Interesantes
estas, tus palabras, Jorge.
- Cuéntame las historias de tus
infinitos viajes, de ese recorrer del mundo que tú bien sabes. - Dijo ella
dejando por un momento la delicada copa de vino sobre la mesa y cogiendo entre
sus manos como si fuera un tesoro enterrado un viejo álbum de fotos que él le
pasaba con cuidado.
- Este será un buen comienzo, es mi
álbum de los momentos más alucinantes y especiales que viví durante mis años de
viajes. Son fotos sin orden ni correlación fotos que me dan la clave de aquel
momento en acción. ¿Por cuál quieres que empiece?
La chica emocionada y algo
intrigada decidió que abriría una página al azar. Dejo pasar el filo de las
hojas rozando sus dedos y en un momento dado se detuvo, abrió la pagina y
descubrió cuatro fotos espectaculares: un murciélago boca abajo, un
ornitorrinco, una mesa en un pantano y un pato de goma amarillo. - Cuéntame la historia del
ornitorrinco. - dijo a la vez que señalaba la foto con su fino dedo.
- Como podrás imaginar esa foto es
de cuando estuve viajando por Australia, de cuando recorrí las tierras australianas
durante ocho meses. Me acuerdo que estando sentado en el avión iba
imaginando todas las cosas que quería ver; llevaba mi lista de cosas que hacer
y ver en mi vida; una de ellas era ver un ornitorrinco, pues me parecen los
animales más raros y curiosos del planeta Tierra. Para mi desilusión los meses
fueron pasando y yo seguía sin ver ni siquiera las huellas de uno de ellos; porque eso de ir a un zoo y pagar
por ver un animal encerrado no me motivaba. Pese a todas las excursiones que
hacía no había forma de encontrar ninguno. Eso sí, me harté de ver canguros y más
de una tarántula. Ya me quedaban cinco días para irme de Australia, cuando uno
de los días salí a pasear por los alrededores de la casa que tenía alquilada.
Caminaba tranquilamente por la orilla del río cuando de repente un sonido no
común a mis oídos llamó mi atención. Comencé a mirar a mi alrededor guiado por
ese extraño ruido, cuando de repente, vi como algo daba un chapuzón en el agua.
Me quedé muy quieto, pues fuese lo que fuese, no quería asustarlo. Tras unos
segundos un enorme pico volvió a aparecer en la superficie. ¡Un ornitorrinco! Y
estaba ahí, tenía su madriguera prácticamente al lado de donde yo me estaba
hospedando. ¡No me lo podía creer! Por fin podría ‘ticar’ en mi lista una
palabra más. Me quedé todo el día ahí sentado, prácticamente hasta que el sol
se escondió. Observé esa fantástica y única especie de la naturaleza y en un
momento dado tomé esta foto, porque era definitivamente uno de los momentos a
recordar.
- ¡Qué pasada! La verdad que sí que
es una especie increíble. Me alegro de que al final de tu viaje lo consiguieses
ver. –Dijo la chica mientras volvía a pasar las páginas. Esta vez encontró sólo
tres fotos, dos pequeñas; una taza de té rota y un rinoceronte; y una a tamaño
ampliado; una flor de pascua. - Qué difícil es elegir, mmmm… de esta página
quiero conocer la historia del rinoceronte… - dijo dubitativa.
- El rinoceronte negro de África.
