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miércoles, 2 de marzo de 2016

Suerte. Alegría. Tranquilidad.

Otra noche que escondía las lagrimas bajo la almohada. “Todo irá bien…” fueron su últimas palabras. Y día tras día ella desesperaba, se arrastraba por la casa, esa casa que cada vez más le pesaba, esa casa que cada día era más oscura, era como si la luz evitase entrar por la ventana. Una casa de habitaciones llenas de polvo, polvo de recuerdos y un pequeño fuego que poco a poco se apagaba y expandía las cenizas por la alfombra en la que ellos siempre se tumbaban. La agonía le ahogaba día tras día y aun así ella tenía que ponerse esa máscara de mujer feliz y salir a la calle un día más. Ir a trabajar y reír de esas bromas que sus compañeros hacían cuando ella ni siquiera las oía. Su mente se encontraba lejos, muy lejos de la vida real, vivía atrapada en la memoria de esos años pasados y de vez en cuando soñaba con ese día, el día que todo volviese a la normalidad… Pensaba en su caminar en su fuerte olor a tabaco de pipa, a esas manos que le rodeaban cuando estaba desprevenida…

Una tarde después de trabajar, se sentó en un banco de un parque a observar la vida pasar. No le importó mucho que fuese invierno pues en ese momento no sentía nada, era un cuerpo sin alma, un cuerpo lleno de incertidumbre, un cuerpo vacío de vida. Esa tarde en particular no quería llegar pronto a casa pues había oído que era época de ‘la llamada’, la llamada de puertas que siempre iban acompañadas del grito desgarrado de un amor fusilado. Tan sólo de pensar en esa idea las lágrimas se le escurrían por las mejillas y seguían ese curso que habían formado al derramarse día tras día. Permaneció allí sentada, en ese frío banco, llorando sin disimular y mirando hacia la verde hierba sin más. De repente algo la llamó la atención y es que entre las hebras largas y verdosas asomaban cuatro pequeñas hojitas redondeadas. Se quedo fijamente observándolo y descubrió que se trataba de un trébol de cuatro hojas, de esos que dicen que te dan suerte si los encuentras. Las horas pasaron y a ese trébol llamado esperanza se quedó mirando. Antes de irse a casa lo cogió,  se lo puso en los labios y le susurró, luego se lo guardó en la cartera…

Tres días más tarde, cuando cansada llegaba a casa después de una larga jornada de trabajo una visión se le apareció en la puerta de su casa. Alguien estaba ahí de pie, esperándola… ¿Sería la hora de su llamada? Al principio se quedo paralizada, sus piernas no respondían y su corazón empezó a temblar de terror cuando vio que ese cuerpo uniformado comenzaba a caminar en su dirección. Cerró los ojos muy fuerte, no quería ver lo que le esperaba y es que pese a los años en los que se podría haber mentalizado llegado el momento se vio rota como una fina copa de cristal cuando se estalla contra el suelo y se rompe en millones de pedazos.

Sacando fuerza de no sabía muy bien donde fue abriendo poco a poco los ojos y lentamente fue enfocando esa figura caminante. De repente algo le hizo explorar un raro sentimiento pues comenzó a reconocer ese caminar, esa mirada que le penetraba y hizo que su corazón latiese con más fuerza que nunca, intentó pronunciar ese nombre enterrado durante años pero su voz le temblaba. Y por primera vez en mucho tiempo volvió a saber lo que era la alegría. Su cuerpo se empezó a tambalear, sus piernas comenzaron a responderle y tras caminar unos pasos tanteando ese suelo asfaltado, como temiendo que no fuese real, sus brazos se abrieron y sus piernas corrieron, corrieron hacia ese amor reencontrado, hacia ese amor eterno. Y una vez que él la volvía a tener entre sus brazos su corazón pudo finalmente sentir tranquilidad y se prometió a si misma que nunca más le dejaría marchar.

Cuento hecho con las palabras de Carlos del coro de mamá. :)

3 comentarios:

  1. lo que haces es magia <3

    Ahí van mis tres palabras, para cuando tengas un ratito
    Tejados, lunares, Estambul

    muchos besos

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  2. Muchas gracias. Espero que la espera de ti cuento no se te haga muy larga. :)

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