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jueves, 31 de marzo de 2016

Fantasía. Esperanza. Nostalgia.

- Señor, ¿a qué tiene usted nostalgia? – le preguntaron los niños tímidamente y con la esperanza de obtener respuesta cuando le encontraron, como siempre, en ese viejo banco del parque sentado.

- ¿A qué tengo nostalgia…? – Se preguntó a si mismo reflexionando sobre el tema – os diré a qué tengo nostalgia si primero me decís vosotros porqué os habéis parado a preguntar, y qué os hace pensar que yo tengo nostalgia. Además… ¿nunca os ha dicho vuestra madre que no os paréis a hablar con extraños?
- Pero usted no es un extraño señor – saltó a la defensiva el más pequeño de todos – usted es el hombre del banco y todos los días que por aquí pasamos le vemos así, ahí, sentado…
- Mi hermano tiene razón y perdónenos por nuestra intromisión, simplemente quisimos preguntarle porque tenemos curiosidad por entender qué es la nostalgia, y bueno… a usted siempre le vemos con la mirada en el pasado, muy lejos de aquí; a veces sus ojos se tornan grises y lagrimosos, otras están llenos de alegría y se envuelven en un brillo especial, como si estuviese recordando algo muy alegre. – añadió el mayor.
- Sí, yo la verdad que dudaba un poco de que sus ojos pudiesen en algún momento mirar a la vida presente, tenía ganas de conocer el color de sus ojos de verdad. – le confesó el mediano de los hermanos.
El hombre no tuvo más remedio que sonreír ante esos tres hermosos niños que habían tenido la valentía de irle a preguntar y así poder saciar esa curiosidad innata de la infancia.
- Bien… - dijo él meditabundo – por donde podría yo empezar…
Los tres niños aceptaron su respuesta como una bienvenida y decidieron tomar asiento y ponerse cómodos para escuchar a qué tenía nostalgia y tal vez, entenderlo un poco más.
- ¿A qué tengo nostalgia…? Hacía muchos años que nadie me hacía una pregunta tan difícil, pues en realidad son demasiadas cosas como para poder contarlas en un momento. Como habéis dicho, viajo a mi pasado, ahí es donde siempre se esconde la nostalgia. Viajo a mi pasado, a esos días en los que mi amada estaba aún a mi lado; a esos lugares lejanos a  los que siempre me dije que volvería; a esos momentos en que se nos iban las horas del día riendo con los compañeros; a esos helados que vendían en la tienda de ahí abajo y que un día, sin más, cerró. Echo de menos jugar al pilla-pilla; esconderle a mi hermano una zapatilla; columpiarme en los columpios del parque hasta cansarme… Añoro la fantasía que durante muchos días envolvió mis días… - Y de repente se calló y se dijo “¿en qué estaría yo pensando? Son niños pequeños, seguramente para ellos nada de esto tenga importancia.” – Bueno, pues eso, ya os podéis hacer una idea de lo que es la nostalgia; ahora, volver al parque a jugar y a divertiros de verdad.
- Pero… ¡Yo quiero saber cuál es ese sitio al que siempre quisiste volver! – dijo algo inquisitivamente el mediano de los hermanos.
- ¡Y yo quiero que me cuentes cual era tu helado favorito y quiero saber si tu hermano llegaba a encontrar su zapatilla y dónde se la escondías!
- Y a mí me gustaría que me describieras cómo era tu amada… - dijo titubeante el mayor de ellos.
- Y también quiero enseñarte como me columpio y que me digas si lo hago bien, y si esos son los mismos columpios que tu usaste una vez. – interrumpió el más pequeño de nuevo.
- ¿De verdad queréis saber todo eso? – les preguntó el hombre algo sorprendido.
- ¡Sí! – contestaron los tres niños al unísono.
- Podemos volver mañana mismo. – dijo sensatamente el mayor de ellos al darse cuenta de que se estaba haciendo tarde y que tenían que volver a casa.
- Está bien, está bien… os contaré todas las historias que queráis escuchar pero a cambio quiero que vosotros me traiga cada día una pequeña historia creada de vuestra fantasía e imaginación.
Ellos se miraron no muy seguros de sí podrían hacer eso que el hombre les pedía pero finalmente dijeron “trato hecho” y los tres salieron corriendo gritando un alegre “hasta mañana”.
Al día siguiente la madre de los niños les acompañó pues quería asegurarse que la historia que contaban del hombre del banco era verdad y que los niños no le iban a molestar. Además les había preparado una cestita llena de sándwiches y magdalenas para merendar y ella misma la quería llevar.
A partir de ese día, todas las tardes de lunes a viernes, los cuatro se sentaban en el banco y durante horas, intercambiaban historias nostálgicas por historias fantásticas hasta que la luz de la tarde comenzaba a ocultarse.
El banco dejó de llamarse ‘El banco del hombre sentado’ para llamarse ‘El banco de los cuentos inacabados’ pues para saber el final tenías que regresar al día siguiente y simplemente escuchar.

 Dedicado con mucho cariño al tío Antonio

sábado, 26 de marzo de 2016

Hermana. Añorar. Distancia.

Y se fue.

Y me dejó solo.  

Desde que nací siempre habíamos sido cuatro y ahora… sólo tres nos hemos quedado.

La distancia de kilómetros se había abierto entre nosotros.

Ahora para vernos necesitamos cruzar el extenso mar en unn avión o un barco, aunque siempre elijo el avión porque va más rápido.

Y es que hasta el día que se fue; así, de repente; no me pregunté qué iba a hacer sin mi hermana, esa hermana mayor que tanto me daba la lata. Esa hermana mayor que siempre me apoyaba, me entendía y me escuchaba y ahora… simplemente no estaba.

Hoy por hoy sigo entrando en su habitación de vez en cuando, tan solo tengo que salir de la mía dar dos pasos y medio y girar a la izquierda… cuando entro, me sumerjo en su mundo, en esas cuatro paredes turquesa con manchas de color rosa y fotos, posters y carteles que hacen que recuerde su persona. Parece mentira que haga tres años y medio que se fue y en casa, en su habitación, su presencia lo envuelva todo.

