Erase una
vez…
Sí, como
veis esta historia comienza como debe ser, de la manera tradicional. Como uno
de esos empieces de los cuentos de antaño, protagonizados; la mayoría; por
príncipes azules, princesas encantadas y dragones furiosos. Aunque hay que
decir… que esta historia en particular no está protagonizada por ninguno de
ellos, sino más bien por dos personas de carne y hueso. Pero una cosa sí que
encontrareis en común con los pasados cuentos y es que según vayáis leyendo os
iréis sumergiendo el la magia de las palabras. En fin, creo que es un comienzo
propicio para una leyenda que merece la pena ser recordada. Y como iba diciendo…
Erase una
vez, en un país muy, muy lejano, dos jóvenes que se enamoraron. Se cruzaron en
el mismo lugar, en el mismo momento exacto. El destino hizo que sus miradas se
cruzaran sin previo aviso, que sus ojos relampagueasen ante la electricidad que
provocaron sus ojos al encontrarse. Esa carga eléctrica hizo que sus cuerpos se
paralizasen provocándoles un escalofrío que les recorría todo el cuerpo y sin
darse cuenta, estaban sonriendo. El mundo a su alrededor se quedó petrificado,
nadie se atrevía a romper la magia del momento, ni el amor que esos dos cuerpos
emanaban. El tiempo se ralentizó, al reloj le entro sueño haciendo que sus tics
y sus tacs sonasen más alejados el uno del otro. Y mientras tanto, esas dos
personas se desnudaban el alma.
De repente,
ese momento se rompió, se astilló en millones de pedazos frágiles como el cristal
que se perdieron y esparcieron por el suelo del mercado en el que se habían
cruzado. Y ahora ¿Quién sería capaz de encontrarlos?
Una mano
fría, firme y autoritaria agarró fuertemente el brazo de la muchacha haciendo que
se le cayeran al suelo las pequeñas flores rojas que tenía en la manos.
- Vamos niña,
que haces aquí parada y con esa cara de embobada. Tira para casa que ya no me
quedan peniques ni para comprar calabaza – le dijo su abuelo sacándola de su
ensimismamiento.
Al desviar
la mirada hacia su él perdió por completo al muchacho misterioso de vista y
cuando quiso recuperar esa conexión visual, no la pudo volver a encontrar por
mucho que buscase desesperada alrededor de todos los puestos de verduras
mientras su abuelo la arrastraba calle arriba de vuelta a su casa.
¿Habría sido
una ensoñación? ¿Una mera ilusión? ¿El suspiro de un anhelo?
Lo que ella
no sabía era que el chico en ningún momento la había perdido de vista, se
acerco al lugar en el que se le había caído la flor; cerró los ojos y la olió.
Con mucha precaución les siguió hasta llegar al hogar de ellos. Una vez allí
vio como desaparecían al cruzar la puerta de madera. Justo cuando se iba a
marchar oyó el abrir de un cerrojo, levanto la cabeza y vio como esos cabellos
dorados bailaban al son del viento. Él se escondió, no quería que viese que la
había seguido. Ella se quedó un rato mirando por la ventana, con la esperanza
de volver a verle y al no encontrarle, pensó apenada, por segunda vez, que se
había tratado de una visión de su imaginación pero algo en su corazón le hacia
tener la esperanza de que había sido real.
Cuando ella
cerró la ventana, él se guardó la flor en el bolsillo tras olerla una vez más y
se marchó a hurtadillas de vuelta al mercado; pensando que por la tarde volvería
y si hacía falta, llamaría a la puerta. Nada le detendría para acercarse a
hablarla, no podía simplemente ignorar el brillo de su mirada, la tensión de la
que su cuerpo se cargaba al verla, ni la palpitación de los fuertes latidos de
su corazón. No le importaba que su barco se hiciera otra vez a la mar en dos
días, si no le decía algo, siempre se arrepentiría.
Esa tarde un
gran tragedia sucedió en el poblado. Un incendio se hizo protagonista de la
historia emanando furiosas llamas que asomaban por las ventanas, rugiendo
contra los muebles, fuego que hizo estallar el tejado de varias casas y todas
las memorias de las familias que ahí habitaban. Habitantes atrapados entre el
calor del color rojo y anaranjado. Humo negro llamado muerte les rodeaba.
Algunos consiguieron salir a tiempo pero otros fueron convertidos en cenizas
del recuerdo. Era lo malo de vivir en casas de madera, que el fuego se
propagaba tan rápido como el viento difunde el polen en primavera. Y en pocos segundos una vida entera quedaba apagada
como la llama de una vela.
Y que gracia
tendría esta historia si no fuese porque una de las casas derruidas por las
llamas no fuese la casa de la muchacha…
En el
momento en el que él se enteró un trozo de su corazón se partió. Es verdad, no
la conocía pero ¿por qué no había hablado con ella cuando había tenido
oportunidad? ¿Por qué no le dijo algo cuando ella asomó sus cabellos dorados
por la ventana, como si de Rapunzel se tratara? ¿Acaso nos dan miedo los
finales de cuento? ¿Por qué no arriesgarse por eso por lo que nuestro corazón
palpita?
