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domingo, 25 de diciembre de 2016

Despensa. Campanilleo. Petición.


Para ellos era un día como otro cualquiera. Para ellos era un día normal. La navidad sólo relucía a través de la ventana porque entre las cuatro paredes la penumbra y la pobreza coronaban la casa…

De día al pequeño Billy le gustaba pasear por la calle,  caminaba despacio escuchando el crujir de la nieve bajo sus pies, observando las innumerables luces que decoraban el pueblo, sintiendo el frescor del ambiente, oyendo las risas de los felices niños y respirando la magia de la navidad. Respiraba fuertemente para intentar abarcar lo máximo posible en sus pequeños pulmones y así cuando volvía a su tenue hogar podía espirar el aire de la navidad decorando las paredes de mágicas guirnaldas y brillantes bolas de cristal. Pero eso tan solo duraba unos instantes, unos instantes en los que se le iluminaban los ojos… y luego todo desaparecía, justo en el momento que tenía que volver a respirar.

Esa noche todo el mundo estaba emocionado por la secreta visita del hombre más silencioso y llamativo del mundo. Sí, ese hombre que recorre los cielos en un trineo tirado por renos de los cuales uno de ellos guía al resto gracias a su luminosa y coloreada nariz roja que va haciendo juego con el atuendo de su adorable y risueño dueño.
Esa noche todo el mundo estaba emocionado; todos menos los habitantes de esta olvidada y polvorienta casita de la que estamos hablando, para los cuales la noche era simplemente eso, una oscura y fría noche de invierno más. Bueno, exceptuando a Billy el quinto de los siete hermanos, el cual en lo más profundo de su corazón sentía una indomable ilusión; deseaba que ese mágico hombre bonachón entrase por su hollinada chimenea con un susurrante “ho, ho, ho” y regalase a su familia la ilusión de la navidad perdida. No quería nada más, tan solo un poco de calor y magia en su hogar.

Cuando por fin todos dormían, bajó las sonoras escaleras de vieja madera corroída lo mas cuidadosamente que pudo. Le costó más de lo que tenía previsto pues en una mano llevaba un candelabro aun apagado y en la otra una caja de cerillas, un carboncillo y un trozo de hoja de papel. Cuando llegó abajo, se metió en la pequeña y vacía despensa, una vez que la puerta estaba cerrada encendió la vela de su candelabro y bajo la viva y tintineante llama se puso a escribir esa petición que llevaba tantos días redactando mentalmente en su cabeza y que comenzaba diciendo: “Querido Santa Claus, no se muy bien ni como comenzar… No soy un niño al que le guste pedir, pero esta vez me veo casi en la obligación de pedirte un gran favor…”  De repente una suave brisa acompañada de un alegre campanilleo le hizo dar un respingo. Le dio un vuelco al corazón y algo inseguro se acerco a una de las rendijas que había entre las tablas de la puerta, pensó que aun así no podría ver nada dada a la densa oscuridad que ocupaba la alcoba de la casa pero una luz salía directa de la chimenea. Él se frotó los ojos incrédulo y de repente vio como dos grandes pies acompañados de unas piernas vestidas de rojo descendían la estrecha torre de la chimenea.

Y ahí estaba, con su larga barba blanca, con sus viejas arrugas al lado de los ojos creadas por su continua sonrisa. Ahí estaba él, en mitad del salón.

- Ven muchacho, no te vas a quedar ahí escondido toda la noche – dijo a la vez que alargaba una mano en dirección a la despensa.

Billy, aun sin creérselo, salió cauteloso y despacio se acercó hacia él; llevaba en la mano la petición a medio escribir y algo avergonzado la arrugó cerrándola en su puño.

- No te preocupes Billy, supe de tu petición desde el primer momento en el que la deseaste. Tienes un gran corazón y por eso he venido a verte. No te preocupes por tu familia, pronto sentirán cómo la magia de la navidad les invade. La navidad es amor, esa es la clave. Ahora, quiero que pienses en un regalo para ti, un regalo especial.

- ¡Pero yo no quiero nada! No necesito nada…  - se corrigió al instante – Solo quiero que el calor vuelva a mi hogar, quiero que la despensa este llena o al menos… medio llena. Quiero que mis hermanos sientan la emoción de la navidad igual que lo hago yo cuando salgo a la calle. No quiero ningún regalo ni juguete caro como esos niños ricos y pomposos que tienen la idea errónea de que la navidad se mide en la cantidad de regalos que uno tenga. No quiero…

Para, para el carro… - le interrumpió Santa Claus riendo con las manos sujetándose la panza – no te preocupes por eso, como ya te he dicho, todo está bajo control. Solo pensé que habría algo que tu querrías en especial, pero si esto es todo lo que deseas… que así sea. Ahora vuelve a tu cama, no vaya a ser que nos oigan hablar, además veo que ya comienza a amanecer y aun me quedan unas cuantos hogares que visitar.

Antes de irse, Billy le dio un eterno abrazo. Ya estaba a punto de subir las escaleras, cuando Santa Claus le llamó susurrando; al mirar, éste se puso un dedo en los labios a la vez que le guiñaba un ojo en señal de secreto silenciado.

Una vez en su cama oyó como ese dulce campanilleo volvía a sonar anunciando la marcha de su inesperado visitante. Se fue… y con los ojos fuertemente cerrados Billy pidió un último deseo: “Deseo que nunca se me olvide esta mágica noche.”

A la mañana siguiente su casa se había convertido en un hogar cálido, con una chimenea encendida. Para desayunar todos disfrutaron de leche cliente con ricas galletas sacadas de esa llena despensa. Todos canturrean villancicos y charlan entretenidos.

- ¿Dónde está papá?  - preguntó Billy al no verle por ninguna parte.

- Ha salido un momento, no tardará en llegar – le contesta su madre.

Al rato entró su padre por la puerta cargando un árbol de navidad.

 - Ho, Ho, Ho ¡Feliz Navidad! Se que es un poco tarde, pero más vale tarde que nunca. Además, no os lo vais a creer pero me lo han regalado. - al ver la cara anonadada de todos su hijos decidió continuar con su explicación. - Me he encontrado a un viejo de barba blanca en un callejón del mercado y me ha dicho que me lo quedase… - dijo quedándose algo pensativo mientras revivía el momento mentalmente.

Billy sonrió, sin lugar a dudas esas se habían convertido en sus mejores navidades. Juntos, en familia, decoraron el árbol de navidad con dibujos de bolas colores y muñecos. No necesitaban más. 

Esa noche, cuando Billy se fue a meter en la cama, notó algo debajo de la almohada. Cuando lo sacó vio que se trataba de su segundo deseo, una bola de nieve con Santa Claus observando su casa. Así jamás olvidaría que esa noche fue real y que los sueños, si uno quiere, se pueden hacer realidad.
Dedicado a Sirley Zapata. :)