Sé que en realidad siempre la voy a tener cerca, siempre va conmigo, y si la necesito no cabe la menor duda de que va a estar ahí. Supongo que tengo suerte de vivir en la época tecnológica que vivimos y podemos fácilmente acceder a las personas a través de Skype, Whatsapp o cualquier otra plataforma.

Pero aunque tenga esas facilidades no es lo mismo, siempre se echan de menos sus abrazos y risas, sus reconfortantes palabras, su locura innata… No puedo evitar añorar su forma de hablar enrevesada, su alegría que la caracteriza o sus ridículas manías.

Por eso, aunque sepa que siempre va a estar ahí pese a la distancia, me encanta poder contar con los dedos de una mano los días que quedan para que la vuelva a ver. Hoy, cuento cinco, pero mañana ya serán cuatro, cuatro días más de espera para poder darle un abrazo, uno de esos que a nosotros nos gustan, un abrazo eterno…



Para Darío, mi hermano pequeño.

viernes, 25 de marzo de 2016

Camerún. Infancia. Mujeres.

Estaban tan zerca a la vez que tan lejos…

Tan zerca de ellos mismos…

Tan lejos del agua potable, de esa agua que sale del grifo.

Tan zerca de las sonrisas verdaderas y de esa felicidad sin necesidad de aparentar.

Tan lejos de la contaminación global de la ciudad.

Tan zerca de la vida natural; de las playas, de los desiertos, de las montañas, de las selvas y las sabanas; y de esos animales bellos y salvajes que por esas tierras de oro andan.

Tan lejos de una infancia promocionada por la educación de los colegios; tan lejos de un simple lapicero. Pero también lejos de ese “cáncer” de las PlayStations y los juegos de ordenador, tan lejos de desperdiciar la tarde entera frente al televisor.

Y tan zerca de jugar con la imaginación, con sus amigos, de correr libres por los campos. Pero también zerca de una madurez precoz pues en casa todos ayudan por una vida mejor, allí no es ‘mamá’ o ‘papá’ el que hace todo por ti, ellos desde pequeños aprenden a vestirse, a colaborar con su familia y la vecindad. Y las mujeres son grandes guerreras pues luchan por sus derechos, por la educación de sus hijos y el bienestar de sus maridos. Se encargan de la casa, de la comida, del agua y de la leña… Luchan por aprender, luchan por saber, luchan por una vida mejor, en la que no se tengan que preocupar por el qué comerán. Y aunque tengan miedo, cada vez, poco a poco quieren dar la cara con más fuerza y que los hombres también las tengan a ellas en cuenta.

Viven lejos de una buena sanidad donde los medicamentos no les falten, donde haya remedio para todas las enfermedades; donde la higiene no sea un grave problema.

Pero viven zerca de la belleza real, de esa belleza que no necesita un espejo, seguir una moda o preocuparse del qué dirán. Su belleza natural.

Están lejos del materialismo, de la riqueza, del narcisismo. Lejos de acumular juguetes con los que nunca se juega, lejos de coleccionar millones de zapatos, bolsos y perfumes que ni siquiera te echas, pues todos los reservas, para un ‘momento especial’ un momento que según tus estándares nunca va a llegar…

Escuchan de zerca el cantar de la vida, la música de los tambores de la tierra; y la acompañan con las danzas de los ritos y ceremonias que en su poblado se celebran.

Viven lejos de un sueldo, de la riqueza del mercado del dinero y la política del empleo digno.

Pero a la vez, viven tan zerca de ellos mismos…

Tan Zerca... y tan Lejos…

...

- ¿Eso es lo que viste y viviste en Camerún? Y ¿Por qué no te quedaste allí?

- Eso es lo que en realidad te venía a decir... Ya tengo hechas las maletas, me voy, me vuelvo allí donde la humanidad humana todavía es real y de momento no está oxidada por esa sociedad que nos quiere manejar y no nos deja ni pensar con libertad. Siento que es allí donde me necesitan en estos momentos; necesitan personas que sean conscientes de lo que pasa en el mundo y que de alguna manera quieran ayudar a la vez que ser ayudados, pues aquí todo el mundo quiere respirar libertad. 

- Pues corre, no te detengas... no dejes que nadie te frene tu carrera. Y no te preocupes que aunque te vaya lejos, se que siempre te voy a tener zerca…

Dedicado a Zerca y Lejos, esa ONG que no para de correr por un mundo más justo.



martes, 22 de marzo de 2016

Esperanza. Hijo. Razón.

Hoy era, claramente, un día importante; hoy era, en términos oficiales, él día. Y pese a que fuese la segunda vez que lo revivía los nervios volvieron a apoderarse de él igual que lo hicieron la primera vez, unos nervios que le agarraban todo el cuerpo y hacían que el corazón se le encogiese en un puño de esperanza. “Todo irá bien” se repetía una y otra vez.

Ante el resto de personas su aspecto era calmado, tenía que mantenerse firme y sereno y pese que su razón le pidiese a gritos mantener la calma todo era en realidad, una máscara mundana. Paseaba de un lado a otro sin sentido ni destino, a veces sus pasos eran más largos de lo normal y otros cortos, a veces andaba rápido y otras se paraba a pensar con cada paso, como si se estuviese recreando en él y cuando le preguntaban algo tan sólo respondía “Todo va bien.”

Las horas cada vez pesaban más sobre sus cansados pensamientos y los nervios no parecían aminorar sino que por el contrario acrecentaban si parar y “¿Todo bien?” le volvían a preguntar.

Nunca, hasta esa vez anterior en la que vivió la parecida situación, pensó en la fuerza que las manos poseían, nunca hasta ese día recapacitó sobre esa energía que transmitían y es que en esos momentos de dolor y sufrimiento siempre su mano era bien recibida, la agarraba fuertemente y no le hacía falta ni decir “Ánimo, estoy contigo” para que ella lo supiera, para que ella le sintiera cerca y le recargase las fuerzas.

