Un pincel seco en la mano, delante un bastidor blanco y
al lado de este, una mesa con pinturas de colores y una paleta con rastros de
pinturas resecas, ni una mísera de color reciente en ella. Un suspiro alargado
se dispersa por el ambiente. Llaman a la puerta. “¿Quién será? ¿La inspiración?
Por que en estos momentos es la única bienvenida en esta habitación.” Piensa a
la vez que se dirige hacia la puerta lentamente aun con el pincel en la mano.
Abre. Como sospechaba, no era la inspiración la que
llamaba sino la inoportunidad hecha persona. Al verle lo único que puede hacer
es apuntarle con ese pincel que sostiene a la vez que entorna los ojos y frunce el ceño a modo de desaprobación.
Sobran las palabras.
- ¡Vamos mujer! Llevamos semanas sin vernos, es viernes y
te tengo que contar novedades – se escusa a la vez que entra libremente por la
puerta – además, te he traído tu vino favorito.
Ella aun sostiene la puerta cuando él ya se encuentra en
la cocina en busca de esas dos copas de cristal que le gusta usar. Comienza a
servirse sin preguntar. Ella sin fuerzas de rechistar deja caer la puerta y al
ir hacia la cocina deja el pincel al lado de las pinturas.
- Bonito cuadro – dice irónico al pasar por delante del
blanco lienzo para sentarse en el sofá – venga, no me digas que llevas toda la
semana sin salir de casa, parada delante de ese trozo de tela y sin mojar ni
siquiera la punta de tu pincel; cómo si lo viera.
- No yo… - comenzó a decir ella tratando de excusarse.
Sinceramente había momentos en los que realmente le odiaba por creerse tan
sabio de la vida ajena, en concreto la suya, aunque normalmente siempre
acertaba y era eso lo que más le molestaba o quizá lo que más le gustaba.
- No intentes colármela, que nos conocemos y por las pintas
que tienes y el aspecto de tu casa… diría que llevas aquí, cinco o seis días
encerrada – continua él – tienes que salir, buscar el contraste, reenfocar tu
mirada, dejarte llevar por la brisa, no presionarte en la obra final, sino en
los colores que te inspiren el momento adecuado. La inspiración no llamará a tu
puerta sino que te pillará desprevenida, cuando menos te los esperes y de
manera informal una nueva idea se formará en tu cabeza y estallará como un
orgasmo en su punto culmine. Pasea por la calle, visita algún museo que te
guste, siéntate en una terraza a disfrutar de un café mientras observas la vida
pasar. Quedándote aquí encerrada lo único que consigues es que tu mente sienta
la claustrofobia de las cuatro paredes, que no pueda respirar y cada vez se
vuelva más opaca hasta que acabe por cegarte completamente. Una ceguera blanca,
blanca como el lienzo vacío que te obstaculiza la mirada.
Mientras le escuchaba, luchaba por que sus lágrimas
siguiesen escondidas tras sus párpados, porque sabía que una vez que saliesen,
no habría nadie que las contuviese. Para disimular, cogió su copa de vino y dio
un largo trago. No podía dejar de pensar en que ahora que estaba tan cerca de
conseguir su sueño, de ser una artista de verdad, su mente se había quedado en
blanco y no conseguía procesar ni una buena idea que poder pintar. En realidad
se alegraba de que el pesado de su amigo hubiese llamado a la puerta, de alguna
manera tenía que romper ese pensamiento unidireccional que no le estaba
llevando a ninguna parte.
- Tal vez tengas razón – consiguió verbalizar – pero no
hablemos ahora de eso y disfrutemos de este buen vino que has traído. Y mañana
con la resaca que tendré me obligaré a salir de casa un rato para que me de un
poco el aire.
Así pues, continuaron bebiendo hasta emborracharse. Fue
una entretenida velada entre cotilleos del mundo artístico y memorias de
momentos que merece la pena no olvidar porque siempre que los recuerdas lo
mínimo que hacen es sacarte una sonrisa.
Y como era de esperar, al día siguiente se le pegaron las
sábanas más de lo que le hubiese gustado. Ni siquiera conseguía recordar a qué
hora salió su amigo por esa misma puerta que horas antes había entrado con una
botella de vino llena. Una botella que ahora relucía vacía e la encimera de la
cocina.
Decidió comenzar el día con un buen café. Después ya se
encargaría de recoger. Abrió la ventana de par en par mientras oía el café
subir en el fuego. El sol arrasó en la habitación con la compañía de una suave
brisa. “No se puede negar que hace un día espectacular para dar un paseo por la
calle” piensa. Ni siquiera le ha dado tiempo a hacer la cama cuando escuchar el
agudo pitido de la cafetera avisándole de que ya ha terminado su trabajo.
Una hora más tarde ya esta preparada para salir por la
puerta. “¡Las llaves!” piensa alarmada a la vez que empieza a buscarlas por todo
su apartamento. “Menos mal que me he acordado esta vez, sino el cerrajero no se
que me va hacer.” Tras buscarlas un rato, se queda parada en medio del salón
intentando pensar dónde podían estar. Fija la mirada en ese blanco bastidor. Y
como si de un imán se tratase, sus enrevesados pensamientos sobre qué pintar la
obligan a plantearse el si debería salir a dar ese paseo en lugar de quedarse a
trabajar, o por lo menos intentarlo una vez más. Se acerca al lienzo hasta
quedar a un palmo de distancia. Mira el pincel “¡Ah! Aquí están las llaves”
dice a la vez que las coge de entre las pinturas de colores; ahí donde las dejo
cinco días atrás. “Tal vez esto sea una señal diciéndome que es hora de salir
de casa.”
