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sábado, 5 de marzo de 2016

Ornitorrinco. Rinoceronte. Antirrhinum majus.

Interesantes estas, tus palabras, Jorge. 

- Cuéntame las historias de tus infinitos viajes, de ese recorrer del mundo que tú bien sabes. - Dijo ella dejando por un momento la delicada copa de vino sobre la mesa y cogiendo entre sus manos como si fuera un tesoro enterrado un viejo álbum de fotos que él le pasaba con cuidado.

- Este será un buen comienzo, es mi álbum de los momentos más alucinantes y especiales que viví durante mis años de viajes. Son fotos sin orden ni correlación fotos que me dan la clave de aquel momento en acción. ¿Por cuál quieres que empiece?

La chica emocionada y algo intrigada decidió que abriría una página al azar. Dejo pasar el filo de las hojas rozando sus dedos y en un momento dado se detuvo, abrió la pagina y descubrió cuatro fotos espectaculares: un murciélago boca abajo, un ornitorrinco, una mesa en un pantano y un pato de goma amarillo. - Cuéntame la historia del ornitorrinco. - dijo a la vez que señalaba la foto con su fino dedo.

- Como podrás imaginar esa foto es de cuando estuve viajando por Australia, de cuando recorrí las tierras australianas durante ocho meses. Me acuerdo que estando sentado en el avión iba imaginando todas las cosas que quería ver; llevaba mi lista de cosas que hacer y ver en mi vida; una de ellas era ver un ornitorrinco, pues me parecen los animales más raros y curiosos del planeta Tierra. Para mi desilusión los meses fueron pasando y yo seguía sin ver ni siquiera las huellas de uno de ellos; porque eso de ir a un zoo y pagar por ver un animal encerrado no me motivaba. Pese a todas las excursiones que hacía no había forma de encontrar ninguno. Eso sí, me harté de ver canguros y más de una tarántula. Ya me quedaban cinco días para irme de Australia, cuando uno de los días salí a pasear por los alrededores de la casa que tenía alquilada. Caminaba tranquilamente por la orilla del río cuando de repente un sonido no común a mis oídos llamó mi atención. Comencé a mirar a mi alrededor guiado por ese extraño ruido, cuando de repente, vi como algo daba un chapuzón en el agua. Me quedé muy quieto, pues fuese lo que fuese, no quería asustarlo. Tras unos segundos un enorme pico volvió a aparecer en la superficie. ¡Un ornitorrinco! Y estaba ahí, tenía su madriguera prácticamente al lado de donde yo me estaba hospedando. ¡No me lo podía creer! Por fin podría ‘ticar’ en mi lista una palabra más. Me quedé todo el día ahí sentado, prácticamente hasta que el sol se escondió. Observé esa fantástica y única especie de la naturaleza y en un momento dado tomé esta foto, porque era definitivamente uno de los momentos a recordar.

- ¡Qué pasada! La verdad que sí que es una especie increíble. Me alegro de que al final de tu viaje lo consiguieses ver. –Dijo la chica mientras volvía a pasar las páginas. Esta vez encontró sólo tres fotos, dos pequeñas; una taza de té rota y un rinoceronte; y una a tamaño ampliado; una flor de pascua. - Qué difícil es elegir, mmmm… de esta página quiero conocer la historia del rinoceronte… - dijo dubitativa.