Y las horas se hacían eternas…

Pero de repente, en el momento menos pensado, esos nervios se convirtieron poco a poco en una especie de adrenalina, una emoción indescriptible que rebosaba por los poros de su piel y no sabía ni cómo conseguía mantenerse de pie. Parecía que pronto todo acabaría.


Tras locos momentos de confusión y alegría, cuando quiere darse cuenta un pequeño niño reposa en los brazos de su mujer, un pequeño bebé que le mira, ese segundo hijo deseado que por fin ha llegado...


Para Adrián, ese recién padre de su segundo hijo.

domingo, 20 de marzo de 2016

Lucha. Deporte. Educación.

¿Corro para huir? O ¿Corro para llegar? Quién lo podría adivinar, lo único que sé es que me hace no pensar, olvidarme por un momento de esa lucha que nunca termina, olvidarme por un momento de tratar de remendar y mejorar esa educación del día a día. Aunque ahora estoy pensando en ello, ¡calla!, ¡olvida! Fíjate en como el viento mueve las ramas haciendo que algunas de sus hojas se caigan balanceándose tímidamente hasta tocar el suelo. Observa como el río avanza sin detenerse y tú corres a contracorriente al igual que algunos de los patos que se sienten con fuerzas de enfrentarse a la corriente. Oye cómo los pájaros te animan con sus cantares al pasar y las ardillas te hacen la ola desde los árboles, o eso es lo que a mí me gusta pensar.

El sudor comienza a deslizarse por los poros de mi cuerpo y mis piernas empiezan cautelosamente a temblar pidiéndome que tal vez, deberíamos decelerar un poco. Pero hoy en especial necesito correr hasta que mi cuerpo no pueda más. Oler la naturaleza, oír mis rápidos pasos machacando la arena, uno, dos, uno, dos; ese trotar hacia ningún lado en particular.

Y al volver a casa, tras una hora y media sin pensar, tan sólo disfrutando de ese deporte que me ayuda a descansar mentalmente, la ducha caliente me espera. Y luego, vuelta a la lucha, a decidir que estrategias usaré al día siguiente para conseguir que ese niño preste atención; a planear las actividades con las que les voy a enseñar la ebullición o una nueva canción; a tramar la mejor forma de conseguir que esos padres dejen de llegar tarde; a corregir los ejercicios que tanto esfuerzo les supuso hacer el día de antes; a plantearles nuevos retos, nuevos desafíos; a dejarles elegir; a divertirse, a jugar, a pasarlo bien y disfrutar; a mostrarles que caminos pueden tomar, y a demostrarles que ellos lo podrán conseguir. Enseñarles que ellos mismos serán los que consigan todo aquello que se propongan. Que no están solos, que no tengan miedo, que el crecer es humano y es algo por lo que todos pasamos.

Los años siguen y veo cómo esos que una vez fueron mis alumnos crece, avanzan, les veo luchar por sus propias vidas; les veo caer y volverse a levantar.

Y hoy, es tan sólo un día más... Un día más de esa educadora lucha interminable que no me deja descansar.

- Profe, ayer me dijo mi padre que le vio correr por el campo ¿es que estaba jugando al pilla-pilla? – me dijo una de mis niñas

- Sí, justo eso estaba haciendo - le contesté sonriendo – jugaba al pilla-pilla…

Claro, cómo no me había dado cuenta antes, todo este tiempo pensando que cuando salía a correr estaba ‘huyendo’ o ‘queriendo llegar’ cuándo lo único que he estado haciendo todos estos años es jugar al pilla-pilla. “Pero ¿con quién?” Os estaréis preguntando; pues muy fácil, con el tiempo, con la sociedad, con la educación universal. Algunas veces es ella la que me pilla y me hace derrumbarme pero al día siguiente soy yo el que la alcanzo y no la dejo ni tocarme pues por muchos impedimentos que me pongan el gobierno, el currículo, el colegio o los padres, durante esas horas del día esos niños son míos, son mi responsabilidad y yo lucho por ellos y su bienestar, lucho por su aprendizaje académico, humano y moral. Y no hay nadie que eso me pueda robar.

Y ahora me doy cuenta, una de mis alumnas me lo ha tenido que chivar, 'jugar al pilla-pilla' es la clave de la vida y yo, no me voy a dejar pillar.

Para Victor, un gran luchador de la educación.

Zumo. Nieve. Amor.

Y dados de la mano paseamos por ese bosque encantado, ese inmenso bosque pintado de blanco. La nieve nos rodeaba, nos ocultaba el camino a seguir, a la vez que nos delataba ese camino que seguíamos, que nuestros pies pisaban; marcando nuestras huellas en la nieve, prohibiéndonos ser sigilosos, obligándonos a ser visibles ante los ojos de los otros...

Caminamos, hablamos durante horas, reímos a carcajadas haciendo que los pájaros de los arboles cercanos saliesen volando, piando, graznando y coloreando el cielo. Hicimos un gran muñeco de nieve, con su gorro, bufanda y guantes. Jugamos al escondite; nos tiramos en trineo, caminamos por un lago helado y nos revolcamos por la nieve y ahí, en ese momento, nos besamos; nuestros labios se encontraron, se chocaron accidentalmente a propósito, se rozaron; húmedos, calientes, secos y fríos. Y nos miramos, y nuestros ojos no se atrevían a parpadear por si aquello que vivíamos fuese a desaparecer; y nuestras sonrisas se dibujaron a la vez.


Quien me iba a decir que la iba a conocer tan solo hace unos días, cuando llegué a este mundo frío del norte. Casi nada más salir del aeropuerto, al cruzar un par de calles se chocó conmigo, iba mirando un mapa, y al chocarse y levantar la mirada una pequeña llama en mi corazón se encendió. Tras un intercambio de palabras de disculpa me dijo que estaba un poco perdida y daba la casualidad de que buscaba el mismo hostal que yo; así que juntos nos pusimos a la búsqueda y así es como comenzó nuestra historia de amor.

