. Una lástima la verdad, pues creo que la risa nunca debería ser frenada, tapada o muda. Da igual que te encuentres en una iglesia o en el funeral de tu tía Teresa. Si hay risa, es que una cosa buena pasa. Así que ¿Qué mejor cosa que dejarla volar desperdigando su epidemia por los seres que están en el mismo lugar? En fin, como iba diciendo, estos seres superpoderosos de los que hablo, tienen una visión especial, qué ve más allá de lo que nuestros ojos ven y suelen leer a las personas con suma rapidez. Déjame que te susurre esto, y presta atención: tal vez en esta sala, en este mismo momento, sentado muy cerca nuestra, haya un superhéroe. Y ahora que lo pienso, da igual que te hable bajito, porque seguramente nos esté escuchando, nos esté leyendo y sintiendo. ¿Te gustaría saber cual es este superpoder del que te hablo? Pero no se lo digas a nadie por el momento, o el mundo no podría vivir con ello, haría preguntas sin parar y se organizaría una búsqueda y captura de estos superhéroes. Los querrían analizar, investigar y extraer la esencia de su poder. Los usarían para el propio beneficio del gobierno y la sociedad, les tendrían encerrados y esclavizados sin pensar en las consecuencias que traería el no tenerlos en libertad, en la calle, ayudando a todas esas personas de a pie que necesitan una mano amiga que les ayude a resolver los problemas que ante ellos se interpongan. Bueno, creo que ya estás preparado para escucharlo. El gran poder humano es… la em..

De repente se abre una de las puertas que dan a la sala de espera. Una mujer de bata blanca se asoma a la sala con mirada inquisidora, preguntándose cual de todas esas personas sería su siguiente paciente.

- Siguiente por favor – dice la doctora.

- Uy, el siguiente soy yo. Recuerda, es un secreto shhh…– le dice él a su compañero de asiento a la vez que se lleva un dedo a los labios rogándole silencio.

Y así es como desaparece por la puerta del consultorio. El resto de pacientes que esperaban en la sala, se quedaron callados, anonadados ante la palabrería de su nuevo “amigo”. Durante unos minutos un silencio pesado se apoderó de ellos. Todos pensaban en cual sería ese poder del que ese hombre hablaba.

- Ahora me quedo con la duda de que poder sería – dijo el adolescente que había estado sentado junto a él escuchando su largo monologo sin sentido.

- Bueno, tampoco creo yo que haya que hacerle mucho caso a las deliranzas que te contaba. – dijo una mujer mayor sentada unos asientos a la derecha de él.

- Y sino cuando salga, le podrás preguntar. – le un hombre sentado frente a él que leía un periódico.

- Sí… supongo. – Contestó el muchacho.

Pero en realidad todos se quedaron con las ganas de saberlo, incluso la señora mayor que había dado a entender que no le interesaba ninguna de sus palabras. Todos estuvieron pendientes y a la espera de que esa puerta se volviese a abrir. Pero la verdad es que el tiempo siguió pasando, las manillas del reloj girando y la puerta nunca se volvió a abrir durante el rato que ellos estuvieron allí.

El muchacho se fue a su casa, pensando intrigado qué habría pasado con ese hombre desconocido, hablador de historias sin sentido. Pero sobre todo, se quedó pensando en esa palabra que no llegó a oír, esa palabra que se quedó a medias de ser pronunciada. Y es que en cierto modo, el creía en la historia que contaba de ese viejo loco.

Un par de meses más tarde oyó en las noticias que un hombre sin sentido había escrito en letras bien grades la palabra ‘Empatía’ en un muro de la ciudad. Al irse, había dejado olvidada su escalera. En ese momento el muchacho supo que se trataba de el mismo hombre que le había estado dando la charla en la sala del médico y que empatía era el poder del que había estado hablando. Ese día, al salir del trabajo decidió acercarse al sitio en el que estaba el muro de la empatía. Y lo contempló durante largo rato. Y en ese momento, supo que estaba de acuerdo con que en nuestro mundo había superhéroes de carne y hueso.
Y tú ¿qué poder tienes?

Tal vez los superhéroes no estén solo en lo libros, cómics y películas de ficción. Tal vez nos rodeen o puede que tú mismo seas uno de ellos. Tal vez lo extraordinario no esté en el exterior sino en ti mismo, en la magia de tu interior.
Dedicado a Nayara,
una de esas superheroinas que pasea por las calles.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Música. Amor. Vida.

Esto era una niña pegada a una trompa. No vayáis a pensar que siempre estaba pegada a ella, pues más de una vez se la dejaba por ahí perdida, esa loca cabeza de hojalata. Sin darse cuenta se entretenía a hablar con las musarañas, se paraba a coger flores de colores o se pasaba las horas haciendo aviones de papel en los que escondían mensajes ocultos para aquellos que los encontrasen. Y de repente, cuando salía de su ensimismamiento se daba cuenta de su olvido y salía corriendo “¡Mi trompa!” gritaba y ya no la veías en todo día.

