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domingo, 1 de mayo de 2016

Aprendizaje. Escuela. Valores.

Hoy mientras daba clase de lengua se ha dado cuenta de una cosa: los valores son como las tizas de colores. Y en ese momento, decidió parar la clase.

Estaba cansada de tanto luchar, de pelear día a día por una buena educación, sin recortes, sin comercio de libros que pesan ocho toneladas, sin parrafadas narradas de materias indefinidas. Los niños necesitaban de su libertad de realizar un aprendizaje de verdad y no tan solo basado en la memorización de las lecciones que les da el profesor.  ¿Dónde quedaban las clases de creatividad? ¿Dónde se escondían los instrumentos de música que el Gobierno había decidido guardar ya que no tomaban como primordial la enseñanza musical? Los valores educaciones se degradaban, los valores humanos se corroían por la ceguera del poder. ¿Podría alguien abrir los ojos para ver que los niños les necesitaban? Muchas veces eran ellos los que daban las lecciones a los adultos, pues ellos aun no estaban contagiados de esa enfermedad económica y material que envolvía a la mayoría de los ciudadanos. ¿Qué pasaba con esos niños que querían aprender? ¿Acaso se les motivaba en la escuela para conseguir sus metas? Descubrir, explorar, aprendizaje individualizado y emocional. ¿Dónde quedaba todo eso?

Aun sostenía la tiza en la mano, apoyada en la pizarra, con la frase a medias. Los niños la observaban callados “¿qué está haciendo?” “¿porqué no sigue escribiendo?” se preguntaban. Y su mente daba vueltas, los siglos de educación transcurridos; los distintos sistemas; las políticas del pueblo; la cultura; las generaciones…  ¿Cómo saber cual era la manera correcta de educar? ¿Cómo saber cuales eran los valores que debían perdurar? Se preguntaba una y otra vez.

De repente se dio la vuelta, dejó la tiza en su mesa y sin decir media palabra se dirigió al armario de los materiales. De ahí salió con una caja llena de pequeñas cajas de tizas de colores. Le pidió a un niño que le ayudase a repartidlas. Una caja por pupitre, una caja por niños. Los alumnos no tenían ni idea qué estaba pasando, todos se habían quedado a medias copiando esa misma frase que su profe estaba hace unos momentos escribiendo en la pizarra.

- Bueno, ahora que todos y todas tenéis una caja de tizas de colores, vamos a bajar al patio, a la pista de fútbol y ahí quiero que escribáis en el suelo todas las palabras que creáis que son importantes para vosotros. Usar los colores que queráis, las formas de letras que prefiráis, colorear de la forma que elijáis. Cuando acabéis guardar vuestras tizas en la caja, da igual que los trocitos sean muy pequeños. Quiero que aun así las guardéis porque luego, hablaremos de algo en clase. Ahora, en silencio, hacer una fila frente a la puerta. – dijo la profe con una gran sonrisa en la cara.

Los niños hicieron caso sin rechistar. Habían parado su aburrida clase de lengua para salir al patio a pintar con tizas de colores.

Una vez abajo, la profesora les dijo que se dispersasen, que buscasen su hueco y comenzasen a escribir, dibujar y crear. También les recordó que debían pensar en palabras que fueran importantes para ellos. Lo dijo a sabiendas que los graciosillos de la clase escribirían palabras… graciosillas. Ella, se sentó en un lado, con su cámara en la mano. Y les observó. Quiso darles tiempo para que se encontrasen a ellos mismo, se inspirasen, supiesen que quería escribir. No quería que sintiesen la presión del profesor mirando tras sus espaldas. Les dio la libertad de actuar, de ser, de aprender y realizarse. Y lo que vio fue asombroso, pudo observar a sus alumnos en su máximo esplendor haciendo uso de los valores sin darse cuenta. Pues ahí estaban usando las tizas de colores, cada uno usaba una distinta, su color favorito o el color que el objeto dibujado necesitase. Estaban concentrados, dando todo su potencial en aquello que se les había pedido hacer. Reían, lo pasaban bien. Pero lo que más la emocionó fue ver como entre ellos comenzaron a interactuar; a alagar sus dibujos y palabras escritas; a compartir colores de tiza que al otro ya se le había acabado; a respetarse sus trabajos, los huecos en que trazaban sus líneas; a cooperar entre ellos; a responsabilizarse de sus obras de arte. Vio como se pedían ayuda unos a otros. Y eso le encantó. Pudo observar casi con lagrimas en los ojos, la belleza de la libertad del aprendizaje infantil.