Tras un día perfecto entre un bosque nevado…

- Perdone, ¿quiere más zumo? – le dijo la camarera sacándole de su ensimismamiento.

- Eh… no gracias, estoy bien – dijo él a la vez que volvía su cabeza hacia el papel que tenia sobre la mesa. Tenía que concentrarse y terminar de rellenar esa solicitud de trabajo que le abriría las puertas de ese mundo nevado y… quien sabe, tal vez allá arriba esa chica de sus sueños, le estuviese esperando.


Para Lidia, quien sabe disfrutar de esos bosques helados.

sábado, 19 de marzo de 2016

Nieve. Casa. Gato.

La nieve no cesaba; caía sin prisa, despacio, bailando lentamente, pero a la vez caía sin pausa. Ese día, se había propuesto dominar los cielos y así pintar todos de blanco, los árboles, las casas y sus tejados los había cubierto de blanco cual eterna sábana blanca, cual nube de algodón caída del cielo.

Esa mañana, la casa había quedado vacía, pues la señora y el señor Cambalar habían decidido ir a pasar el día al poblado y  comprar reservas para un par de semanas, pues sabía que la gran tormenta se acercaba, lo que no sabían es que lo haría en ese mismo día y les haría tener que pasar la noche en una de las posadas del pueblo ya que les sería imposible volver a casa.

Ningún ruido, ningún sonido a parte del golpeteo de la nieve sobre los cristales. Una casa vacía en mitad de un bosque nevado, en mitad del todo blanco, en mitad de la nada; una casa vacía de respiración, de pasos y voces de los humanos; una casa dormida. Pero al cabo de unas horas la casa comenzó a despertar, un par de ojos se hicieron dueños de la casa, dos pares de pequeñas patitas que repiqueteaban por la madera despacio, explorando su alrededor y oyendo con curiosidad ese precipitar de los copos de nieve.

“Miow…” dijo Mr. Smith  para comprobar si alguien le contestaba y fue ahí cuando descubrió que estaba solo en la casa. “Bueno, ya volverán” pensó para sus adentros. Y se puso a corretear pues en los momentos que sus amos no estaban se hacía dueño de la casa, la protegía, la cuidaba y hacía todo aquello de lo que no podía disfrutar cuando los señores Cambalar estaban. Escaló todas las cortinas de la casa; hizo carreras saltando de mueble en mueble pues la regla principal era no tocar el suelo; se acicaló las uñas en las botas favoritas del señor Cambalar y jugó con el rollo de papel del baño, ese que nunca conseguía terminar. Al medio día se subió al “prohibido” sofá a echarse una larga siesta y al despertar se puso  otra vez a jugar cuando de repente la noche se le echó encima y sus amos aún no habían vuelto por lo que decidió subirse a la ventana a ver la nieve caer y bailar alrededor de los arboles. “¿Por qué tardan tanto?” se preguntó “Nunca he estado una noche solo.” Esa noche, se quedó dormido en la ventana, arrastró hasta el poyete su pequeña manta y se acurrucó con la mirada hacia fuera, esperando ver los focos de luz de los faros del carruaje de sus amos o escuchar el relinchar de los caballos. Pero a la mañana siguiente nadie apareció, ni en los días sucesivos por lo que el pequeño Mr. Smith decidió planear sus días de independencia. A partir del segundo día comenzó a dormir en la cama de los Cambalar ya que era muy cómoda; tras varios intentos consiguió abrir la nevera pues su tripa le pedía algo de comer; también consiguió abrir la taza del váter y beber agua sin caerse al interior.

Siempre algunas horas del día se sentaba en la ventana, observando esa incesante nieve que rara vez paraba. Algunos de los animales de fuera se aproximaban a la casa, pájaros, renos y algunos alces que por ahí rondaban. Y como no había ninguna presencia humana, tranquilamente se acercaban a la ventana y saludaban al gato de la casa, pues así lo llamaban.

Tras un mes y medio de independencia gatuna, un día cuando se estaba echando la siesta en su sillón oyó el relinchar de un caballo y corriendo a la ventana se asomó. ¡Ahí estaban! ¡Sus dueños regresaban! Y nunca olvidará esa cara de sorpresa que pusieron cuando le vieron, pues nunca hubiesen esperado que después de tanto tiempo, sin poder regresar a causa del temporal, pudieran encontrarlo tan feliz y contento, como si se tratase de aquel día que se fueron. Le abrazaron entre ronroneos y dulces caricias entre sus brazos.

A partir de ese día, algunas cosas cambiaron en sus rutinas pues ahora Mr. Smith podía echarse la siesta en el sillón; comía todo tipo de comida que él mismo elegía y de vez en cuando se hacía una bolita en la cama sin que le dijesen nada y también tenía permitido subirse a la ventana, esa ventana desde la que saludaba a sus amigos, los cuales no habían dejado de irle a visitar en aquellos momentos en los que los Cambalar no les veían, pues para ellos seguía siendo la casa del gato que se asomaba a la ventana.

Para Aurori, esa gran amante de los gatos.

lunes, 14 de marzo de 2016

Magia. Amor. Miedo.

- ¿Tú crees en la magia? ¿En los duendes y en las hadas? ¿No eres un poco mayorcita ya para creer en esa clase de tonterías? Mira tu país, bombardeado cada día, con gente que se muere por las esquinas, niños hambrientos y desnutridos y tú pensando mundos imaginarios sin motivo. ¡Despierta! ¿O es que no ves la realidad? Ahí fuera no hay ningún unicornio que te vaya a venir a salvar, ni enanitos que te vayan a regalar ese oro o diamantes preciosos que hayan sacado de sus minas secretas. ¡No! ¡Nada de eso existe! Y tarde o temprano, te darás cuenta...

