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domingo, 24 de julio de 2016

Carta. Circunstancia. Viaje.

Perdonar mi tardanza pero ha sido cosa de las circunstancias. Esas circunstancias cambiantes y delirantes que te hacen estar hoy aquí y mañana… quién sabe. Circunstancias que van y circunstancias que vienen, te envuelven, te cambian y a veces te dominan llegándote a controlar hasta que te das cuenta y dices – ¡Ey para! Que no era esto lo que yo buscaba. ¿Dónde se han quedado mis momentos y lugares, donde se escondieron mis caprichos y habilidades? ¿Dónde? ¿Dónde están mis viejos cuadernos escritos, mis hobbies y mi reloj del no-tiempo escondidos? Esas cosas que me gustaba hacer, como oler las rosas amarillas, meter el dedo en la mantequilla y mandar cartas llenas de poesía.- 

 Cartas. De cartas va la vida, cartas escritas por circunstancias vividas. Me gustaría tener una paloma y hacerla volar con mi carta atada a su patita. Hacerla volar y yo, volar con ella, una pequeña parte de mi iría en ella, lejos, o tal vez cerca, dependiendo del destino al que el propietario de la carta pertenezca. La gente ya no escribe cartas de verdad, de esas de papel, boli y silencio en el que pensar. Porque ahora mismo, es verdad que estoy callada, pero mis dedos saltan de tecla en tecla como piojos hacen de cabeza en cabeza, y al mis dedos saltar un sonido artificial dejan bajo sus huellas, clic, clac, clic, clac… el teclear de mis letras. Pero es verdad que así es como vosotros, “leyentes”, podéis acceder a mis cartas de una manera rápida. Aunque… calculando la tardanza de esta carta… os he de obligar a pensar que fue mandada atada en la pata de una paloma blanca, una paloma blanca que se perdió en su travesía y de ahí el problema de esta carta tan tardía. Pues pese a que las cartas van y vienen y el cartero se encarga de su recogida y su entrega final, nunca seremos conocedores del viaje y las aventuras que las cartas experimentan, pues nadie nunca nos las ha contado o me atrevería a decir que poca gente se ha parado a pensar en ellas; pobres cartas viajeras… De Perú a Bratislava, de Suiza a Sudáfrica, de Madrid a Valencia o de Marruecos a Inglaterra. Aviones que van, barcos que llegan, cartas que viajan e incluso se marean. Algunas cartas, cartas perdidas, son las más anheladas y sin embargo las cartas inesperadas, las más ilusionadas. Cartas de amor, de melancolía o de despedida. Cartas  escritas con distintas caligrafías, distintos colores o distintas melodías. Cartas que se acompañan de una circunstancia por la que fueron escritas, a veces se trata de una circunstancia especial, otras, obligada, esas cartas impuestas... Quién no se conmociona o emociona al recibir una carta. Y no me refiero a cartas de la luz, el gas o el agua, esas cartas, cartas falsas, son de las obligadas, obligadas a decir cuánto gastaste este mes y cuanto el mes que vienen tendrás que pagar de más; cartas no escritas sino prescritas.

Pero de lo que nosotros hablamos es de cartas de verdad. Y como iba diciendo, las circunstancias hicieron que mi carta, esta carta, tú carta, se retrasara; que mi paloma blanca se perdiera en la profundidades de un reloj de arena, un desierto, un oasis, una pradera. Viajó por todo el mundo batiendo sus alas, esquivando las nubes y las balas. Estuvo en la jungla de Cristal, en el Amazonas y en las Pirámides de Teotihuacán. Se baño en el mar Muerto y se posó en la mano de la Estatua de la Libertad. Se paró a descansar en una cafetería de la Venecia antigua. Se entretuvo con los niños y con las hojas de los arboles que comenzaban a caer. Se hizo a la mar amarrada al mástil de un barco pirata y durmió en la Sabana, sobre la cabeza de una alta jirafa. Y al día siguiente, por fin,  decidió llegar, tras un último batir de sus alas la carta consiguió entregar. Y aquí está.

 No os puedo pedir que os creáis el viaje que mi carta hizo, pero…. ¿Quién lo iba a desmentir? Solo os digo que todo eso pasó y de ahí a que la carta, tuviera que llegar hoy. Pensad que estuvo viajando por todo el planeta, atada a la patita de una blanca paloma, una paloma que decidió cambiar sus circunstancias y viajar, una paloma que le dio a sus alas el placer  de volar.


Y ahora, siéntate en una mesa, coge un papel o una servilleta, un boli, pluma o lapicero y ponte a escribir, aunque sea sobre la vida de un cenicero. No pasa nada si tu carta llega tarde, sólo pensaré que las circunstancias la embarcaron en un largo viaje.