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domingo, 3 de abril de 2016

Soñar. Esperanza. Pasión.


Y ahí estaba ella, sentada en una bonita y acogedora terraza de París con el sol brillando sobre la Torre Eiffel que se mostraba exuberante ante ella.

En la mesa, un cremoso y humeante café reposaba en una delicada taza de la mejor porcelana. Era un ambiente muy de película con el que casi todo el mundo suele soñar  y sin embargo ella no se sentía muy feliz y se preguntaba “¿Por qué en lugar de disfrutar mi café en esta mañana soleada, no hago otra cosa que pensar en él? Tonta de mí que creyó que soñar era un forma más de amar, que creyó que dos personas pueden conectar tan solo con mirarse, que creyó en los finales felices y en las perdices…”

Con la mirada baja y un par de lágrimas rozando sus mejillas, la tristeza le apretaba el corazón. Se sentía una ilusa por creer que aquello podría haber sido algo más que una pasional noche, se sentía engañada por sus embaucadoras palabras que la embelesaban y le prometieron que lo de anoche era tan solo el comienzo.

Tras 20 minutos de espera, aun con la esperanza de verle acercarse, sin llegar a terminarse el café se levantó dejando sola la mesa y a la radiante Torre Eiffel que la observaba de cerca.

Lo que no sabía era que unos minutos después de que ella se alejara el chico a toda prisa llegó y la buscó por todos lados, pero era tarde; ya no la encontró y acabó desplomándose en esa misma silla en la que ella había estado sentada momentos antes. “Tonto de mí, sabía que tenía que haber cogido un taxi, ahora nunca la encontraré” se dijo a sí mismo.

Y ahí estaba él, sentado en esa misma bonita y acogedora terraza de París, sentado en ese mismo lugar en la que la taza de café de ella seguía reposando sobre la mesa, pues al camarero aun no le había dado tiempo a retirarlo. Cuando se quiso dar cuenta, sostenía la taza sobre sus manos, rozando la marca del pintalabios con su dedo pulgar y en ese instante supo que se trataba de sus labios porque al tocarlo su dedo empezó a arder y su mente recordó esa noche de pasión con toda precisión.

Recordó lo largo que se les hicieron el subir las escaleras hasta el segundo piso, pues se entretenían en cada escalón robándose pícaros besos que les llevaban a atrevidos mordiscos. Recordó su largo pelo castaño; su profunda y ardiente mirada; su piel que se erizaba cada vez que él la rozaba con los labios. Recordaba ese agresivo arrancar de la ropa acompañado de esos electrificantes arañazos… y a la mañana siguiente, había desaparecido dejando una nota sobre la mesilla que decía:

Mañana 10 am

Café Sacre Coeur

Mary.

Un nombre, una hora y un lugar. No tenía más. Cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas poder volver a verla. Cerró los ojos hasta que una voz le dijo “Perdone, ¿quiere usted que le traiga algo para tomar?” y le hizo volver a la realidad, una realidad en la que iba a contestar “No gracias” y con las mismas se iba a marchar hasta que una dulce voz  acompañada de una alegre y sonrojada cara asomó por detrás del camarero diciendo “Pónganos dos cafés, yo invito” y con las mismas se sentó a su lado a la vez que se agachaba para recoger del suelo su fular olvidado y por el que había tenido que regresar y al hacerlo, se encontró a ese hombre sin nombre, ese hombre de la noche anterior rozando la marca de sus labios en la taza de café.

Y ahí estaban los dos, sentados en una bonita y acogedora terraza de París con el sol brillando sobre ellos; sentados y mirándose como dos enamorados a la vez que sus manos se rozaban bajo la mesa. Y por unos instantes el mundo se detuvo mientras que la  magia y la pasión relucían esa tarde de abril, en un café de Paris.
Cris, este es tu cuento. :) 

3 comentarios:

  1. Guauuu yo también quiero un amor 😍 así.......lo cuentas tan fabulosamente bien, que parece real

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  2. Mi queridisima y bonita amiga! Me encanta😍 gracias por mi precioso cuento y por invitarme al mejor café que he podido tomar

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