De pequeño se
pasaba el día en la playa, metía los pies en la fría y salada agua. Le gustaba
ver cómo sus pisadas se quedaban marcadas en la mojada arena, definía su
caminar. Se ponía a correr o a saltar despacio y al girarse podía ver esas
marcas de sus pequeños pies, todas distintas, pues cada paso que damos en la
vida es distinto al anterior. Día a día formaba su camino hasta que una ola más
fuerte que las demás, llegaba hasta sus huellas y las borraba, las deshacía,
las enterraba bajo la arena; era como si nadie nunca antes hubiese pisado ese
trozo de tierra… Desaparecían de la existencia, el mar se las tragaba y se las
llevaba a las profundidades. Esas huellas robadas.
Un día decidió
hacerle una pregunta a ese pretencioso y osado mar, que le robaba sus pisadas
sin preguntar. Escribió su pregunta en un papel y después de enrollarlo lo
metió en una botella, una botella que esa misma tarde lanzó al mar, tras marcar
su camino y observar cómo una ola lo borraba una vez más. Y ahí se quedó,
sentado en una roca, mirando cómo su botella se alejaba más y más, dirigiéndose
hacia esa línea del fondo que delimita el final del mar. Su madre siempre le
decía que eso no era así, que ahí el mar no terminaba, que tan sólo era un
efecto óptico que la curvatura de la tierra hacia y él, no se lo creía. Y allí
se quedó mirando hacia el horizonte y soñando que algún día él mismo lo
comprobaría.
Los años fueron
pasando y la botella nunca regresó hasta el punto que se olvidó de ella y de
esas huellas que se borraban en la arena. Se acabó convirtiendo en un marinero,
fuerte y corpulento. Le llamaban “el pirata” pues no había criatura marina o
terrestre que se le resistiera además del añadido de que tras un accidente que
tuvo; una noche de fuerte tormenta en la que la mitad de su barco fue
destruido; perdió un ojo y desde entonces lleva un parche puesto para ocultar
la horrible cicatriz de un ojo muerto. “El pirata” vivía para navegar, para él
su casa era el mar y aún recuerda ese día en el que partió para perseguir ese
sueño que tenía de pequeño y descubrir que se ocultaba tras esa línea del
horizonte.
Tras idas y
venidas acabó formando una familia que siempre le esperaba en tierra firme. En
uno de esos largos viajes en la mar decidió regresar un tiempo a casa pues cada
vez se sentía más cansado y los años le comenzaban a pesar. Iba con su catalejo
pegado al ojo y tras gritar “Tierra a la vista” pudo ver que en la playa había
alguien que felizmente correteaba. Cuando se fueron acercando descubrió que se
trataba de mí, “¿Qué haces aquí?” me preguntó una vez que desembarcó. “Mira
papá esas son mis huellas al caminar, pero luego llega una ola del mar y se las
lleva” Mi padre me miró y vi como se le dibujaba una sonrisa en su rostro
acompañada de una húmeda y brillante mirada. De repente miró mi mano y dijo
“¿Qué tienes ahí?” a la vez que agarraba la botella con una mano temblorosa.
“Nada, es una botella que el mar a escupido, puede que sea el mapa de un pirata
que esconde un tesoro en él.” Y con las mismas me di la vuelta y comencé de
nuevo a marcar mi camino de huellas antes de que él mar se las llevase. Él me
siguió con la mirada y las lágrimas se le escaparon hasta esconderse en su
frondosa barba. No le hizo falta abrir la botella para saber qué era lo que el
mensaje decía pues en cuanto la había visto, la reconoció, era esa botella que
al mar un día lanzó preguntándole cuál
sería el tesoro más preciado que para él escondía.
Tras muchos años
de espera mas otros de olvido de la botella, el mar por fin le respondió
simplemente abriéndole los ojos y es que su tesoro más preciado estaba frente a
él, jugando a marcar el camino de la misma forma que él hizo una vez.
“Papá, quieres
jugar conmigo.” le dije sacándole de su ensimismamiento. Y juntos, marcamos nuestros pasos, creamos nuestro camino.
Para Guille, ese gran 'pirata'
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