- ¿Qué
haces aquí? Te dije que no vinieras, que estaba bien. Sólo necesito un poco más
de tiempo y me recuperaré. No quiero amargaros el día con mis llantos y poca
alegría. Es sábado vete a buscar al resto y pásatelo bien. Yo veré una peli y
me haré algo de comer… Me quedo aquí, en casa. Vete, estoy bien.
- En serio
me preguntas ¿qué hago aquí? ¿De verdad piensas que te voy a dejar así? No voy
a ir a buscar a ningún resto, tú eres la que me necesita en estos momentos.
Mira esas pintas que me llevas, estoy segura de que no te has quitado esa bata
horrenda en días al igual que ese moño de pelo estropajo que te has colocado
ahí arriba. Estás pálida y en tu cara no se ve ni un atisbo de vida y llevas
ignorando mis constantes llamadas noche y día. Por lo que ahora déjame entrar
en esa olorosa caverna que tienes por casa.
Y sin
más miramientos, la aparto hacia un lado y entró con pisada firme en el salón
con cara de sorpresa y asco pues nunca se podía haber imaginado que alguien
pudiese en cuestión de semanas convertir su casa en un vertedero humano. Sin
dilación se dirigió hacia el baño y encendió el agua caliente de la ducha. Se
dio la vuelta y ahí estaba, parecía un ente que poco a poco se apagaba.
- No debí
esperar tanto, tendría que haber roto antes ese ‘periodo de respeto por la
soledad’. Ahora métete en la ducha y date prisa. Que tengo planeado un gran
día.
- Pero…-
comenzó a replicar y no le dio tiempo a decir nada más pues su amiga ya había
salido del baño con un montón de rollos de papel higiénico terminados en la mano. Y como
no tenía ni fuerzas para discutir se metió en la ducha.
Mientras, la casa iba pareciendo otra. Ya estaba puesta una lavadora, los clínex que
deambulaban por todos lados habían desaparecido, la cama estaba hecha y las
ventanas abiertas, los platos lavados y la cocina limpia y lo mejor de todo, un
rico olor a tostadas recién hechas inundaba la casa.
- Sabes
que no tienes porque hacer todo esto… Lo iba a hacer yo luego… - dijo con cara
sorprendida y voz dubitativa mientras cruzaba la puerta de la cocina.
- Ya sé
que no tengo porque hacerlo, quiero hacerlo. Hoy me apetece pasar un día con mi
amiga, que lo echo de menos. Ven, vamos a desayunar algo, he traído zumo de
naranja y algunos donuts. Por cierto, ya te ves mucho mejor, lo que hace una
ducha eh…
Y se
sentaron a desayunar sin intercambiar muchas palabras. Disfrutaron de ese
desayuno en compañía, no les hacía falta más.
- ¿A
dónde me quieres llevar? ¿Qué ropa me tengo que poner?
- Ya lo
verás. Ponte la ropa que quieras, con la que estés más cómoda. – Pero al ver la
mueca dudosa de su amiga, añadió – venga, vamos a ver que tienes en el armario.
Unos
vaqueros y una camiseta con un jersey encima. Algo tan fácil como eso. Y juntas
salieron por la puerta de esa caverna que volvía más a ser casa.
Tras
media hora de en el coche se dirigieron hacia la entrada de un parque natural.
- Nunca
he estado aquí antes.
- Lo sé.
Por eso te lo voy a enseñar.
Pasearon
durante horas hablando de todas las cosas, recordando momentos pasados en los
que la tripa les acabó doliendo a causa de la risa, circunstancias curiosas que
juntas habían pasado y también aquellos días en los que por algo se habían
enfadado. Se sentaron en la cima de una colina y desde allí arriba pudieron
contemplar toda la ciudad.
- Mira lo
que he traído para completar el día - dijo a la vez que sacaba de su bolso dos
pomperos y una gran tableta de chocolate.
Las dos rieron a carcajadas y se
tiraron toda la tarde jugando con las pompas de jabón y viendo como volaban a
su alrededor y el viento las empujaba ayudándolas a viajar por los cielos de la
ciudad. A veces conseguían juntar dos dándoles así la forma de un corazón y
cuando querían descansar saboreaban el ese delicioso chocolate mientras observando el
atardecer que caía sobre los tejados de las casas.
- Gracias,
hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien y disfrutaba del momento. Ha sido como
cuando éramos niñas y nos tirábamos el día entero persiguiendo esas pompas de
jabón. Hoy me has hecho volver a recordar quién soy. – dijo cuando se bajaba
del coche a la puerta de su casa.
- De
nada, para eso están las amigas. – le respondió con una gran sonrisa.
Para Sara Ita, sé que tú bien valoras la belleza de la amistad.
¡Genial!
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