Por fin
estaba en Madrid. Se había independizado, dejado su hogar. Su pequeño pueblo
callado y tranquilo. Su tradicional mercado y esa tienda de chocolates en la
que trabajaba. Quién sabe si algún día volvería, pero por ahora deseaba vivir
la algarabía de la ciudad. Verse rodeada del continuo tránsito de personas que
van y vienen, el alboroto de la calle, los exhibicionistas de la Plaza Mayor o de la Puerta del Sol; los colores y altos edificios de Gran Vía; el grandioso
Palacio Real rodeado de sus jardines. Quería vivir la marcha nocturna famosa de
los Madriles. Pero lo que más deseaba era formar parte de uno de los mentideros
que se escondían en la ciudad, quería pertenecer a uno en especial, pues según
le habían contado a parte de hablar de los chismorreos y noticias del día a día, al final de la reunión abrían un debate de los sueños, de los deseos, del
inconsciente y la realidad. Según tenía entendido, era un lugar donde los
artistas eran bienvenidos, escritores, pintores, escultores, actores, músicos, ilustradores… Ahí
quería ir, de eso necesitaba hablar para intentar sentirse libre y dejar de
ocultarse.
Vivían en una época dictatorial en la que debían seguir los patrones que les
obligaban, nada de salirse de la norma, nada de soñar ni imaginar, nada de ir
por la calle vagabundeando con un libro de cuentos en las manos. Prohibido. Debías
atenerte a la regla y caminar por la calle rápido, sabiendo a donde ibas,
teniendo una tarea definida. Trabajar y más trabajar para poder ganar unas míseras
pesetas y para luego gastártelas en
la fiesta de la ciudad, en ese lugar donde ahogar las penas y a la mañana siguiente
no recordar; eso sí estaba permitido.
Llevaba
varios años ahorrando para poder marcharse y ahora se encontraba entre sus
cuatro pequeñas paredes alquiladas. Necesitaba un escondite, un lugar en el que guardar sus pinceles y los pocos colores que tenía. Tras una semana de asentamiento y búsqueda de
empleo (sin suerte). Decidió que era hora de buscar ese mentidero con el que
tanto tiempo llevaba soñando conocer. Según le habían dicho, estaba en la Calle
León, dentro del barrio de las Letras del que según cuentan, fue uno de los
primeros mentideros, pues ya en el Siglo de Oro, los actores y representantes se
reunían allí para intercambiar información y charlar.
Pasó
por la calle Atocha, y siguió hasta la altura de Antón Martín. Eran alrededor
de las ocho menos diez, aun tenía unos minutos más para encontrarlo antes de
que la puerta se cerrara. Una vez en la calle adecuada fue mirando con detalle, buscaba algún
tipo de señal que le pudiese indicar cuál era la puerta, cuando de repente vio
una pequeña marca pintada en el suelo, una estrella. Agarrando su valor entre
los dedos de su mano llamó a la puerta, tres suaves toquecitos, pues no sabía
si en realidad tendrían un código para entrar o algo por el estilo. Espero un
rato y cuando iba a volver a llamar una mirilla de abrió dejando ver dos
grandes ojos verdes que la miraron de arriba abajo. Cuando ella fue a abrir la
boca para presentarse la persona guardiana de la puerta le dijo: “Un prisionero
está encerrado en una celda que tiene dos puertas, una conduce a la muerte y la
otra a la libertad. Cada puerta está custodiada por un vigilante, el prisionero
sabe que uno de ellos siempre dice la verdad, y el otro siempre miente. Para
elegir la puerta por la que pasara solo puede hacer una pregunta a uno solo de
los vigilantes. ¿Cómo puede salvarse?”
Al
principio ella se quedo sin saber qué hacer. “Cómo no lo había pensado antes,
la manera de entrar era solucionando un acertijo…” Se dijo para sus adentros “y
si lo adivino, si le hago la pregunta correcta él me abrirá la puerta que es lo
mismo que esa puerta de libertad del que el acertijo habla, porque si fallo… me
quedaré fuera… lo que se simboliza con la conducción hacia la muerte… la muerte
del alma…”
Se
quedó un rato pensando, evadiendo esos ojos verdes que la observaban, cual
reloj de hojalata y a cada pestañeo el tic-tac, resonaba en sus adentros. No
podía malgastar sus palabras. Una sola pregunta. “Tiene que ser una pregunta
con la que obtuviese la respuesta correcta independientemente de a cuál de los
dos vigilantes le preguntase. Y no podía ser una pregunta cuya respuesta fuese
sí o no…” siguió meditando. Y tras unos segundos más de dilación acabó
diciendo; “¿Sí yo le pregunto al otro guardián por qué puerta tengo que salir
que me respondería?" Y tras decirlo cerró los ojos, pues temía que esa no
fuese la respuesta correcta. Pero de repente oyó como un cerrojo se abría y una
puerta chirriaba al abrirse a la vez que esa voz de los ojos verdes le daba la
bienvenida.
Tímidamente
entró y el hombre le dijo “no temas, no mordemos sigue todo
recto, comenzaremos en un momento”. Y eso es lo que hizo, siguió recto y al
final del pasillo entro en un cuarto, un paraíso pintado. Había paredes llenas
de cuadros, estanterías con cientos de libros, plumas, manuscritos, lienzos, instrumentos musicales… Había
unas seis personas ahí dentro que la saludaron y se interesaron por ella. Cuando
estaban todos reunidos ella se presentó, les contó su historia, sus sueños, su
arte. Una de las personas que la escuchaba se había levantado
mientras ella hablaba y cuando terminó de contar le acercó un par de pinceles y una paleta llena de
colores. “Ahora, libérate” le dijo a la vez que le señalaba un blanco lienzo que
le esperaba.
Ella
sonrió y con gran agradecimiento tomo los utensilios que le daban. Y por
primera vez en mucho tiempo. Se sintió como en casa.
Un par
de días más tarde acabó encontrando trabajo. En una chocolatería, una bastante
reconocida. Eso le ayudaría a pagar el alquiler de su pequeña habitación, ofreciéndole así más tiempo de estancia en esa ciudad. También
esa semana, el martes en concreto, que eran los días de reunión en el
mentidero, trasladó sus tesoros escondidos allí, a ese lugar en el que podía
ser ella misma sin necesidad de aparentar. Cada semana iba al mentidero a pasar las
horas hablando de filosofía, de lo esencial de la vida, a la vez que dejaba su
mano guiarse por el pincel que se movía libremente, trazando líneas de color,
expresando sus sentimientos.
Tras un
par de meses acabó su primera obra, unos meses en los que por ahora habían sido
los más felices de su vida. Una vida en la que ella marcaba su camino guiada
siempre por sus sueños.
Dedicado a Vicky Oliva, aquí tienes tu cuento.
Querida Sonia, te agradezco un montón este cuento tan hermoso. Me ha hecho soñar!! Un abrazo enorme, Vicky Oliva
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