Sin pensárselo más
sale a la calle y comienza a caminar despacio, disfrutando de cada paso,
dejando que la suave brisa se enrede entre su pelo con el sol haciéndole
cosquillas en las mejillas. Decide ir a tomar su segundo café a su cafetería
favorita acompañado de un croissant. Se sienta en la terraza y como su amigo le
propuso, se dedica a ver la vida pasar, las distintas personas que vienen y
van, las circunstancias inesperadas, los sentimientos expresados, las miradas
ajenas. Observó durante largo rato esa vida que corre por las agujas del reloj,
dando vueltas sin prestar atención a los pequeños detalles que se encuentran
alrededor. Y lo mejor de todo, es que en esos momentos en los que era
observadora, su cabeza no pensaba en más allá que en inventar historias que
explicasen los comportamientos de aquellas personas.
Cuando terminó decidió bajar a pasear a la orilla del
Sena. Al ser un día tan soleado la gente había salido a la calle como
lagartijas. Cualquier otro día, se hubiese quejado de la abundancia, pero
ahora, no era el caso, no le molestaban lo más mínimo, ella iba a su propio
ritmo.
Al pasar cerca de la catedral de Notre Dame, decidió
pararse un rato, sentarse en un banco y observar su grandeza, su pureza, esas
gárgolas tan famosas que la protegen. “¿Y si fuesen reales?” se pregunta.
Continua, siguiente parada: uno de sus barrios favoritos,
Montmartre. El mercado callejero, el ruido, la música y el ambiente tan
Ameliense le encantan. Aprovecha a mirar algunos DCs de música, se entretiene
viendo como lo artistas de la plaza hacen los retratos de los turistas, y más
divertido aun, las caricaturas.
De repente, nubes negras se interponen entre el sol y
ella, nubes negras cargadas de rabia, truenos y lluvia. Un lluvia que empieza a
caer deliberadamente rompiendo la armonía de la plaza de Monmatre. Todo el
mundo huye en busca de un refugio. Los cuadros que se estaban pintando están
triste por la retirada de su modelo y lloran pintura que resbala por el lienzo.
Por unos momentos ella no sabe que hacer, se queda parada, observando esa
avalancha de gente que corre a la desesperada. Luego, camina tranquila hacia un
restaurante. Es hora de comer algo. Se sienta en una mesa pegada a una de las ventanas.
Desde ahí puede ver como las gotas siguen salpicando el asfalto sin demora.
Tras hora y media, las nubes deciden marchar. Poco a poco
van dejando pequeños huecos azules. Y el brillante sol aprovecha para volver a
relucir entre esos pequeños agujeros
entre las nubes. Justo en esos momentos, ella estaba tomado el postre y al ver
que dejaba de llover decidió continuar con su paseo antes de que el viento se
arrepintiese y volviese a soplar las nubes hacia ella.
Al salir el olor a vida le golpea la cara, un olor a agua
pura, un olor de calle mojada. Le encanta. Camina hasta llegar a la basílica
del Sagrado Corazón. Y para su sorpresa, no solo se encuentra con la presumida
basílica, sino que también aparece un gigantesco e impresionante arcoíris que
cruza todo el cielo de Paris. Y ahí estaba la magia de la madre tierra.
Estupefacta se queda mirándolo, imaginando que ella misma podría escalarlo
llegar al otro lado y tal vez, allí estuviese su inspiración esperándola.
Decide volver a casa. A la vuelta, va pensando en ese día
tan particular ¿se habría encontrado un poco más a si misma? Llega a casa y
directa se va a la ducha. “Hoy me voy a dar un baño” se dice decidida para darle un final perfecto a su día. Enciende
el agua caliente y echa una de esas sales de baño perfumadas acompañadas de gel
de color morado. Mientras deja que la bañera se llene vuelve al salón y mira su
vacío bastidor. Niega con la cabeza. Se acerca y lo cubre con la manta de su
sillón. Vuelve al baño y se sumerge en las profundidades de su bañera. Comienza
a jugar con la espuma y las burbujas. Le encanta hacer pompas de jabón con los
dedos de sus manos. “¡Son tan mágicas las pompas de jabón!”. De repente, mirándolas
flotar una bomba de ideas explota en su mente, como bien dijo su amigo, siente el
punto culmine de un orgasmo. El placer máximo de ver los cuadros pasar por su visión
como si fuesen pompas de jabón. Siempre habían estado ahí, solo tenía que mirar
a su alrededor y ahí podría encontrar la informalidad de la ilustración, el
contraste de su obsesión ,la inspiración disfrazada de cotidianidad.
Solo he de añadir, que esa día no se fue directa a dormir
sino que pasó toda la noche soñando con un pincel mojado de color en la mano y
un lienzo lleno de pinceladas que hacían que esos sueños se convirtiesen en
ideas plasmadas.
Para Coral, buscadora de la inspiración.