- Deja a la muchacha en paz de una vez. No tiene nada mejor que hacer… Es mejor que se quede en ese mundo propio que tiene a que salga de él y la realidad le pegue tan fuerte que no pueda soportarla. Ya hemos perdido demasiados niños, el miedo les ha corroído, les ha hecho llevar una falsa coraza de valentía, haciendo creer al mundo que eran capaces de darle la cara a esta cruda y ciega vida. Y lo hicieron demasiado pronto, enterraron su inocencia, ese niño infantil que llevan dentro, enterraron el amor por la vida y ahora solo miedo, odio e ira es lo que sus ojos emanan…

-No pasa nada, yo les ayudaré a volver a ver la magia. – dijo la niña a la vez que dejaba la sala y se iba a su cuarto mágico, un cuarto lleno de goteras y telarañas, de gritas y ruidos de la vieja madera, un cuarto que para ella se convertía en una salvaje selva, donde había cataratas, animales mágicos y una fresca brisa que hacía que la selva estuviese más viva.

-Esta niña… ¿Cómo la voy a dejar en paz? Algún día tendrá que ver la realidad pese a todo lo que tú dices… ¿Cómo piensa ella ayudar al resto de los niños de la calle a volver a ser niños…? Eso ya es imposible...

- Ya se las apañará.

Y así hizo, con una tiza de color rosa y otra de color verde, las últimas que le quedaban, se tiro toda la noche dibujando y al día siguiente a primera hora de la mañana salió a la calle a buscar a esos niños sin cama pero que dormían profundamente, escondidos en sus ‘cabañas’. Y sin despertarlos, con mucho cuidado, les dejaba un trocito de papel al lado… Un papel que al rato encontrarían, un papel con un pequeño unicornio dibujado que les haría sonreír un rato. Pero lo que no sabían era que ese pequeño papel era una marca, una señal que la niña les dejaba. Una símbolo que haría que la magia volviese a brillar en sus ojos.

Una vez que repartió todos sus pequeños dibujos llenos de ilusión se fue a su casa pues tenía mucho que preparar. Esa noche, cuando todos estaban dormidos saltó por la pequeña ventana de su habitación ya que la puerta de la entrada estaba cerrada por el miedo. Una vez fuera se fue a su pequeño establo y allí estaba, su unicornio personal ese que le acompañaría a visitar una vez más a esos niños perdidos con ganas de olvidar la realidad. Todos ellos aun andaban despiertos, pues seguían intrigados sobre los misteriosos dibujos con los que habían amanecido, algunos habían hablado entre ellos mientras que otros habían permanecido al resguardo del frió pensando qué significaría para ellos mismos.

Y cuando lo vieron, las palabras se les enmudecieron. Los ojos les comenzaban a brillar una vez más. La sonrisa se asomaba temerosa en sus caras de asombro pues no querían despertar de ese sueño que parecía tan real y a la vez… tan irreal. Y ahí estaba, entre las sobras y las luces de la noche, un unicornio como el de su dibujo, una señal de esperanza, un símbolo de amor puro y locura infantil. Y las lagrimas comenzaron a recorrerles las mejillas, pero no por tristeza, sino por alegría, por volver a sentir esa mágica emoción que sintieron antes, por volver a ser niños, aunque fuera por un día.

Esa noche, cuando el unicornio desapareció, ninguno tuvo pesadillas, sino por por el contrario, soñaron con un mundo mágico por el que un unicornio rosa y verde, surcaba los cielos, y todos vivían en casas de caramelo.

Y ella volvió a su casa, escaló por la ventana y se durmió abrazada al cuerno de su caballo, ese cuerno mágico que le convertía en un unicornio para los ojos de todos aquellos que lo quisieran ver.

¿Y tú? ¿Qué prefieres ver?

Dedicado a Marta Navarro Alvarez.

sábado, 12 de marzo de 2016

Amistad. Familia. Vida.

Hay tres cosas en la vida que son esenciales. Dos de ellas son muy fáciles y seguro que antes de que te las diga ya las has adivinado ¿Lo estás pensando? Sí, correcto, la familia, y lo amigos.

La familia te marca esos primeros pasos de tu existencia. Tú no la puedes elegir, es donde te ha tocado vivir y con quién te ha tocado nacer. Podría decirse que algunos tienen más suerte que otros, pero a fin de cuentas tu familia es tu familia, es esa que te cría, que se encarga de ti en los primeros momentos de tu vida, son esas personas que te han ayudado a construir las primeras bases de tu persona. Cuando te vas haciendo mayor, las relaciones con la familia pueden ser mejores o peores pero siempre seguirá siendo eso, tu familia; un título permanente que adquieren el día de tu nacimiento. Y en algún momento de tu vida decidirás comenzar a formar tu propia familia, sin olvidar esa que antes tenías, haciendo que a ese árbol vital le crezcan más ramas, nuevas flores y frescas hojas llenas de vida y colores.

Y con los años, va apareciendo la palabra amistad en tu vocabulario, ese amplio concepto aplicable tanto a los amigos como a la familia.

Porque los amigos, son esa ‘familia elegida’, esas personas que llevan largo camino acompañándote en tus aventuras y locuras o esas otras que descubriste no hace mucho tiempo, pero que una bonita conexión entre vosotros, hizo que se convirtieran en amigos. Hay amigos permanentes y amigos del momento; amigos de la mirada y amigos de secretos; amigos de lágrimas y amigos de risas; están los amigos de biblioteca y los amigos de salir de fiesta; y entre todos tus amigos hay unos que son especiales, esos que sabes que siempre, pase lo que pase, van a estar ahí, esos que les dieron forma y fuerza a la palabra amistad, y forman parte de esa, tu ‘familia elegida’.

¿Ya has pensado cual es la tercera y más importante esencialidad de tu vida? La estás, en cierto modo, tocando, viendo, oliendo y definitivamente, sintiendo. Sí, eres tú, tú mismo, tú y tu reflejo. Tú eres lo esencial de tu vida y eso que no debes perder de vista ni un momento. Porque para que el resto de cosas de tu alrededor funcionen tienes que funcionar tú, quererte, mimarte, cuidarte y hacerte sentir bien. Date caprichos a ti mismo cuando el cuerpo te lo pida, dedícate una sonrisa, disfruta un buen cuento, admírate a ti mismo mirándote al espejo, porque tú eres lo más valioso que tienes, tú eres la pieza de engranaje que hace que tu mundo funcione; en definitiva, tú eres el punto de encuentro de ti mismo. 

