La nieve
no cesaba; caía sin prisa, despacio, bailando lentamente, pero a la vez caía
sin pausa. Ese día, se había propuesto dominar los cielos y así pintar todos de
blanco, los árboles, las casas y sus tejados los había cubierto de blanco cual
eterna sábana blanca, cual nube de algodón caída del cielo.
Esa
mañana, la casa había quedado vacía, pues la señora y el señor Cambalar habían decidido
ir a pasar el día al poblado y comprar
reservas para un par de semanas, pues sabía que la gran tormenta se acercaba,
lo que no sabían es que lo haría en ese mismo día y les haría tener que pasar la
noche en una de las posadas del pueblo ya que les sería imposible volver a
casa.
Ningún
ruido, ningún sonido a parte del golpeteo de la nieve sobre los cristales. Una
casa vacía en mitad de un bosque nevado, en mitad del todo blanco, en mitad de
la nada; una casa vacía de respiración, de pasos y voces de los humanos; una
casa dormida. Pero al cabo de unas horas la casa comenzó a despertar, un par de ojos se hicieron dueños de
la casa, dos pares de pequeñas patitas que repiqueteaban por la madera despacio,
explorando su alrededor y oyendo con curiosidad ese precipitar de los copos de
nieve.
“Miow…”
dijo Mr. Smith para comprobar si alguien le
contestaba y fue ahí cuando descubrió que estaba solo en la casa. “Bueno, ya
volverán” pensó para sus adentros. Y se puso a corretear pues en los momentos
que sus amos no estaban se hacía dueño de la casa, la protegía, la cuidaba y
hacía todo aquello de lo que no podía disfrutar cuando los señores Cambalar
estaban. Escaló todas las cortinas de la casa; hizo carreras saltando de mueble en mueble pues la regla principal era no tocar el suelo; se
acicaló las uñas en las botas favoritas del señor Cambalar y jugó con el rollo
de papel del baño, ese que nunca conseguía terminar. Al medio día se subió al “prohibido”
sofá a echarse una larga siesta y al despertar se puso otra vez a jugar cuando de repente la noche
se le echó encima y sus amos aún no habían vuelto por lo que decidió subirse a
la ventana a ver la nieve caer y bailar alrededor de los arboles. “¿Por qué
tardan tanto?” se preguntó “Nunca he estado una noche solo.” Esa noche, se
quedó dormido en la ventana, arrastró hasta el poyete su pequeña manta y se
acurrucó con la mirada hacia fuera, esperando ver los focos de luz de los faros
del carruaje de sus amos o escuchar el relinchar de los caballos. Pero a la
mañana siguiente nadie apareció, ni en los días sucesivos por lo que el pequeño
Mr. Smith decidió planear sus días de independencia. A partir del segundo día
comenzó a dormir en la cama de los Cambalar ya que era muy cómoda; tras varios intentos consiguió
abrir la nevera pues su tripa le pedía algo de comer; también consiguió abrir
la taza del váter y beber agua sin caerse al interior.
Siempre
algunas horas del día se sentaba en la ventana, observando esa incesante nieve que rara vez paraba. Algunos de los animales de
fuera se aproximaban a la casa, pájaros, renos y algunos alces que por ahí rondaban. Y como no había ninguna presencia humana, tranquilamente se acercaban a la ventana y saludaban al gato de la casa, pues así lo llamaban.
Tras un
mes y medio de independencia gatuna, un día cuando se estaba echando la siesta
en su sillón oyó el relinchar de un caballo y corriendo a la ventana se asomó.
¡Ahí estaban! ¡Sus dueños regresaban! Y nunca olvidará esa cara de sorpresa que pusieron
cuando le vieron, pues nunca hubiesen esperado que después de tanto tiempo, sin
poder regresar a causa del temporal, pudieran encontrarlo tan feliz y contento,
como si se tratase de aquel día que se fueron. Le abrazaron entre ronroneos y
dulces caricias entre sus brazos.
A
partir de ese día, algunas cosas cambiaron en sus rutinas pues ahora Mr.
Smith podía echarse la siesta en el sillón; comía todo tipo de comida que él mismo elegía y de vez en cuando se hacía una bolita en la cama sin que le dijesen nada y también tenía permitido subirse a la
ventana, esa ventana desde la que saludaba a sus amigos, los cuales no habían dejado de irle
a visitar en aquellos momentos en los que los Cambalar no les veían, pues para ellos seguía siendo la casa del gato que se asomaba a la ventana.
Para Aurori, esa gran amante de los gatos.
Me encanta este cuento con ese gato travieso.
ResponderEliminarMonchi
Es increíble, como conoces el carácter de los gatos, la historia es preciosa, yo tuve un gato 🐱así. El no me esperaba en la ventana, venía al colegio 🏫 a buscarme.
ResponderEliminarEs increíble, como conoces el carácter de los gatos, la historia es preciosa, yo tuve un gato 🐱así. El no me esperaba en la ventana, venía al colegio 🏫 a buscarme.
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