Tenía una forma de andar particular, tal vez fuese por el peso de su trompa, siempre cargada a la espalda; una sonrisa personal y una forma de hablar alocada, pues nunca sabías por donde te iba a salir o que sería lo que en esos momentos se le estaría pasando por su cabeza que haría que saliese disparado por su boca, como si el resto del  mundo hubiese estado oyendo la conversación que dentro de su cabeza se estaba discurriendo. Era una defensora del mundo, lloraba cada vez que oía como un caracol había sido aplastado por la horrible zapatilla de un ciudadano; alzaba las manos pintadas en defensa de los derechos humanos; iba recolectando cualquier perro que se encontrase abandonado; y ayudando a toda persona que lo necesitase, pues para ella todo tenía solución. Defendía que con amor, todo se hacía mejor. Y ella, amaba la vida. Se trataba sin lugar a dudas, de una luchadora de la naturaleza humana, una creyente de la Madre Tierra.

Y siempre iba, pegada a su trompa. Una trompa mágica, una trompa que tocaba melodías a la vida gracias a esos habilidosos dedos que la muchacha tenía, pero sobre todo, lo que importaba era el soplido que le daba a la vida. Hinchaba sus pulmones todo lo que podía y con todas sus fuerzas soplaba las notas de música que precipitadamente salían por la boca de la trompa, escopetadas, preparadas para pintar de sonido el aire. Negras, corcheas, silencios y semicorcheas eran algunas de ellas. En realidad debía de tratarse de una especie de ‘Flautista de Hamelin” pero con una trompa y una niña. Y digo esto porque cada vez que ella propulsaba las notas hacia el mundo, el mundo se paraba, las personas por una milésima de segundo olvidaban lo que estaban haciendo y en esa milésima de segundo por sus cabezas sólo pasaban buenos pensamientos. Lo que hacia que al volver el planeta Tierra a girar muchas de esas personas que estaban haciendo cosas que no debían le daban la vuelta a la tortilla. Esas parejas que discutían, pasaban a darse un abrazo; ese niño que estaba a punto de tirarle una bola de papel al profesor, se ponía a escribir un poema de amor; ese hombre que estaba a punto de pegar a su perro, se agachaba a acariciarlo tiernamente; ese chaval que iba a poner la zancadilla a su compañero de baloncesto, le daba una palmadita en la espalda diciendo “no te preocupes, la próxima meterás canasta”; esa chica que se iba a reír a la vez que señalaba a la empollona de clase porque se le habían caído todos los libros, se acercaba a ayudarla a recogerlos… Y cuando la trompa dejaba de sonar todo el mundo le aplaudía sin saber que por unos momentos la Tierra había girado al son de la melodía.

La niña se fue haciendo mayor y su trompa más vieja y oxidada, pero para ella seguía siendo perfecta y por mucho que le insistiesen de que se comprara una nueva, ella se negaba. La reparaba cómo podía, si hacía falta pegaba las piezas con mantequilla. Pero de su trompa, nadie la desprendería.

Con los años su pasión y profesionalidad por la música se hacían destacar y aceptó comprarse otra trompa para usarla en ese conservatorio en el que se conservaba toda la música y en los eventos en los que tenía que destacar. Lo que hizo que su vieja trompa mágica pasase a estar en el salón; después, en la sala de invitados; luego, pasó al armario y finalmente en la ático.

Los días siguieron pasando, días que llevaron a meses, meses que se alargaron a años y ahí seguía la vieja trompa mágica, cogiendo polvo dentro de una caja en el rincón más olvidado de un trastero en el tejado.

Una tarde como otra cualquiera, en el que la muchacha volvía de su clase de trompa profesional, le llamó la atención una pequeña niña, una niña parada, justo, en  frente de su tienda favorita. Una tienda de música en la que el escaparate estaba repleto de instrumentos musicales. Y ahí estaba la pequeña, frente al escaparate, con la mirada perdida en las notas que imaginaba que salían de cada uno de los instrumentos. Esa imagen, le pareció bonita, y le hizo sonreír, le recordó a ella misma de pequeña. Pero no le dio más vueltas.

