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sábado, 27 de febrero de 2016

Destino. Amistad. Brújula.

Este va dedicado a ti, Marina Aguilar:


Cuando era pequeño me apasionaba ser un pirata de pata de palo. Convertía mi habitación en una auténtica isla del tesoro. En uno de mis cumpleaños, cuando hacía ocho años, mi abuelo me regalo una brújula, la había conseguido de una tienda de segunda mano. En realidad estaba rota, no funcionaba desde hacía muchos años, era una auténtica antigualla pero a mí eso me daba igual, me parecía perfecta y me servía para sumergirme y navegar por el interminable mar; para descubrir el lugar correcto en el que debía escavar para encontrar los tesoros; y para saber qué dirección debía tomar para dirigirme a la secreta Isla Pirata que se ocultaba en las profundidades de las escalofriantes Islas Malditas, que según decían pertenecían a Barbarrosa.

Nunca fui un niño de muchos amigos, no era muy bueno sociabilizándome y la gente normalmente no entendía mis juegos de fantasía por lo que hice de la brújula mi tesoro personal. Me acostumbre desde ese cumpleaños a llevarla siempre en el bolsillo incluso cuando deje de jugar a los piratas. Un día, al salir del instituto me senté bajo un árbol. No había tenido un buen día y no me apetecía llegar a casa para tener que responder a esa odiosa pregunta matutina de “Cariño, ¿qué tal te ha ido el día?”, por lo que ahí sentado me quede un largo rato. Solía meter la mano en el bolsillo y jugar con la brújula; en ese momento, algo me hizo sacarla del bolsillo. Al principio, al abrirla, vi lo de siempre, esas agujas torcidas y bailarinas que daban vueltas alternativas, a veces, me recordaban a la brújula del pirata Jack Sparrow con la diferencia que la mía, no señalaba aquello que deseaba. Sin embargo ese día tras dar unas vueltas sobre sí misma, las agujas se detuvieron; señalando una dirección en particular y cuando mire hacia donde apuntaban descubrí a una chica que disimuladamente lloraba. Al principio no supe que hacer pero finalmente me armé de valor y hacia ella me encaminé.

Hoy por hoy esa chica es una de mis mejores amigas y gracias a ella y a ese día que me senté bajo el árbol, descubrí el secreto de mi brújula. La sigo llevando en el bolsillo y de vez en vez, la saco y la miro esperando que señale algún lado, en concreto, a una persona. Porque ese día descubrí que no era una simple brújula sino que se trataba de un buscador de amistad que a quien me señalase sabía que podría entablar una relación especial.


Nunca le llegué a preguntar a mi abuelo en que tienda la encontró. Ahora me gustaría saber a quién perteneció antes, pero algo me dice que fue el destino el que decidió que llegase a mis manos cuando tan solo era un niño de ocho años.

1 comentario:

  1. Pues cuando termines de escribir cuentos te pones a investigar de donde procede esa brújula.

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