Para ellos era un día como otro cualquiera.
Para ellos era un día normal. La navidad sólo relucía a través de la ventana
porque entre las cuatro paredes la penumbra y la pobreza coronaban la casa…
De día al pequeño Billy le gustaba pasear
por la calle, caminaba despacio escuchando
el crujir de la nieve bajo sus pies, observando las innumerables luces que decoraban
el pueblo, sintiendo el frescor del ambiente, oyendo las risas de los felices
niños y respirando la magia de la navidad. Respiraba fuertemente para intentar
abarcar lo máximo posible en sus pequeños pulmones y así cuando volvía a su
tenue hogar podía espirar el aire de la navidad decorando las paredes de mágicas
guirnaldas y brillantes bolas de cristal. Pero eso tan solo duraba unos
instantes, unos instantes en los que se le iluminaban los ojos… y luego todo
desaparecía, justo en el momento que tenía que volver a respirar.
Esa noche todo el mundo estaba emocionado
por la secreta visita del hombre más silencioso y llamativo del mundo. Sí, ese
hombre que recorre los cielos en un trineo tirado por renos de los cuales uno
de ellos guía al resto gracias a su luminosa y coloreada nariz roja que va
haciendo juego con el atuendo de su adorable y risueño dueño.
Esa noche todo el mundo estaba emocionado;
todos menos los habitantes de esta olvidada y polvorienta casita de la que estamos
hablando, para los cuales la noche era simplemente eso, una oscura y fría noche
de invierno más. Bueno, exceptuando a Billy el quinto de los siete hermanos, el
cual en lo más profundo de su corazón sentía una indomable ilusión; deseaba que
ese mágico hombre bonachón entrase por su hollinada chimenea con un susurrante “ho,
ho, ho” y regalase a su familia la ilusión de la navidad perdida. No quería
nada más, tan solo un poco de calor y magia en su hogar.
Cuando por fin todos dormían, bajó las sonoras
escaleras de vieja madera corroída lo mas cuidadosamente que pudo. Le costó más
de lo que tenía previsto pues en una mano llevaba un candelabro aun apagado y
en la otra una caja de cerillas, un carboncillo y un trozo de hoja de papel. Cuando
llegó abajo, se metió en la pequeña y vacía despensa, una vez que la puerta
estaba cerrada encendió la vela de su candelabro y bajo la viva y tintineante
llama se puso a escribir esa petición que llevaba tantos días redactando
mentalmente en su cabeza y que comenzaba diciendo: “Querido Santa Claus, no se muy bien ni como comenzar… No soy un niño
al que le guste pedir, pero esta vez me veo casi en la obligación de pedirte un
gran favor…” De repente una suave brisa
acompañada de un alegre campanilleo le hizo dar un respingo. Le dio un vuelco
al corazón y algo inseguro se acerco a una de las rendijas que había entre las tablas
de la puerta, pensó que aun así no podría ver nada dada a la densa oscuridad
que ocupaba la alcoba de la casa pero una luz salía directa de la chimenea. Él
se frotó los ojos incrédulo y de repente vio como dos grandes pies acompañados
de unas piernas vestidas de rojo descendían la estrecha torre de la chimenea.
Y ahí estaba, con su larga barba blanca,
con sus viejas arrugas al lado de los ojos creadas por su continua sonrisa. Ahí estaba él,
en mitad del salón.
- Ven muchacho, no te vas a quedar ahí
escondido toda la noche – dijo a la vez que alargaba una mano en dirección a la
despensa.
Billy, aun sin creérselo, salió cauteloso y
despacio se acercó hacia él; llevaba en la mano la petición a medio escribir y algo
avergonzado la arrugó cerrándola en su puño.
- No te preocupes Billy, supe de tu petición
desde el primer momento en el que la deseaste. Tienes un gran corazón y por eso
he venido a verte. No te preocupes por tu familia, pronto sentirán cómo la
magia de la navidad les invade. La navidad es amor, esa es la clave. Ahora,
quiero que pienses en un regalo para ti, un regalo especial.
- ¡Pero yo no quiero nada! No necesito nada… - se corrigió al instante – Solo quiero que
el calor vuelva a mi hogar, quiero que la despensa este llena o al menos… medio
llena. Quiero que mis hermanos sientan la emoción de la navidad igual que lo
hago yo cuando salgo a la calle. No quiero ningún regalo ni juguete caro como
esos niños ricos y pomposos que tienen la idea errónea de que la navidad se
mide en la cantidad de regalos que uno tenga. No quiero…
Para, para el carro… - le interrumpió Santa
Claus riendo con las manos sujetándose la panza – no te preocupes por eso, como
ya te he dicho, todo está bajo control. Solo pensé que habría algo que tu querrías
en especial, pero si esto es todo lo que deseas… que así sea. Ahora vuelve a tu
cama, no vaya a ser que nos oigan hablar, además veo que ya comienza a amanecer
y aun me quedan unas cuantos hogares que visitar.
Antes de irse, Billy le dio un eterno abrazo. Ya estaba a punto de subir las escaleras, cuando Santa Claus le llamó susurrando; al mirar, éste se puso un dedo en los labios a la vez que le guiñaba un ojo en señal de secreto
silenciado.
Una vez en su cama oyó como ese dulce campanilleo
volvía a sonar anunciando la marcha de su inesperado visitante. Se fue… y con
los ojos fuertemente cerrados Billy pidió un último deseo: “Deseo que nunca se
me olvide esta mágica noche.”
A la mañana siguiente su casa se había convertido
en un hogar cálido, con una chimenea encendida. Para desayunar todos disfrutaron de leche cliente
con ricas galletas sacadas de esa llena despensa. Todos canturrean villancicos
y charlan entretenidos.
- ¿Dónde está papá? - preguntó Billy al no verle por ninguna
parte.
- Ha salido un momento, no tardará en llegar –
le contesta su madre.
Al rato entró su padre por la puerta cargando
un árbol de navidad.
- Ho, Ho, Ho ¡Feliz
Navidad! Se que es un poco tarde, pero más vale tarde que nunca. Además, no os
lo vais a creer pero me lo han regalado. - al ver la cara anonadada de todos su hijos decidió continuar con su explicación. - Me he encontrado a un viejo de barba
blanca en un callejón del mercado y me ha dicho que me lo quedase… - dijo quedándose algo pensativo mientras revivía el momento mentalmente.
Billy sonrió, sin lugar a dudas esas se habían
convertido en sus mejores navidades. Juntos, en familia, decoraron el árbol de navidad con dibujos de bolas colores y muñecos. No necesitaban más.
Esa noche, cuando Billy se fue a meter en la
cama, notó algo debajo de la almohada. Cuando lo sacó vio que se trataba de su
segundo deseo, una bola de nieve con Santa Claus observando su casa. Así jamás olvidaría
que esa noche fue real y que los sueños, si uno quiere, se pueden hacer
realidad.
Dedicado a Sirley Zapata. :)