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viernes, 12 de julio de 2019

EL ÁLBUM


- Cuéntame historias de tus viajes. - Dijo ella dejando por un momento la delicada copa de vino sobre la mesa y cogiendo entre sus manos un viejo álbum de fotos.

- Este será un buen comienzo, es mi álbum de los momentos más especiales. Son fotos sin orden ni correlación, fotos de un recuerdo concreto. ¿Por cuál quieres que empiece?

La chica emocionada y algo intrigada decidió que abriría una página al azar. Dejo pasar el filo de las hojas rozando sus dedos y en un momento dado se detuvo, abrió la página y descubrió tres fotos; un murciélago boca abajo, un ornitorrinco y una mesa cerca de un pantano.

- Por esta. - dijo a la vez que señalaba la foto del ornitorrinco.

- Como podrás imaginar esa foto es de cuando estuve viajando por Australia. Ver un ornitorrinco siempre fue uno de mis sueños. Para mi desilusión no conseguía ver ninguno; eso sí, me harté de ver canguros y más de una tarántula. Cuando me quedaban cinco días para irme de Australia, una tarde salí a pasear por los alrededores de la casa que tenía alquilada. Caminaba tranquilamente por la orilla del río cuando de repente un sonido nada común llamó mi atención. Miré a mí alrededor guiado por ese extraño ruido, cuando de repente, vi como algo saltaba al agua. Me quedé muy quieto, observando. Tras unos segundos un enorme pico volvió a aparecer en la superficie. ¡Un ornitorrinco! Y estaba ahí, tenía su madriguera prácticamente al lado de donde yo me estaba hospedando. ¡No me lo podía creer! Me quedé todo el día ahí sentado, hasta que el sol se escondió. Observé esa fantástica y única especie de la naturaleza y tomé esta foto, porque era definitivamente uno de los momentos a recordar.

- ¡Qué pasada! Me alegro que lo consiguieses ver. –Dijo ella mientras volvía a pasar las páginas. Esta vez encontró sólo dos fotos; una taza de té rota y un rinoceronte. - Qué difícil es elegir, mmmm… de esta página quiero conocer la historia del rinoceronte… - dijo dubitativa.

- El rinoceronte negro de África. Creo que ese es uno de los momentos en el que he sentido más miedo por mi vida. Íbamos en un jip recorriendo la sabana desértica de Namibia, el viento ardiente nos golpeaba y el brillo de la arena nos cegaba. Corrimos al lado de los gran kudús y gacelas; contemplamos una gran familia de elefantes; pasamos cerca de leones que se desplomaban bajo el sol; oímos los furiosos rugidos de los guepardos; y vimos un pequeño rinoceronte tumbado que gritaba de dolor. Nos paramos cerca del cachorro y ya que no encontramos ningún otro rinoceronte alrededor decidimos bajarnos y ver qué era lo que le sucedía. Vimos que estaba herido, tenía un cable enrollado que se le clavaba en una de sus patas, por lo que entre los cinco conseguimos quitarle el cable. Ya habíamos acabado cuando de repente notamos cómo el suelo bajo nuestros pies vibraba y oímos cómo un rápido trote se acercaba. Nos incorporamos y vimos como una furiosa madre rinoceronte se dirigía a toda carrera hacia nosotros. Rápidamente nos subimos al jip y justo en el momento que íbamos a arrancar el coche, el rinoceronte nos envistió bruscamente por un lado. Conseguimos tras varios intentos arrancar y salimos de ahí lo más rápido posible, eso sí, no nos quitamos a la rinoceronte corriendo tras nosotros durante más de un par de horas. Por eso la foto se ve algo  borrosa.

- ¡Qué miedo! Es alucinante la de cosas que te pueden pasar cuando menos te lo esperas… aunque estando ahí en medio de la sabana africana, bien os arriesgabais a toparos con algún animal, ya fuese el rinoceronte o un par de leones hambrientos. – Y se recostó un poco en el sofá mientras elegía otra página al azar. Volvió a encontrarse con tres fotos: un viejo coche oxidado, unas gafas de buceo y una flor de boca de dragón. Sin decir ninguna palabra dejó que su dedo bailara por encima de las tres fotografías hasta que lo dejo caer en la foto de la flor.

¡Antirrhinum majus! – Dijo él entusiasmado – Es mi flor favorita. Podría decirse que esta es una de las historias que con más cariño recuerdo. Yo estaba de viaje en Marruecos, en Rabat. Era una calurosa mañana y me senté en un parque y estando allí sentado descubrí a una anciana mujer con un gran ramo de flores de boca de dragón. Paseaba de un lado a otro y de vez en cuando paraba a algunas personas y les regalaba una flor. Tras un rato  observando me di cuenta que regalaba flores a las personas que al pasar le sonreían. Y en ese momento que lo descubrí algo sentí en mi interior, ¡una flor por una sonrisa! Desde ese día, iba a la misma hora a la plaza a observar a la mujer que regalaba antirrhinum majus. Me dio pena descubrir que no eran muchas las personas que conseguían la flor, pues la mayoría mostraban caras serias y ausentes, también me preguntaba si yo mismo tendría esa cara amargada, pues nunca se había acercado a ofrecerme una flor. Uno de los días que fui no encontré a la anciana por ningún lado, aun así me acerqué al banco de siempre pues pensaba esperar un rato a ver si es que ese día se había retrasado, y cuando me fui a sentar, descubrí una flor de boca de dragón apoyada en el banco. Supe que era para mí y que era una despedida. Con una gran sonrisa la cogí e imaginé que para la anciana era momento de encaminarse a otra ciudad a investigar cuantas sonrisas la gente la podría regalar.

Cuando se giró para ver qué opinaba ella de esta historia la encontró dulcemente dormida. La contempló y luego fue a por su cámara y le hizo una foto a esa copa de vino olvidada.