Para Isabel, sé que tú escuchas el silencio
de la vida.
- Silencio…no
hagas ningún ruido o romperás el hilo. Quédate callado cual botón descosido.
Silencio… no hables, no muevas los labios ni parpadees, tan solo escucha la música…
- ¿Qué música?
- Shhh…
Calma, no desesperes… silénciate y escucha, escucha el palpitar de la tierra,
escucha el amanecer cuando asoma por la mañana, los pájaros que derrochan
alegría dando la bienvenida al día, el viento que reclama su atención con cada
movimiento haciendo que los arboles, las ramas y las hojas le sigan al son,
como si fuese una canción en Si bemol…
- No oigo
nada de todo eso de lo que me hablas.
- Pero
eso es porque aún no nos hemos silenciado, no hemos escuchado, tan sólo hemos oído
ruidos lejanos que no llegamos a procesar porque estamos demasiado atareados
inmersos en la vida material. A veces hay que pararse un rato y oír el viejo
tictac del reloj, oír las largas conversaciones de los muebles de tu casa, esa
gota curiosa que del grifo se escapa o esa invisible canica que rueda por la
habitación de arriba. Puedes elegir el lugar y luego tan solo tienes que cerrar
los ojos y escuchar y sentirás que aunque parezca que estás sólo, en realidad
no lo estás.
Y tras
estas palabras el silencio inundo su alrededor, un silencio que venía cargado
de calma; una calma acompañada de la música; de esa música compuesta por las
leves y constantes notas que dirigen la vida.
Bueno, bueno!!! me parece que me has tenido que aguantar muchas batallitas ¿eh?
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