Una bonita historia para una bonita amiga, Sara.
Cuando
nació su escandalosa risa causó una ola de alegría, era una niña llena de
creatividad y fantasía, no le hacía falta tener a nadie para jugar ya que ella
se las apañaba sola para crear su propio mundo de colores y allí pasar horas
enteras. Tenían suerte de vivir en un apartado pueblo de la montaña, rodeado de
verde y exuberante naturaleza por lo que a sus padres no le importaba dejarla
vagar por el jardín y el pequeño bosque que tenían al lado de casa. Pero lo que
no sabían era lo que la pequeña había encontrado… Pues por mucho que ella se lo
dijese, ellos nunca la creían, pensaban que se trataba de uno de esos juegos de
niños de fantasía.
Un día
como otro cualquiera, la pequeña niña salió por la puerta de atrás de su patio
y se encamino en dirección al bosque. Al girar el tercer árbol encontró a sus
dos diminutos amigos dragones que ansiosos le estaban esperando. Y juntos
siguieron caminando hasta la gran roca de colores, pues estaba cubierta de
hojas y flores de todas las formas, tamaños y olores; flores y hojas que se
enredaban entre unas y otras formando una red, una manta que escondía la piedra
y lo más importante; su puerta.
La niña
sin ninguna dilación apartó hacia un lado la enredadera y por el túnel de
piedra se adentró y lo atravesó. Ahí estaba, en su mundo particular, en ese
mundo del que nunca nadie daría crédito, un mundo de colores, un mundo de
hadas, duendes y casas en gigantes setas. Un mundo de pegasos y unicornios que
surcaban los cielos, un mundo de coloridas flores con forma de corazón, unas
flores que un día trató de llevar a su madre para enseñarle que todo lo que
contaba era verdad; pero cuando cruzo la puerta, la magia de la flor
desapareció y entre sus manos se marchitó. “¿Cómo conseguís salir vosotros de
la cueva sin que os pase nada?” le preguntaba constantemente a los pequeños
dragones.
Los
años fueron pasando y convirtió ese mundo en su secreto mejor guardado por lo
que un día se sorprendió de que haciendo una excursión con el cole por el viejo
bosque, llegados a la gran piedra portal la profesora dijese “Y ahora os voy a
enseñar, unas de las maravillas que esconde este bosque, en concreto, esta gran
piedra de colores” y acercándose hacia la enredadera con cuidado la apartó, la
niña se tapó los ojos pues en ese momento no sabía qué hacer o decir, todos descubrirían
su tesoro escondido. Tras escuchar un “ohh” de asombro separó los dedos para
mirar entre ellos, y para su sorpresa observó que no había puerta ninguna sino
que estaba la propia piedra, pero lo más curioso de todo es que en la piedra
había grabados, dos dragones, un unicornio, hadas, duendes y una flor de
corazón. “¿quién ha dibujado todo eso?” preguntó intrigado uno de los niños,
“Nadie lo sabe, estas marcas en la piedra llevan años y años aquí, mucho antes
de que vuestros abuelos fuesen al colegio. Hay gente que cree que tienen un
mensaje oculto…” dijo a la vez que le guiñaba un ojo a la niña que al escuchar
sus palabras había conseguido dejar de taparse con sus manos la cara. Los niños
tras un rato se desinteresaron de los dibujos grabados y correteaban por el
bosque, jugando y saltando. Ella se acercó a ‘su’ piedra y pasó los dedos por
las hendiduras de esos dibujos…
Esa
misma tarde tras volver del colegió salió corriendo hacia el bosque, pues aun
tenía un nudo en la garganta pensando que la puerta de su mundo se hubiese
cerrado para siempre. Pero cuando iba a llegar vio como sus pequeños dragones
planeaban a su lado y tras la colorida enredadera seguía abierta la puerta.
Ese día
comprendió que no todos podían abrir la puerta al otro mundo, que para ello tenías
que creer en los sueños y hoy en día no todo el mundo era dado a ello. Cuando
fue mayor llegó un día al portal y al descubrirlo volvió a encontrar esos
dibujos grabados en la piedra; su puerta se había cerrado para ella y entendió
que ya era el turno de otro pequeño soñador. Acabó convirtiéndose en la
profesora del cole que llevaba a sus niños de excursión al bosque y les
mostraba esa puerta tapiada a la vez que guiñaba un ojo al que tuviese la cara
tapada.
Eso sí,
aunque la puerta estuviese cerrada para ella, en su recuerdo seguía vivo,
además de que los pequeños dragones nunca la dejaron de visitar.
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