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domingo, 28 de febrero de 2016

Esperanza. Ilusión. Sonrisa.

Una historia en la que tú eres el protagonista, Lucas:

Una casa nueva, un patio nuevo en el que jugar y una habitación nueva. Una habitación que algún día Lucas decoraría por sí mismo, pues aún era demasiado pequeño como para preocuparse por los gustos estilísticos. Ahora, era todo un torbellino, no paraba de corretear a su manera por cada una de las salas y habitaciones de su nuevo hogar.

Una tarde en la que estaban su padre y él jugando en su cuarto con los coches y los dinosaurios, sonó el teléfono y su padre salió corriendo escaleras abajo a contestarlo, pues por el momento sólo habían conseguido que unos de sus teléfonos funcionara, ya sabes, esas largas historias con las compañías telefónicas. Por lo que Lucas se quedó en su habitación y continuó jugando hasta que un ruido le llamó la atención. Un ruidito proveniente de un cajón.  Un leve "toc-toc" en la madera como si alguien llamase a la puerta. Lucas se acercó al cajón y al abrirlo no vio nada, tan solo pequeños calcetines y camisetas varias. Pero como él sabía que algo había oído comenzó a remover todo hasta que vio como unos pequeños ojos azules le miraban y una gran sonrisa se le dibujó en la cara. Metió su pequeña manita y la dejó muy quieta, poco a poco, el pequeño ratón se fue acercando y a su mano se subió. Lucas decidió que sería su pequeño secreto y que él cuidaría de Tino, pues así decidió llamar al pequeño ratón de cajón. Juntos estuvieron jugando un rato, y cuando oyó que su padre volvía a subir por las escaleras rápidamente le devolvió a su cajón y poniéndose un dedo en los labios acompañado de un “shhh” le dio a entender que se mantuviera callado.

Esa noche, cuando ya sus padres le habían acostado, Lucas decidió ir a abrir su cajón con la esperanza de encontrar a su pequeño nuevo amigo pero para su sorpresa en el cajón no estaba. ¡Había desaparecido! Sacó toda la ropa del cajón, una por una, asegurándose que no estuviese entre algunas de las prendas escondido. Tras sacar la última prenda una pequeña lagrimita comenzaba a asomarse en los ojos de Lucas. No quería pensar que su ratón no había sido real, por lo que metió la cabeza en el cajón como última comprobación y de esa forma descubrió un pequeño agujero pegado a la esquina izquierda. “Tino…” dijo Lucas susurrando y al ver una cabecita asomarse la ilusión volvió a la cara del pequeño niño una ilusión que se fue incrementado cuando por sorpresa vio que esa no era tan sólo la casa de Tino, sino que dos cabecitas curiosas más por el agujero se asomaron.

Esa noche, la pasaron entera jugando y juntos estuvieron pensando los nombres de los otros dos ratones que finalmente fueron bautizados como Milo y Firo. Cuando llegaba la mañana los tres ratoncillos volvieron a su cajón y Lucas volvió a meter toda su ropa desordenada en él.

Ese día su madre le dijo que qué había hecho con toda la ropa de su cajón pero aparte de eso nadie sospechó. Lucas siguió manteniendo a Tino, Milo y Firo como sus secretos amigos, todos los días les subía algo de comida, un trocito de queso o un mendrugo de pan y en ocasiones especiales uno de los bombones de mamá. Los tres ratones se convirtieron en grandes granjeros, pilotos de aviones y bomberos pues para cada juego Lucas tenía pensado un papel para ellos.


Cuando se fue haciendo mayor Lucas fue remodelando su habitación a su propio gusto; pintando las paredes, cambiando muebles y poniendo fotos y carteles; pero una cosa tenía clara y es que por mucho que todo el mundo le dijese que se desprendiese de ese viejo mueble que era de niños y no le pegaba nada; él no lo iba a tirar, pues aunque ya no los viese tan a menudo como antes, sabía que los ratones de cajón seguían en su hogar.

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