A partir de ese día veía a la niña cada tarde, con la misma ropa, en el mismo lugar. Observando esos instrumentos que quedaban tan lejos de su alcance. Y la chica no tardó en comprender que se trataba de una niña de la calle. Durante esos días algo empezó a removerse en la tripa de la muchacha, algo que hacía que no se encontrara bien y le doliese hasta el alma. Además esos días no hacia más que ver catástrofes, guerras y horribles noticias que se anunciaban en la televisión. El mundo necesitaba ayuda. Y de repente, lo entendió; algo hizo clic en su corazón. Subió decidida al ático y sin necesidad de buscar demasiado, desempolvó su vieja trompa mágica con lágrimas en los ojos ¿Cómo la podía haber olvidado? ¿Cómo podía haber dejado que la vida de adulto la hubiese enterrado? En ese momento supo que no se la merecía,  y aunque su interior le decía que no se desprendiese de ella, otra parte sabía que había una niña que la cuidaría y sabría darle ese mismo uso, que ella le dio en su día, pues el mundo la necesitaría.

A la mañana siguiente decidió aparecer por la tienda de música antes de que la niña lo hiciera, y dejó la trompa en un banco en el que sabía que la niña solía sentarse. Luego, se escondió, vigilante de que nadie se percatase del instrumento aunque sabía que nadie lo haría. A parte de la niña, nadie se interesaría por una vieja y oxidada trompa. Y así fue, pues mucha gente pasó cerca del banco y más de uno observó el instrumento, pero no hubo ninguno que se parase a cogerlo. “Cómo engañan las apariencias.” Pensó ella para sus adentros. Tras un rato de espera la vio aparecer, una pequeña niña con alegres andares que iba a sentarse en su banco a esperar que subiesen la puerta metálica que encerraba su escaparate. Desde su escondite, notó como la niña se sorprendía cuando vio ese instrumento abandonado que para ella, fue el instrumento mas bello del mundo. Lo primero que hizo fue mirar alrededor, luego lo acarició con cuidado y con suma delicadeza, como con miedo de que se fuese a romper o a desaparecer. Finalmente, descubrió un papel enganchado de un lazo, un mensaje; una nota que decía: “Tú sabrás devolver la magia al mundo.” En ese momento, se puso colorada, pues no sabía de donde podría haber salido ese instrumento que le decía que ella podría devolver la magia al mundo. “¿Cómo?” se preguntó la niña. La muchacha que observaba todo, aun escondida, sonrió y supo que su trompa estaría en buenas manos. Además, se le había ocurrido un plan.

La niña estuvo dos días sin tocar la trompa, ni un solo ruido salió de ella. Solo la observaba y la acariciaba. No sabía muy bien que hacer con ella. Pero al tercer día se atrevió a soplar y para su sorpresa, no sonó tan mal. Estuvo unos días practicando y tras unas semanas cuando se dirigía hacia su banco, vio a una muchacha sentada, tocando una bella melodía con una brillante trompa. La niña se acercó poco a poco, mientras la admiraba.

- ¿Qué te parece si te enseño a tocarla? Aunque por lo poco que te he oído, no lo haces nada mal – le dijo la muchacha.

La niña no supo que responder. Se sentó al lado de ella y la miró, como si aun no se creyese lo que sus ojos veían.

Y así fue como comenzó una bonita amistad de dos personas que le ponían tiritas de música  a este mundo que tan herido está.

Ahora, sí aluna vez te encuentras una vieja trompa abandonada en un banco, no le des la espalda, porque tal vez se traté de esa trompa mágica.
Para Paula,
esa niña pegada a una trompa.

martes, 3 de mayo de 2016

Sueños. Trotamundos. Libertad.

Ahí estaba yo, sentado en mi despacho. Viendo las horas pasar. Como cada día; como cada día desde hacía catorce años. Vestido de traje, haciendo uso de mis palabras más cordiales y mostrando mi mejor cara ante esos clientes estresados que entraban en el banco. Un día tras otro haciendo lo mismo. ¿Para esto hemos venido a la vida? Vivimos en la rutina, sin pensar en el más allá. Nos acomodamos a lo fácil; invernamos nuestra mente; pensamientos modo off; si nos lo dan todo hecho, mejor. Ganar dinero para mantener nuestras casas, nuestros hobbies, nuestros coches, nuestros caprichos… Mi vida sólo daba vueltas sobre la economía, el dinero, el materialismo. Vida sencilla, tranquila, acomodada. ¿Hasta cuando? Me preguntaba.

Cada noche esos pensamientos se incrustaban en mi cabeza. Me atormentaban, giraban cual espiral infinita hasta que agotado de dar vueltas caía dormido. Yo con mis 33 años, apalancado entre las cuatro paredes de mi despacho. ¿Así de fácil? ¿ya tenía mi vida hecha? Me negaba a pensar que sí. En mi interior mantenía la convicción de que había venido al mundo a hacer algo más, a hacerme de notar, a sujetar en mi puño mi vida y ver que valía la pena elegir los caminos que ante mí se presentaban y no tan solo dejarme llevar por la sociedad.