- Y tú, mamá; ¿cómo sabes que esas son las tres cosas más importantes de la vida? – preguntó el pequeño niño en un susurro y ojos soñolientos.

- Yo no lo sé, y tú ya lo descubrirás cuando vayas creciendo y pasando por todas esas etapa que la vida te prepara en la que el amor siempre estará presente; el amor hacia tus amigos, tu familia y hacia ti mismo. Y ahora vete a la cama que ya es tarde y sé que mañana otra gran pregunta se te ocurrirá.


Y con cuidado le tapó y le acarició dulcemente la cara apartándole un mechón de ese cabello desordenado y rebelde de niño que cuestiona y pregunta curioso, sobre cómo la vida funciona.


Dedicado a Magdalena, que estoy segura de que ya conocía esas tres esencias de la vida.

viernes, 11 de marzo de 2016

Libertad. Inocencia. Camino.


Para Alba, nunca pierdas la inocencia que forma tu camino de libertad.

Una casa de cristal, una casa llena de luz. Una casa sin puertas ni ventanas. Una casa en la que estás encerrada y a través de ella ves la libertad pasar a tu alrededor, los arboles crecen al aire libre sin que nadie les diga hacia donde tienen que dirigir sus ramas; las flores nacen por doquier y los pájaros cruzan el infinito cielo azul sin un rumbo definido. Hay días que la nieve comienza a caer y como por arte de magia, traspasa los cristales de tu casa y tu bailas, acompañas a esos tímidos copos de nieve que caen lentamente rozándote la cara.

La gente que pasa cerca te observa, sienten curiosidad por esa niña encerrada en la casa de cristal, con su vestido de princesa de cuento, siempre preparada para la actuación, preparada para bailar. Y ahí estas con esa dulce cara, suave, blanca, de porcelana. Con esos grandes ojos azules que muestran la inocencia de la infancia. Con esa melena de oro que siempre llevas recogida en un moño, pues no quiere que le estorbe a la hora de bailar. Y en tu cara siempre dibujada esa tierna sonrisa de felicidad obligada.

Y los días pasan y tú sigues observando el mundo desde dentro de tu casa de cristal y aun así siempre te muestras feliz. Feliz con tu mundo conocido, feliz en tu jaula acristalada…

- Pero que has hecho niña. ¡Has roto la bola de cristal! La has dejado caer de tus manos, ahora la tendrás que pagar.

Y sin decir ni una palabra saqué las monedas que había estado ahorrando durante semanas y se las entregué al hombre barbudo del parque, ese hombre que siempre se paraba a vender viejas cosas cerca del estanque.

- Gracias, pero ahora tendrás que recoger todo este desastre de cristales y nieve. ¿O es que vas a llevarte sólo la muñeca de dentro?

- Lo siento por el desastre causado, pero necesitaba liberar a esa pobre niña de su casa de cristal, hacerla ver que no hay príncipes encantados que la vayan a rescatar, ni que viviendo las cosas desde la ventana uno puede caminar, saborear la vida, coleccionar experiencias imprevistas y dejarse llevar a donde el viento te quiera transportar como uno de esos pájaros que por el cielo, libres, vemos volar. La quería enseñar que tienes que ser tu mismo el que decida la senda para formar tu camino…

Y en ese momento en el que me alejaba del estanque comenzó a nevar y yo me puse a bailar, con mi muñeca en libertad en la mano y dejando que los copos de nieve danzaran a nuestro lado.





jueves, 10 de marzo de 2016

Amor. Felicidad. Alegría.

Para Anita, aquí tienes tu cuento.

La lluvia era tan fuerte que mi caballo se encabritó, reculaba, daba vueltas sin parar, no había forma de saber a dónde ir pues no había manera de poder verlo. Me bajé del caballo e intenté calmarle, le susurré al oído, le hice saber que estaría a salvo.

Tras horas caminando bajo la lluvia y tirando de las riendas una luz parpadeó entre la nada. ‘No te apagues’ pensé para mis adentros. Y así es como acabe llegando a una humilde casa de madera y sin duda alguna, llamé a la puerta.

Tras la vieja y pesada puerta de madera aparecieron tres cabezas. Tres hermanas sorprendidas ante la inesperada visita. Al principio no sabían ni que decirme, luego una de ellas me preguntó si quería pasar y las otras dos se apartaron abriéndome paso.

Era una casa maravillosa, nunca hubiese imaginado que en mitad de ese alejado páramo encontraría una casa llena de magia humana. Las paredes estaban pintadas de todos los colores, había flores de mil olores en jarrones de formas extrañas. Cuadros que colgaban en las paredes de manera desalineada, uno de ellos llamó especialmente mi atención pues tenía dibujado un gran árbol de la vida con todos los tipos de verdes que puedas imaginar y tres pájaros que revoloteaban por encima. Por toda la casa había cosas que colgaban del techo, cosas como estrellas y  atrapasueños.

Me dejaron ropa seca para cambiarme, esa ropa que una vez fue de su padre y luego me invitaron a sentarme cerca de esa gran y humeante chimenea encendida.

Esa noche fue una noche mágica que en realidad no puedo casi recordar, pues pasó como un suspiro entre las voces y las risas de esas tres hermanas bailarinas de la vida. Saltaban de un tema a otro sin orden ni dilación; danzaban alrededor de la casa y llevaban siempre la sonrisa marcada en su cara. Eso si, cuando les pregunté por sus nombres, calladas se quedaron y como si de un juego se tratase me aseguraron que no me lo podían decir, que tenía que ser yo mismo el que los adivinase. Me contaron que ellas no podían pronunciar sus nombres porque si lo hacían dejarían de ser quienes eran y les pasaría como a su herm… y ahí se quedaron, no me dio tiempo ni a abrir la boca cuando ya habían desaparecido en sus alcobas.