Creo que ese es uno de los momentos en el que he sentido algo de miedo por mi
vida. Íbamos en un jeep recorriendo la sabana desértica de Namibia, el viento
ardiente nos golpeaba y el brillo de esa arena anaranjada nos cegaba. Corrimos
al lado de los gran kudús (antílopes africanos) y las gacelas; contemplamos una
gran familia de elefantes; pasamos cerca de leones que se desplomaban bajo el
sol y sus cachorros juguetones que correteaban de un lado a otro; oímos los
furiosos rugidos de los guepardos avisándonos de cual era su territorio; y vimos
un pequeño rinoceronte que gritaba de dolor. Nos paramos cerca del cachorro rino y ya
que no encontramos ningún otro rinoceronte alrededor decidimos bajarnos del jeep
e ir en su socorro para ver qué era lo que le sucedía. No queríamos simplemente
dejarle ahí a la suerte de las hienas y leones. Vimos que estaba herido, tenía
un cable enrollado que se le clavaba en una de sus patas, por lo que entre los
cinco que éramos y con los conocimientos de Sirhaan,
conseguimos quitarle el cable que le estrangulaba la pata trasera. Ya habíamos
acabado cuando de repente notamos cómo el suelo bajo nuestros pies vibraba y
oímos un rápido trote que hacia nosotros se acercaba. Nos incorporamos y vimos
como una furiosa madre rinoceronte se dirigía a toda carrera hacia nosotros. Rápidamente nos subimos al jeep y justo en el momento que íbamos a arrancar el
coche el rinoceronte nos envistió bruscamente por un lado y ese fue el momento exacto
en el que supe que nada detendría a una madre cabreada que protege a su cría. Conseguimos
tras varios intentos arrancar y salimos de ahí lo más rápido posible, eso sí,
no nos quitamos a la rinoceronte corriendo tras nosotros durante más de un par
de horas. Por eso la foto se ve borrosa, la saqué justo en el momento antes de
que clavase el cuerno contra el lateral del coche.
- ¡Qué miedo! Es alucinante la de
cosas que te pueden pasar cuando menos te lo esperas… aunque estando ahí en
medio de la sabana africana, bien os arriesgabais a toparos con algún animal,
ya fuese el rinoceronte o un par de leones hambrientos. – Y se recostó un poco
en el sofá mientras elegía otra página al azar. Decidió que se iría hasta casi
el final del álbum donde las fotos que aparecieron volvieron a ser cuatro: un
viejo coche oxidado, unas gafas de buceo, una flor de boca de dragón y un loro
multicolor. Sin decir ninguna palabra dejó que su dedo bailara por encima de las
cuatro fotografías hasta que lo dejo caer en la foto de la flor.
- ¡Antirrhinum majus! – dijo él
entusiasmado – Es mi flor favorita. Podría decirse que esta que has ido a
señalar es una de las historias que con más cariño recuerdo. Yo estaba de viaje
en Marruecos y era un día cualquiera en el que paseaba por las callejuelas de
la ciudad de Rabat. Era una calurosa mañana y me senté en un parque y estando
allí sentado descubrí a una anciana mujer con un gran ramo de flores de boca de
dragón. Paseaba de un lado a otro y de vez en cuando paraba a algunas personas
y les regalaba una de las flores de su ramo. Al principio no sabía por qué
paraba a algunos y a otros no, al principio pensé que era porque los conocía
pero tras un rato de observación me di cuenta que no era así y al poco descubrí
que se lo regalaba a las personas que al pasar le sonreían. Y en ese momento
que lo descubrí algo sentí en mi interior, una flor por una sonrisa. ¡No podría
haber nada mejor! Desde ese día, el tiempo que estuve en la ciudad, trataba de
ir a la misma hora a la plaza, sentarme y observar a la mujer que regalaba antirrhinum
majus. Me dio pena descubrir que no eran muchas personas que conseguían la
flor, pues la mayoría de las personas mostraban caras serias y ausentes a lo
que pasaba a su alrededor, también me preguntaba si yo mismo tendría esa cara
amargada pues nunca se había acercado a ofrecerme una flor. Uno de los días que
fui no encontré a la anciana por ningún lado cosa que me entristeció, aun así
me acerqué al banco de siempre pues pensaba esperar un rato a ver si es que ese
día se había retrasado, y cuando me fui a sentar, descubrí una flor de boca de
dragón apoyada en el banco. Supe que era para mí y que era una despedida. Con
una gran sonrisa la cogí e imaginé que para la anciana era momento de partir y encaminarse a otra ciudad a investigar cuantas sonrisas la gente le podría
mostrar.
jejeje, no se quien es Jorge pero te ha debido hacerte investigar para colocar esas tres palabras, sobre todo la última que no tenia ni idea lo que era.
ResponderEliminarEso sí, lo he leído con gran interés para saber como ibas a colocar las tres palabras y me ha parecido que este en vez de un cuanto son tres.