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jueves, 21 de abril de 2016

Fuerte. Luchador. Esperanza.

-       Vamos Israel, ven, que te quiero enseñar una cosa.
-       ¡Un momento Lucas! Que quiero terminarme mi mandarina.
-       Vaaaaale, pero date prisa, que lo que te quiero enseñar es muy, muy, muy importante. Y quiero que lo veas antes de que tu mamá venga a buscarte.

Israel se comió la mandarina a grandes mordiscos y se levantó para seguir a su amigo escaleras arriba.

-       ¿Vamos a tu habitación? – preguntó algo intrigado a Israel.
-       Shhhh… sí, tu sígueme y no hagas ruido.

Los dos fueron dando pasos de ratón hasta la habitación y al entrar Israel cerró la puerta sin hacer el más mínimo ruido. Después fue corriendo pero de puntillas hasta su cama y se agachó a la vez que le hacia una señal a su amigo para que se acercase.

-       Ahora vas a ver mi tesoro más, más, más preciado. Y es un secreto a sí que no se lo puedes decir a nadie. ¿Me lo prometes? – le dijo Lucas con voz susurrante.
-       ¡¿Qué es?! – gritó Israel emocionado.
-        Shhh… pero no grites, que nos van a oír – le reprochó.

Y con cuidado comenzó a sacar un gran libro que guardaba bajo la cama. Un libro con una portada muy bonita. Un libro de historias y leyendas.

-       ¿Un cuento grande? ¿Este es tu gran secreto? ¿Un libro?
-       No es un cuento cualquiera. Es mágico y deja de hacerme tantas preguntas. Ahora lo verás. A ver… ¿qué te parece la Antigua Grecia? Ahí es donde iremos.
-       Bueno… - comenzó a decir Israel, pero no le dio tiempo a acabar cuando vio como una gran luz blanca salía del libro y como si de un remolino se tratase esa luz les absorbía.

Colores, letras, puntos y comas se cruzaban ante ellos, desordenadas y caóticas volaban a su alrededor. Ellos daban vueltas sin parar hasta que de repente cayeron de culo sobre un mullido césped.

-       ¿Do-Donde estamos? ¿Y  y… que llevamos puesto? – titubeó Israel.
-       Estamos en la Antigua Grecia. Justo donde te dije que iríamos. Y llevamos puesto una armadura, debe ser que… ¡somos guerreros! Vamos a dar una vuelta.

Así pues se encaminaron los dos a descubrir ese mundo nuevo que les esperaba. Israel no dejaba de mirarse a sí mismo y dar vueltas a su alrededor, aun no daba crédito a lo que veía. Fueron por un camino de tierra, rodeado de verdes praderas y un pueblo al fondo que se encontraba justo al final de ese sendero que seguían.

Cuando fueron a entrar al pueblo vieron a un par de soldados a la entrada. “Espartanos, entrada permitida. ¿Enemigos a la vista?” Israel y Lucas se miraron el uno al otro. “No señor. Todo despejado.” Dijo Israel rápidamente. Y les dejaron entrar.

Caminaron por las callejuelas del poblado sin cruzarse con muchas personas. Llegaron a una plaza y ahí se sentaron en unas escaleras cuando de repente vieron como un chaval salía corriendo de una calle y le arrebataba a una madre con su bebe una cesta que contenía un mendrugo de pan y un trozo de queso. Israel al verlo se levantó y salió corriendo “¡Vamos!” le dijo a Lucas. Los dos corrieron tras el ladrón y consiguieron arrinconarlo contra un muro y sus dos lanzas. “Debería darte vergüenza quitarle a una madre y su pobre bebé lo poco que tienen de comida. Devuélveselo ahora mismo.” Le gritó Israel con una voz que ni siquiera él sabía que tenía. El ladronzuelo dejo la cesta y se tiró al suelo suplicando que le dejasen ir. “Claro que te vamos a dejar ir, no saco ningún beneficio deteniéndote, lo único que quiero es que devuelvas eso que no te pertenece. Tal vez si les hubieses pedido un poco te hubiesen dado y no hubiese hecho falta que se lo hubieses quitado de las manos.” Y con las mismas cogió la cesta y se dio la vuelta encaminándose hacia la mujer para devolverle la cesta, la cual les agradeció enormemente que hubiesen salido en su defensa.

Volvieron a sentarse en esa escalera en la que estaban antes de que todo pasase. De pronto otro niño más pequeño que ellos se les acercó tímidamente y le dijo a Israel: “Wow… me encantaría ser tan fuerte como tú, un espartano que no le de miedo nada, un luchador de la vida.” Y sin más le abrazó a la vez que Israel le susurraba al oído: “Nunca pierdas la esperanza.” Y ese abrazo fue la llave que abrió la puerta de vuelta. Deshaciendo esa espiral llena de letras volvieron a aparecer los dos sentados en la habitación. Al lado de la cama. Se miraron y se rieron a carcajadas.

-       ¿Por qué nos hemos ido del cuento? ¡Quiero volver! – dijo Israel emocionado.
-       Sabía que te gustaría. Nos hemos ido porque hemos cumplido nuestra historia, la historia que nos tocaba. Oye, me asustaste un poco cuando cogiste tan confiado la lanza.
-       Sólo quería asustar a ese chico, él era más grande que nosotros. ¿No podemos volver?

De repente sonó el timbre. Angy ya había llegado para recoger a Israel. Sin decir palabra Lucas le ofreció el libro a su amigo, a la vez que se ponía el dedo índice sobre los labios. Era su secreto.

Esa noche cuando Israel ya estaba acostado y sus padres le habían dado las buenas noches, sacó de debajo de su cama ese gran libro mágico. Se lo puso sobre las piernas y estuvo un rato contemplando la portada, pues tenía miedo de abrirlo y que no sucediera nada. Pero cuando lo abrió, por una página al azar, esa espiral de letras y leyendas le envolvían de nuevo. Esa noche se convertiría en el Rey Arturo.

Cuando sus padres se iban a dormir se asomaron a la habitación y le encontraron durmiendo, agarrado a un libro abierto por una página de un castillo rodeado de dragones.

-       Tal vez esté soñando con que es un rey, el rey de un reino de dragones. – dijo Angy susurrando a la vez que le daba un dulce beso en la mejilla y le quitaba el cuento de las manos con cuidado para no despertarlo de su sueño imaginado... 
Para Angy, con cariño de parte de tu amiga Sara

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