“Mamá,
de mayor voy a ser una emprendedora” le dijo cuando tenía cuatro años sin saber que eso sería justo en lo que se
convertiría. Nunca imaginó que la palabra emprender fuese a significar tanto
para ella.
Cuando
fue más mayor, fue a la escuela de aviación y ahora era una de las mejores
piloto de toda España y parte de Francia. Luego, comenzó a trabajar repartiendo
mercancías por todo el mundo con su Albatros, eso le encantaba, poder viajar y
volar sola, acompañada del silencio de los objetos que transportaba y así
explorar los cielos sin que nadie le dijese que se desviaba de la ruta comercial.
Con eso de las mercancías siempre tenía una excusa para emprender un nuevo
viaje, volar por el aire cual pájaro en libertad y descubrir nuevos países.
Un día,
a la vuelta de uno de sus viajes su pequeño avión comenzó a fallar. Se
encontraba sobrevolando el océano, agua, espuma y olas, nada más. Notó por el
ruido que hacia el avión que el motor se recalentaba, tenía que aterrizar pero
¿dónde? Siguió hacia adelante sin quitar la mirada del monitor y al poco rato
pudo ver como aparecía, como si fuese de la nada, una pequeña isla, al parecer,
no muy lejana. Ella sabía que más allá de la distancia de esa isla no iba a
llegar por lo que viró su avión hacia la derecha y se dirigió directa a tierra
a la vez que hacia un aterrizaje de emergencia. No tenía otra opción, tenía que
mirar qué le pasaba al motor.
Una vez
en suelo firme, al bajarse del avión, quedó extasiada ante la belleza y exuberancia
de la naturaleza, ya se había dado cuenta desde arriba, pues le costó bastante
encontrar un sitio medianamente bueno para aterrizar; pero ahora… estaba
embrujada por la magia de su alrededor. Dado que tenía que esperar a que el
motor se enfriase y el sol no había ni siquiera llegado a ponerse arriba,
decidió hacer una breve excursión por esas inexploradas y verdes tierras.
Preparó
su mochila con un poco de agua y algo de comida y se adentro en la fornida
selva donde había pájaros de todos los tamaños y colores que decoraban los
altos árboles; loros que cantaban, parloteaban y daban gritos de guerra; sapos
y ranas que saltaban de hoja en hoja croando y uniéndose a la música de la
madre tierra; monos que se balanceaban en las lianas y se acercaban sin ningún
tipo de pudor a observarla. Pero lo que más le impresionó fue que entre toda
esa espesa flora y abundante fauna, tras los árboles y las grandes hojas había
escondida una inmensa y ruidosa catarata que era, a su vez, armoniosa y
calmada. Una cascada cuya agua era cristalina, pura, brillante y fresca. Un
agua misteriosamente llamativa y es que dentro de ella habitaban cientos de
coloridos y brillantes peces.
Y ahí
se quedó durante horas, admirando la paz e imponente grandeza de la catarata y
toda la vida que a su alrededor emanaba.
Poco
antes de que cayera el sol decidió volver a su avión, pues aunque quisiera
quedarse más rato, no conocía el lugar como para atreverse a pasar la noche
fuera.
A la
mañana siguiente tenía planeado averiguar qué era lo que le pasaba a su
Albatros pero tras desayunar y salir de su avión al volver a respirar ese aire
de libertad decidió que su Albatros podría esperar un poco más. Comprobó que
tenía reservas de comida suficientes para unos días y se encaminó de nuevo,
selva a dentro.
Así fue
como transcurrieron varios días consecutivos en los que le daba importancia
secundaria a su avión y optaba por esa ‘nueva vida’. Hasta el tercer día en la
isla no se había dado cuenta de que ni siquiera había mirado su móvil y cuando
lo fue a hacer descubrió que no tenía cobertura como era de imaginar, pero no
le importó. Había comenzado a recolectar fruta y seguía explorando esas tierras
mágicas y desconocidas. Esas tierras de paz en las que había comenzado a
entender y crear su camino personal. Todos los días acababa el día en la
catarata donde se sentaba por largo rato a meditar aunque ella ni siquiera
supiera que lo estaba haciendo.
El
tiempo pasó y casi llegando al mes, ya prácticamente no le quedaba nada de
reservas y eso que había hecho mucho uso de las frutas de la selva. Un día algo
le hizo pensar que era hora de marchar, que la isla ya le había dado toda la
magia que necesitaba. Le había enseñado a conocerse mejor y disfrutar de la lejanía
de la sociedad, sin agobios, ni tecnología; sin estrés, ni competitividad. Por
lo que esa mañana decidió ver, por fin, lo que le pasaba a su avión y para su
sorpresa descubrió que tan sólo tuvo que ajustar un poco un par de cables y
arreglado. Decidió que saldría al día siguiente por la mañana.
Esa
noche, no podía dormir así que optó por salir a dar una vuelta y acabó yendo a
su catarata sin pensar que al acercarse podría observar el espectáculo más
impresionante que jamás habría podido imaginar. La catarata estaba iluminada por
diminutas lucecitas que parpadeaban, parecían estrellas caídas del cielo que
danzaban sin parar, pequeñas hadas que bailaban todas juntas y luego se
separaban. Y ella comenzó a moverse al son de las libélulas envuelta en ese aura
de magia. Los peces de colores brillaban más que nunca y saltaban, de vez en
cuando, fuera del agua para mostrar su belleza. Era como si de una fiesta de
despedida se tratase, como si la catarata y la isla entera supieran que era
hora de marcharse.
A la
mañana siguiente amaneció recostada sobre el musgo y tapada con una gran hoja
de un platanero. La magia se había escondido pero ella supo que parte de esa
magia, ahora, estaba en su interior.
Y así
es como dejó la isla y volvió a su vida de repartir mercancías. Cuando contaba
su historia, pocas personas le creían pues ella nunca quiso dar la dirección
exacta de su isla mágica. Y a decir verdad, ni ella misma la volvió a
encontrar, pues un par de años después quiso regresar y no hubo forma de dar
con ella, era como si hubiese desaparecido del mapa, como si el mar se la hubiese
tragado, y eso que antes de irse apuntó bien las señas para poder, algún día,
volver.
Por
mucho que lo intentó nunca regresó y se acabó dando por vencida hasta que un
día en el que sobrevolaba los mares con su pequeña niña de cuatro años, esta le
dijo “Mamá, de mayor voy a ser una emprendedora” y en ese momento,
justo en ese instante en el que su hija pronunció esa frase, en el monitor del
avión, como por arte de magia, apareció una pequeña isla. Una isla, que las
esperaba…
Sara soulmate... aquí tienes tu cuento :)
Sonia tus historias o cuentos,son cada vez más bonitos. Tendrías que juntarlos y editarlos en un libro de cuentos, para que muchas más personas pudieran disfrutar de ellos, y no sólo unos pocos privilegiados como nosotros.
ResponderEliminarMuchas gracias Anita! si esa es un poco la idea... veremos a ver si sigo recolectando palabras para escribir muchos más!
EliminarWow! Menudo final! Me ha encantado :)
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