- ¿Tú
crees en la magia? ¿En los duendes y en las hadas? ¿No eres un poco mayorcita
ya para creer en esa clase de tonterías? Mira tu país, bombardeado cada día,
con gente que se muere por las esquinas, niños hambrientos y desnutridos y tú
pensando mundos imaginarios sin motivo. ¡Despierta! ¿O es que no ves la
realidad? Ahí fuera no hay ningún unicornio que te vaya a venir a salvar, ni
enanitos que te vayan a regalar ese oro o diamantes preciosos que hayan sacado
de sus minas secretas. ¡No! ¡Nada de eso existe! Y tarde o temprano, te darás
cuenta...
- Deja a
la muchacha en paz de una vez. No tiene nada mejor que hacer… Es mejor que se
quede en ese mundo propio que tiene a que salga de él y la realidad le pegue
tan fuerte que no pueda soportarla. Ya hemos perdido demasiados niños, el miedo
les ha corroído, les ha hecho llevar una falsa coraza de valentía, haciendo
creer al mundo que eran capaces de darle la cara a esta cruda y ciega vida. Y lo
hicieron demasiado pronto, enterraron su inocencia, ese niño infantil que
llevan dentro, enterraron el amor por la vida y ahora solo miedo, odio e ira es lo que sus ojos emanan…
-No pasa
nada, yo les ayudaré a volver a ver la magia. – dijo la niña a la vez que
dejaba la sala y se iba a su cuarto mágico, un cuarto lleno de goteras y
telarañas, de gritas y ruidos de la vieja madera, un cuarto que para ella se
convertía en una salvaje selva, donde había cataratas, animales mágicos y una
fresca brisa que hacía que la selva estuviese más viva.
-Esta
niña… ¿Cómo la voy a dejar en paz? Algún día tendrá que ver la realidad pese a todo lo
que tú dices… ¿Cómo piensa ella ayudar al resto de los niños de la calle a
volver a ser niños…? Eso ya es imposible...
- Ya se
las apañará.
Y así
hizo, con una tiza de color rosa y otra de color verde, las últimas que le quedaban, se
tiro toda la noche dibujando y al día siguiente a primera hora de la mañana
salió a la calle a buscar a esos niños sin cama pero que dormían profundamente,
escondidos en sus ‘cabañas’. Y sin despertarlos, con mucho cuidado, les dejaba un trocito de papel al lado… Un papel que al rato encontrarían, un papel
con un pequeño unicornio dibujado que les haría sonreír un rato. Pero lo que no
sabían era que ese pequeño papel era una marca, una señal que la niña les
dejaba. Una símbolo que haría que la magia volviese a brillar en sus ojos.
Una vez
que repartió todos sus pequeños dibujos llenos de ilusión se fue a su casa pues
tenía mucho que preparar. Esa noche, cuando todos estaban dormidos saltó por la
pequeña ventana de su habitación ya que la puerta de la entrada estaba cerrada
por el miedo. Una vez fuera se fue a su pequeño establo y allí estaba, su
unicornio personal ese que le acompañaría a visitar una vez más a esos niños
perdidos con ganas de olvidar la realidad. Todos ellos aun andaban despiertos,
pues seguían intrigados sobre los misteriosos dibujos con los que habían amanecido, algunos habían hablado entre ellos mientras que otros habían permanecido al resguardo del frió pensando qué significaría para ellos mismos.
Y
cuando lo vieron, las palabras se les enmudecieron. Los ojos les comenzaban a
brillar una vez más. La sonrisa se asomaba temerosa en sus caras de asombro pues no querían
despertar de ese sueño que parecía tan real y a la vez… tan irreal. Y ahí
estaba, entre las sobras y las luces de la noche, un unicornio como el de su dibujo, una señal
de esperanza, un símbolo de amor puro y locura infantil. Y las lagrimas comenzaron a recorrerles las mejillas, pero no por tristeza, sino por alegría, por volver a sentir esa mágica emoción que sintieron antes, por volver a ser niños, aunque fuera por un día.
Esa
noche, cuando el unicornio desapareció, ninguno tuvo pesadillas, sino por por el contrario, soñaron con un mundo mágico
por el que un unicornio rosa y verde, surcaba los cielos, y todos vivían en
casas de caramelo.
Y ella
volvió a su casa, escaló por la ventana y se durmió abrazada al cuerno de su
caballo, ese cuerno mágico que le convertía en un unicornio para los ojos de
todos aquellos que lo quisieran ver.
¿Y tú?
¿Qué prefieres ver?
Dedicado a Marta Navarro Alvarez.
Uff que duro y bonito a la vez
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