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domingo, 6 de marzo de 2016

Colores. Sueños. Fantasía.

Una bonita historia para una bonita amiga, Sara.

Cuando nació su escandalosa risa causó una ola de alegría, era una niña llena de creatividad y fantasía, no le hacía falta tener a nadie para jugar ya que ella se las apañaba sola para crear su propio mundo de colores y allí pasar horas enteras. Tenían suerte de vivir en un apartado pueblo de la montaña, rodeado de verde y exuberante naturaleza por lo que a sus padres no le importaba dejarla vagar por el jardín y el pequeño bosque que tenían al lado de casa. Pero lo que no sabían era lo que la pequeña había encontrado… Pues por mucho que ella se lo dijese, ellos nunca la creían, pensaban que se trataba de uno de esos juegos de niños de fantasía.

Un día como otro cualquiera, la pequeña niña salió por la puerta de atrás de su patio y se encamino en dirección al bosque. Al girar el tercer árbol encontró a sus dos diminutos amigos dragones que ansiosos le estaban esperando. Y juntos siguieron caminando hasta la gran roca de colores, pues estaba cubierta de hojas y flores de todas las formas, tamaños y olores; flores y hojas que se enredaban entre unas y otras formando una red, una manta que escondía la piedra y lo más importante; su puerta.

La niña sin ninguna dilación apartó hacia un lado la enredadera y por el túnel de piedra se adentró y lo atravesó. Ahí estaba, en su mundo particular, en ese mundo del que nunca nadie daría crédito, un mundo de colores, un mundo de hadas, duendes y casas en gigantes setas. Un mundo de pegasos y unicornios que surcaban los cielos, un mundo de coloridas flores con forma de corazón, unas flores que un día trató de llevar a su madre para enseñarle que todo lo que contaba era verdad; pero cuando cruzo la puerta, la magia de la flor desapareció y entre sus manos se marchitó. “¿Cómo conseguís salir vosotros de la cueva sin que os pase nada?” le preguntaba constantemente a los pequeños dragones.

Los años fueron pasando y convirtió ese mundo en su secreto mejor guardado por lo que un día se sorprendió de que haciendo una excursión con el cole por el viejo bosque, llegados a la gran piedra portal la profesora dijese “Y ahora os voy a enseñar, unas de las maravillas que esconde este bosque, en concreto, esta gran piedra de colores” y acercándose hacia la enredadera con cuidado la apartó, la niña se tapó los ojos pues en ese momento no sabía qué hacer o decir, todos descubrirían su tesoro escondido. Tras escuchar un “ohh” de asombro separó los dedos para mirar entre ellos, y para su sorpresa observó que no había puerta ninguna sino que estaba la propia piedra, pero lo más curioso de todo es que en la piedra había grabados, dos dragones, un unicornio, hadas, duendes y una flor de corazón. “¿quién ha dibujado todo eso?” preguntó intrigado uno de los niños, “Nadie lo sabe, estas marcas en la piedra llevan años y años aquí, mucho antes de que vuestros abuelos fuesen al colegio. Hay gente que cree que tienen un mensaje oculto…” dijo a la vez que le guiñaba un ojo a la niña que al escuchar sus palabras había conseguido dejar de taparse con sus manos la cara. Los niños tras un rato se desinteresaron de los dibujos grabados y correteaban por el bosque, jugando y saltando. Ella se acercó a ‘su’ piedra y pasó los dedos por las hendiduras de esos dibujos…

Esa misma tarde tras volver del colegió salió corriendo hacia el bosque, pues aun tenía un nudo en la garganta pensando que la puerta de su mundo se hubiese cerrado para siempre. Pero cuando iba a llegar vio como sus pequeños dragones planeaban a su lado y tras la colorida enredadera seguía abierta la puerta.

Ese día comprendió que no todos podían abrir la puerta al otro mundo, que para ello tenías que creer en los sueños y hoy en día no todo el mundo era dado a ello. Cuando fue mayor llegó un día al portal y al descubrirlo volvió a encontrar esos dibujos grabados en la piedra; su puerta se había cerrado para ella y entendió que ya era el turno de otro pequeño soñador. Acabó convirtiéndose en la profesora del cole que llevaba a sus niños de excursión al bosque y les mostraba esa puerta tapiada a la vez que guiñaba un ojo al que tuviese la cara tapada.

Eso sí, aunque la puerta estuviese cerrada para ella, en su recuerdo seguía vivo, además de que los pequeños dragones nunca la dejaron de visitar.




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