- El rinoceronte negro de África. Creo que ese es uno de los momentos en el que he sentido algo de miedo por mi vida. Íbamos en un jeep recorriendo la sabana desértica de Namibia, el viento ardiente nos golpeaba y el brillo de esa arena anaranjada nos cegaba. Corrimos al lado de los gran kudús (antílopes africanos) y las gacelas; contemplamos una gran familia de elefantes; pasamos cerca de leones que se desplomaban bajo el sol y sus cachorros juguetones que correteaban de un lado a otro; oímos los furiosos rugidos de los guepardos avisándonos de cual era su territorio; y vimos un pequeño rinoceronte que gritaba de dolor. Nos paramos cerca del cachorro rino y ya que no encontramos ningún otro rinoceronte alrededor decidimos bajarnos del jeep e ir en su socorro para ver qué era lo que le sucedía. No queríamos simplemente dejarle ahí a la suerte de las hienas y leones. Vimos que estaba herido, tenía un cable enrollado que se le clavaba en una de sus patas, por lo que entre los cinco que éramos y con los conocimientos de Sirhaan, conseguimos quitarle el cable que le estrangulaba la pata trasera. Ya habíamos acabado cuando de repente notamos cómo el suelo bajo nuestros pies vibraba y oímos un rápido trote  que hacia nosotros se acercaba. Nos incorporamos y vimos como una furiosa madre rinoceronte se dirigía a toda carrera hacia nosotros. Rápidamente nos subimos al jeep y justo en el momento que íbamos a arrancar el coche el rinoceronte nos envistió bruscamente por un lado y ese fue el momento exacto en el que supe que nada detendría a una madre cabreada que protege a su cría. Conseguimos tras varios intentos arrancar y salimos de ahí lo más rápido posible, eso sí, no nos quitamos a la rinoceronte corriendo tras nosotros durante más de un par de horas. Por eso la foto se ve borrosa, la saqué justo en el momento antes de que clavase el cuerno contra el lateral del coche.

- ¡Qué miedo! Es alucinante la de cosas que te pueden pasar cuando menos te lo esperas… aunque estando ahí en medio de la sabana africana, bien os arriesgabais a toparos con algún animal, ya fuese el rinoceronte o un par de leones hambrientos. – Y se recostó un poco en el sofá mientras elegía otra página al azar. Decidió que se iría hasta casi el final del álbum donde las fotos que aparecieron volvieron a ser cuatro: un viejo coche oxidado, unas gafas de buceo, una flor de boca de dragón y un loro multicolor. Sin decir ninguna palabra dejó que su dedo bailara por encima de las cuatro fotografías hasta que lo dejo caer en la foto de la flor.

- ¡Antirrhinum majus! – dijo él entusiasmado – Es mi flor favorita. Podría decirse que esta que has ido a señalar es una de las historias que con más cariño recuerdo. Yo estaba de viaje en Marruecos y era un día cualquiera en el que paseaba por las callejuelas de la ciudad de Rabat. Era una calurosa mañana y me senté en un parque y estando allí sentado descubrí a una anciana mujer con un gran ramo de flores de boca de dragón. Paseaba de un lado a otro y de vez en cuando paraba a algunas personas y les regalaba una de las flores de su ramo. Al principio no sabía por qué paraba a algunos y a otros no, al principio pensé que era porque los conocía pero tras un rato de observación me di cuenta que no era así y al poco descubrí que se lo regalaba a las personas que al pasar le sonreían. Y en ese momento que lo descubrí algo sentí en mi interior, una flor por una sonrisa. ¡No podría haber nada mejor! Desde ese día, el tiempo que estuve en la ciudad, trataba de ir a la misma hora a la plaza, sentarme y observar a la mujer que regalaba antirrhinum majus. Me dio pena descubrir que no eran muchas personas que conseguían la flor, pues la mayoría de las personas mostraban caras serias y ausentes a lo que pasaba a su alrededor, también me preguntaba si yo mismo tendría esa cara amargada pues nunca se había acercado a ofrecerme una flor. Uno de los días que fui no encontré a la anciana por ningún lado cosa que me entristeció, aun así me acerqué al banco de siempre pues pensaba esperar un rato a ver si es que ese día se había retrasado, y cuando me fui a sentar, descubrí una flor de boca de dragón apoyada en el banco. Supe que era para mí y que era una despedida. Con una gran sonrisa la cogí e imaginé que para la anciana era momento de  partir y encaminarse a otra ciudad a investigar cuantas sonrisas la gente le podría mostrar.

Cuando se giró para ver qué opinaba ella de esta historia tan especial, la encontró dulcemente dormida. La contempló y luego fue a por su cámara y le hizo una foto a esa copa de vino olvidada. 

1 comentario:

  1. jejeje, no se quien es Jorge pero te ha debido hacerte investigar para colocar esas tres palabras, sobre todo la última que no tenia ni idea lo que era.
    Eso sí, lo he leído con gran interés para saber como ibas a colocar las tres palabras y me ha parecido que este en vez de un cuanto son tres.

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