Y los días iban pasando casi sin que me diese cuenta. Esas tres hermanas me tenían absorto en esa burbuja de amor, felicidad y alegría que dentro de la casa tenían.

Una tarde, decidí salir de la casa, pues quería ir a ver a mi caballo blanco, que según ellas me decían, le habían estado alimentando; y yo sin más las había dejado, pues andaba demasiado absorto en adivinar sus nombres. Pero esa tarde una piedra chocó contra el cristal de la ventana, haciendo una pequeña grieta, una grieta por la que el aire fresco se coló y me acarició la mejilla; lo que me hizo querer respirar más de ese aire, pues de repente me sentí enclaustrado en esa casa de cuento. Y también me hizo recordar a mi caballo y querer ir a verlo. Pero para mi sorpresa cuando fui a abrir la puerta, la encontré cerrada  al igual que las ventanas. ‘¿Cuánto tiempo llevo encerrado aquí dentro?’ me pregunté para mis adentros. No tenía concepto del tiempo y al pensar eso miré a mi alrededor, sin poder encontrar ningún tipo de reloj. Lo que si vi, que antes no me había fijado, es que el cuadro del árbol de la vida había cambiado, se veía más mustio y unas cuantas hojas estaban caídas. ‘¿Qué estará pasando?’ me cuestioné a la vez que observaba que pese a ser tres hermanas había cuatro juegos de todas las cosas de la casa; cuatro sillones, cuatro platos, cuatro vasos, cuatro camas y hasta cuatro pares de zapatos. Lo que me hizo pensar en aquella frase en la que se quedaron a medias cuando les pregunté por sus nombres ‘¿No sería que en realidad eran cuatro hermanas?’ De repente me empecé a desesperar y quise salir de la casa, pensé en mi caballo ‘¿Cómo es posible que le haya abandonado tanto?’

Tras algunos intentos de abrir las ventanas o puertas las hermanas aparecieron en la sala “¿A dónde te crees que vas?” me dijeron las tres a la vez “Deberías adivinar nuestros nombres de una vez. A qué esperas, los queremos saber.” Me dijeron con unos ojos que nunca antes las había visto, unos ojos en los que el amor, la alegría y la felicidad se les había borrado de la mirada. Y en ese momento un estruendo de cristales rotos acompañados de un relincho hizo que nos diésemos la vuelta. ¡Ahí estaba mi caballo! Sin más dilación salte por la ventana a la vez que odia sus palabras envenenadas… “Ya te dije yo que no lo teníamos que haber dejado escapar, teníamos que haber acabado con ese caballo blanco.”  Un grito de odio desgarrado me persiguió hasta la ventana pero luego ahí se quedaron encerradas. Mirando, observándonos… maldiciendo a su hermana.

Y es que sobre mi caballo una bella chica me esperaba, me ayudó a subir y sin decir palabra cabalgamos durante horas, alejándonos de esa casa encantada.

Una vez que paramos me contó quien era, me dijo que esas eran sus tres hermanas y que eran hechiceras. Que atraían a hombres perdidos con el tintineo de la luz y les hacían quedarse allí hasta el día que adivinaban sus tres nombres… ese día, absorbían su vida y ese árbol que decoraba el salón volvía a renacer, mostrando sus verdes ramas. Ella era la cuarta hermana, la pequeña, esa que fue desterrada cuando su padre las dejó, pues pensaban que no la necesitaban ya que no encajaba con sus nombres; cosa  de la que ella siempre se alegró.


“Tu caballo llegó hasta mí suplicando mi ayuda, te tiene un gran aprecio. yo fui la que rompió el cristal en un primer momento. Siempre que veo hombres por el páramo intento desviarlos en otras direcciones pero esa noche de tanta lluvia… me fue imposible verte.” Me dijo casi a modo de disculpa. Yo aun no daba crédito a lo que oía y me di cuenta de que hacía tiempo había adivinado los nombres de las tres hermanas, Alegría, Amor y Felicidad; todo aquello que pretendían reflejar. ‘¿Cuál es tu nombre?’ Le pregunté a la cuarta hermana. Y en un susurro me dijo: Saravá.


martes, 8 de marzo de 2016

Luna. Meditación. Equilibrio.

Noche estrellada, pero tú no te das cuenta. Estás encerrada. Vives demasiado atareada como para fijarte en ese cielo parpadeante, ese inmenso techo que nos cubre, que siempre está presente y se ha vuelto tan común a tus ojos que ni te percatas de que está ahí; constante a la par que cambiante y variante. Porque tú, estás encerrada.

Las horas de tu día rutinario pasan rellenando formularios; corrigiendo trabajos; comprobando cuándo ponen esa serie que tanto te gusta en la tele, ‘¿son los miércoles o los jueves?’; haciendo la comida de mañana; dándole vueltas a los problemas que tiene tu hermana; tratando de mantener la casa organiza pero que por mucho que lo intentes ves que no lo consigues y lo dejas para mañana. Y así pasa tu día, demasiado agobiada como para prestar atención en esos pequeños detalles que nos rodean.

Vueltas y más vueltas te da la cabeza. El despertador suena y el día comienza…

Al volver a casa, miro por la ventana y ahí vuelve a estar esa inmensa noche estrellada, pero hoy, algo especial me dice que la observe, que la venere… Por unos momentos mi yo organizado y responsable me dice que tengo mil cosas que hacer pero… ¡Basta! Necesito salir de casa, respirar aire fresco. Sí, por si no te has dado cuenta, de mí misma hablaba, de ti mismo, de vosotros, de nosotros.