Una mañana me levanté con una sabor agridulce en la boca, como si supiese que para saborear la dulzura de la  vida primero tenía que dar un agrio paso. Y de repente lo supe. Debía dejar mi trabajo, desanclarme de esa bahía en la que tantos años había estado amarrado y lanzarme a navegar por el desconocido e inmenso mar. Telefonee a un amigo y le dije que tenía un plan, le propuse quedar sobre las cinco en nuestro bar y le colgué. No tenía tiempo para contarle más. Mi cuerpo sentía la sangre palpitar velozmente como si una ola de energía corriese por mis venas. Hacia tiempo que no tenía una sensación así. Estaba emocionado. Ese día, no dejé de dar vueltas en la oficina, de un lado para otro, estaba más ensimismado de lo normal, pues  mi cabeza no dejaba de intentar formar la frase correcta que le diría a mis jefes que me marchaba y cuando me preguntasen ‘¿A dónde?’ le diría “ a convertir mis sueños realidad, a buscar la respuesta de nuestra presencia en esta, nuestra única vida”.

No salió exactamente como lo había pensado, pero el caso era que ya se lo había dicho. Ahora, tenía un mes para ponerme en marcha, hacer todos los preparativos para por fin sentir la libertad. ¿Qué iba a hacer? Viajar. Explorar ese mundo que nos rodea y tan poco sabemos de él. No entendía como podía haber estado todos estos años tan parado, ni siquiera conocía en profundidad mi propio país, esa Argentina de la que tantos turistas se enamoraban. Tenía que descubrirla, la Patagonia Argentina; observar por tiempo ilimitado la Garganta del Diablo en las cataratas de Iguazú; fotografiar el Cerro de los Siete Colores; ir al valle de la Luna a ver un atardecer; pasear por las Salinas de Jujuy y mucho más. ¿Y luego? Luego seguiría rumbo al norte, pasando por ese país vecino llamado Chile, viajar a Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú, Brasil, Venezuela, Colombia… Tanto por recorrer, tanto para ver y aprender…

En el bar le conté a mi amigo todo lo que había pasado y cuales eran mis planes a seguir. “¿Te apuntas?” le dije sin ningún miramiento. Y por supuesto que se apuntó. Juntos planificamos, miramos rutas y atamos cabos de ese, nuestro nuevo barco, una vieja Konbi parcheada que nos llevaría allí donde quisiéramos ir. Nuestra casa se reduciría a esa habitación sobre ruedas y un mundo que nos esperaba ahí fuera. ¿Para qué queríamos más?

Y así fue como comenzamos nuestro viaje… 
De repente unas voces infantiles me hacen salir de mi cuaderno de bitácora, de mi mano guiada por la tinta del boli que escribe nuestra historia. Subo la mirada, dos ojos verdes me observan fijamente, como a la espera de una respuesta. Una respuesta a una pregunta que no he llegado a escuchar.

- Santiago, los chavales te están hablando. Creo que no se ha enterado de lo que le habéis preguntado. – les dice mi amigo.

- Sólo queríamos saber a qué se dedican. Qué es lo que hacen. – vuelve a insistir uno de los curiosos niños.

- ¡Ah! Bueno, pues somos… trotamundos. – les respondí sin pensármelo mucho.

- Vamos Santiago, no creo que los críos sepan lo que eso significa – dijo mi amigo riendo.

- Sí, claro que lo sabemos. – se defendió uno de los niños algo molesto por la sugerencia de su desconocimiento – Un trotamundos es una persona… que trota por el mundo. Tan simple como eso. Que va de allá para acá, de un lugar a otro. Y pues eso, trota-por-el-mundo: trotamundos.

- Sí, no lo habrías podido definir mejor. – le dije con una gran sonrisa en la cara – eso es lo que hacemos, trotamos por el mundo en libertad, persiguiendo nuestros sueños.

- Creo que de mayor me gustaría ser un trotamundos como usted señor y tener un cuaderno, como ese en el que estaba escribiendo cuando llegamos, para poder apuntar todos esos lugares que haya descubierto – me dijo el otro de los niños.

- Pues no te preocupes, que si tu lo deseas, lo serás. Pero recuerda una cosa, lucha por aquello que de verdad quieras, y no te dejes engañar. Que los sueños aunque parezcan lejanos, si luchas por ellos, los podrás alcanzar.

En ese momento una voz materna les llamó. “Así haremos” chilló uno de los niños a la vez que se daban la vuelta y salían corriendo alzando una mano y moviéndola a modo de despedida.

Y yo me volví a sumergir en ese cuaderno que me habían regalado, en ese diario de bitácora en el que apuntaría, como los niños bien decían, todas y cada una de las aventuras que en este largo viaje nos habían sucedido y nos sucederían, pues aun nos quedaban muchos nuevos lugares que visitar.
De parte de Annie para Santiago Tronca.
“Que se cumplan todos tus sueños”