Desesperado,
intentó enterarse si ella había sido una de las personas que habían sobrevivido
a las garras del fuego. Pero había demasiado alboroto, demasiado descontrol
como para prestar atención a un simple forastero. Además ¿Qué nombre iba a
decirles? No lo sabía su nombre, no sabia en verdad nada de la chica y sin
embargo necesitaba descubrir que había sido de ella.
Finalmente
consiguió enterarse que las dos muchachas que vivían en las casas habían sido
trasladadas al hospital pero ya era demasiado tarde; su barco zarpaba en media
hora.
Los brazos
de la distancia separarían sus almas.
Antes de
irse, se acercó a la casa apagada de vida. Y entre las cenizas dejó un pequeño
cuenco que encontró lleno de agua y en él metió la flor de la pasión que les
conectaba.
Por otro
lado, como bien el chico consiguió costosamente averiguar; la muchacha
descansaba en una cochambrosa habitación de hospital. Por suerte, ella no había
sufrido más que una pequeña quemadura en el pie izquierdo. Ahora, se había quedado
sola pues su abuelo había fallecido entre las cuatro paredes que formaban su
vida y en verdad, puede que así es como tenía que ser, pues él siempre decía “Si
he de morir, que sea entre estas cuatro paredes pues ellas me vieron nacer y
crecer; formar mi familia y vivir. Estas cuatro paredes han sido siempre los oídos
de mis confesiones y los silencios de mis secretos; se merecen también ser las poseedoras
de mi espíritu cuando mi cuerpo y mis huesos estén cansados y aburridos.”
Sola y
desamparada se había quedado ella, pues su abuelo era el único familiar que le
quedaba. Su madre había muerto el día que ella nació y su padre… su padre,
joven y borracho les abandonó en cuanto tuvo ocasión.
Y ahora ¿qué
iba a hacer ella? No tenia nadie a quien cuidar, ni siquiera tenía un hogar que
habitar. Lo único que tenía era la ilusión de volver a ver esos ojos que le habían
atrapado una vez su mirada en un
mercado.
Tras unos
días dándole vueltas se decidió. Estuvo investigando acerca de los forasteros
que días anteriores por el poblado habían rondado. Se trataban de marineros mercantiles.
Se entristeció ante la noticia pues supo que nunca le volvería a ver a no ser
que al año siguiente volviesen para traer más mercancías. Y en ese momento,
supo que tenía que hacer. No podía quedarse más tiempo encerrada el pueblo, a los
ojos de un marinero desconocido, a su abuelo, a lo que fue su casa… Hizo la
maleta con lo poco que tenía y se fue. Se fue de todo eso a lo que pertenecía,
se fue a viajar, a recorrer el mundo, a crecer. Su fue pero sabiendo que
volvería. Pues cada año más o menos en las mismas fechas pasaba unos días en su
ciudad con la esperanza de… ya sabéis, volver a encontrarse con él.
A su vez,
desde que él se había marchado, no había dejado de pensar en ni un solo momento
en ella. Y pese a los años pasados, aun recordaba ese momento en el que se había
escondido de sus ojos bajo la ventana.
Ambos siguieron
recorriendo caminos, explorando mundos, descubriendo nuevas costas. ¿Alguna vez
se volvieron a cruzar? Quien sabe, puede que los imanes de sus pieles se
llamasen, se atrajesen hasta el punto de dormir el uno del otro a solo la distancia
de un muro que separaba sus habitaciones del hostal. Pues la distancia es
siempre difícil de medir, no se trata sólo de kilómetros, sino que se puede
medir en emociones, en deseos, en coincidencias, en circunstancias. A veces
estamos tan cerca pero tan lejos de las personas…
Y el tiempo
siguió comiéndose las horas de su vida hasta que se hicieron mayores y los
recuerdos se habían convertido en espesa bruma que entumecía sus recuerdos
Ambos habían tenido una vida feliz, pero en sus corazones siempre habría una grieta
no remendada, una astilla clavada.
En una de sus
últimas misiones en la que los tripulantes volvían a desembarcar una vez más en
este, el pueblo protagonista de nuestra historia; el ya no muchacho, se paseó
una vez más por ese viejo mercado, recorriendo el mismo camino que siempre,
caminaba con los ojos vueltos al pasado como tantas otras veces. Tras recorrérselo
entero fue a sentarse en un banco. Un banco en el que encontró unas flores
rojas, unas flores como esas que vio en las manos de una chica de cabellos de
oro una vez. Los ojos se le llenaron de lagrimas mientras el olor del pasado le
llegaba hasta el corazón, tantos años transcurridos…
Era una
tarde fría, la niebla poco a poco se había ido apoderando de las calles. Ya no
tenía nada más que hacer. Esta sería la ultima vez que volviese a la ciudad. Todo
parecía llegar al final, hasta que el roce de una mano en su hombro le hizo
despertar…
Para Pablo,
nunca hagas de la distancia un obstáculo.