Una vez fuera, corro de manera alocada, trato de encontrar un sitio oscuro para poder observar esa oscura capa estrellada, pero en mitad de la ciudad, entre todas esas luces cotidianas se convierte en misión imposible…

Y ahí es cuando una idea loca se cruza en mi cabeza. Entro en casa, cojo las llaves del coche, me pongo el abrigo y me voy. ‘¿A dónde?’ ‘¿A dónde estoy yendo?’ Mi mente se queda en blanco… Conduzco en silencio, ni siquiera pongo la radio. Tras veinte minutos llego al lugar perfecto. No luz, ni ruido artificial, solo una montaña, algunos árboles e infinita oscuridad…

Una oscuridad clara, una oscuridad no oscura; una oscuridad que se estremece ante la belleza de la luna. Una luna imponentemente relajante, una luna que muestra su humilde grandeza y su simple belleza. Cierro los ojos y aun así la veo y siento como su brillo me recorre todo el cuerpo, hace que sea ligero y mi mente se deja llevar, abandona la lógica y la preocupación ilógica. Todo mi cuerpo se sumerge en la meditación, en una meditación guiada por el susurro de la noche, por el tintineo de las estrellas, por esa carismática luna.

Y es que a veces ese equilibro interior se nos desequilibra de manera desequilibrada y no nos damos cuenta hasta que el desequilibrio te desequilibra y hace que te caigas.

Yo estaba desequilibrada y tras largo rato sentí como mi cuerpo relajado volvía a encajarse, volvía a construir mi propio puzzle. Sentí cómo mi equilibrio interior se equilibraba y volvía a valorar la grandeza de las cosas pequeñas que la vida nos regala.



Para Marina, esa gran observadora de las bellezas de la vida.

lunes, 7 de marzo de 2016

Pompas. Chocolate. Amigas.

- ¿Qué haces aquí? Te dije que no vinieras, que estaba bien. Sólo necesito un poco más de tiempo y me recuperaré. No quiero amargaros el día con mis llantos y poca alegría. Es sábado vete a buscar al resto y pásatelo bien. Yo veré una peli y me haré algo de comer… Me quedo aquí, en casa. Vete, estoy bien.

- En serio me preguntas ¿qué hago aquí? ¿De verdad piensas que te voy a dejar así? No voy a ir a buscar a ningún resto, tú eres la que me necesita en estos momentos. Mira esas pintas que me llevas, estoy segura de que no te has quitado esa bata horrenda en días al igual que ese moño de pelo estropajo que te has colocado ahí arriba. Estás pálida y en tu cara no se ve ni un atisbo de vida y llevas ignorando mis constantes llamadas noche y día. Por lo que ahora déjame entrar en esa olorosa caverna que tienes por casa.

Y sin más miramientos, la aparto hacia un lado y entró con pisada firme en el salón con cara de sorpresa y asco pues nunca se podía haber imaginado que alguien pudiese en cuestión de semanas convertir su casa en un vertedero humano. Sin dilación se dirigió hacia el baño y encendió el agua caliente de la ducha. Se dio la vuelta y ahí estaba, parecía un ente que poco a poco se apagaba.

- No debí esperar tanto, tendría que haber roto antes ese ‘periodo de respeto por la soledad’. Ahora métete en la ducha y date prisa. Que tengo planeado un gran día.

- Pero…- comenzó a replicar y no le dio tiempo a decir nada más pues su amiga ya había salido del baño con un montón de rollos de papel higiénico terminados en la mano. Y como no tenía ni fuerzas para discutir se metió en la ducha.

Mientras, la casa iba pareciendo otra. Ya estaba puesta una lavadora, los clínex que deambulaban por todos lados habían desaparecido, la cama estaba hecha y las ventanas abiertas, los platos lavados y la cocina limpia y lo mejor de todo, un rico olor a tostadas recién hechas inundaba la casa.

- Sabes que no tienes porque hacer todo esto… Lo iba a hacer yo luego… - dijo con cara sorprendida y voz dubitativa mientras cruzaba la puerta de la cocina.

- Ya sé que no tengo porque hacerlo, quiero hacerlo. Hoy me apetece pasar un día con mi amiga, que lo echo de menos. Ven, vamos a desayunar algo, he traído zumo de naranja y algunos donuts. Por cierto, ya te ves mucho mejor, lo que hace una ducha eh…

Y se sentaron a desayunar sin intercambiar muchas palabras. Disfrutaron de ese desayuno en compañía, no les hacía falta más.

- ¿A dónde me quieres llevar? ¿Qué ropa me tengo que poner?

- Ya lo verás. Ponte la ropa que quieras, con la que estés más cómoda. – Pero al ver la mueca dudosa de su amiga, añadió – venga, vamos a ver que tienes en el armario.

Unos vaqueros y una camiseta con un jersey encima. Algo tan fácil como eso. Y juntas salieron por la puerta de esa caverna que volvía más a ser casa.

Tras media hora de en el coche se dirigieron hacia la entrada de un parque natural.

- Nunca he estado aquí antes.

- Lo sé. Por eso te lo voy a enseñar.

Pasearon durante horas hablando de todas las cosas, recordando momentos pasados en los que la tripa les acabó doliendo a causa de la risa, circunstancias curiosas que juntas habían pasado y también aquellos días en los que por algo se habían enfadado. Se sentaron en la cima de una colina y desde allí arriba pudieron contemplar toda la ciudad.

- Mira lo que he traído para completar el día - dijo a la vez que sacaba de su bolso dos pomperos y una gran tableta de chocolate.

Las dos rieron a carcajadas y se tiraron toda la tarde jugando con las pompas de jabón y viendo como volaban a su alrededor y el viento las empujaba ayudándolas a viajar por los cielos de la ciudad. A veces conseguían juntar dos dándoles así la forma de un corazón y cuando querían descansar saboreaban el ese delicioso chocolate mientras observando el atardecer que caía sobre los tejados de las casas.

- Gracias, hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien y disfrutaba del momento. Ha sido como cuando éramos niñas y nos tirábamos el día entero persiguiendo esas pompas de jabón. Hoy me has hecho volver a recordar quién soy. – dijo cuando se bajaba del coche a la puerta de su casa.

- De nada, para eso están las amigas. – le respondió con una gran sonrisa.



Para Sara Ita, sé que tú bien valoras la belleza de la amistad.