Al cabo de un rato, se levanto y fue dando vueltas por esa colorida pista de futbol, fue haciendo fotos con su cámara a la vez que los niños le explicaban que era lo que habían dibujado y escrito. Muchos de los dibujos y de las palabras coincidían como ‘familia’, ‘hermanos’, ’amigos’, etc. Pero también encontró palabras como ‘paz’, ‘libertad’, ‘amor’, ‘amistad’... Cuando termino de hacer las fotos, volvieron a subir a la clase.

- ¿Podemos ir a lavarnos las manos? – le preguntó una de las niñas al entrar en el aula.

- No,  aun no. Primero sentaros que quiero que hablemos de una cosa. Luego os las podréis lavar. – le contesto ella.

Y eso hicieron, veinticuatro niños con las manos de colores sentados con una caja de tizas usadas frente a ellos.

- ¿Alguien sabe que son los valores? – comenzó preguntando la profesora.

Solo un par de niños se atrevieron a levantar la mano. Ella señaló a uno de ellos dándole la palabra.

- Yo creo que los valores son los comportamientos buenos que tenemos. Como… el respeto, por ejemplo.

- Muy bien, eso se acerca mucho a lo que son los valores. ¿Y tú qué opinas? – dijo mirando al otro niño que seguía con la mano levantada, esperando pacientemente.

- Creo que son como una especie de principios por los que nos movemos, o algo así me explicó mi padre.

- Y tu padre tiene razón. Los valores son los principios que nos permiten orientar nuestro comportamiento. Son nuestras creencias fundamentales. En el patio habéis demostrado vuestra sabiduría sobre los valores de la vida aunque en ese momento no supieseis que lo estabais haciendo. Quiero que todos os miréis esas bonitas manos de colores. ¿Creéis que todos las tenéis iguales coloreadas? – los niños negaron con la cabeza – No, claro que no, porque todos somos diferentes y cada uno entendemos unos valores mejores que otros; nos guiamos por unos valores mas que por otros, de la misma manera que hoy usabais unos colores más que otros. Puede que uno de vosotros hayáis usado el amarillo más que el azul, al igual que sabéis respetar mejor que cooperar. Pero también, os habéis ayudado entre vosotros, apoyándoos en vuestras habilidades y destrezas. Los valores son necesidades humanas que todos requerimos y la única manera de conseguir seguirlos es conviviendo en libertad.

En ese momento sonó el timbre del recreo. No sabia si sus alumnos se habrían enterado de algo de lo que había querido decir.  Pero aun así se sintió contenta.

- Ahora sí podéis ir a lavaros las manos. Es hora de ir al recreo. – les dijo.

- Podemos bajarnos la caja de los valores de colores al recreo para seguir dibujando. – le preguntó una de sus alumnas.

- Por supuesto. – contestó ella con una gran sonrisa que le rozaba el corazón.

Ese día decidió no bajar a la sala de profesores. Se quedó en su clase, mirando por la ventana y viendo como todos esos niños que se acercaban al campo de fútbol ese día no chutarían el balón, sino que admirarían esas obras de arte de colores mientras sin saberlo, desarrollaban el potencial de sus valores.
Dedicado a Alicia, 
que estoy segura que sabe la importancia de los valores.

sábado, 30 de abril de 2016

Desorden. Genuino. Abrazar.

Allí estaban otra vez, en casa de la abuela. Nada que hacer, salir a correr por el inmenso jardín y poco más. Aburrimiento… La abuela, siempre estaba atareada casi igual o más que sus padres. Que si su jardín por ahí, la comida por allá y sus intocables horas de coser más allá.

Lo que no sabían, es que ese fin de semana en concreto sería especial. Un día para recordar; un día que cambiaría para siempre la visión de su abuela.

- ¡No puedo creer que a los niños de hoy en día os tengan que dar todo para poder divertiros! – comenzó diciendo la abuela – miraros con esas caras largas de aburridos. Cuando yo era niña tenia menos que vosotros, y me pasaba horas enteras explorando el jardín, que os aseguro que era mucho más pequeño que este, y montándome mis propias historias… Claro, que eso fue antes de que me fuese a vivir una temporada al circo…

- ¿Al circo? ¿Tú viviste en el circo abuela? – le dijo su nieto más pequeño.

- ¡Ay! Sí hijo sí, y por bastantes años. ¿De que os creéis sino que vuestra abuela tiene este cuerpazo - dijo a la vez que movía su cadera de un lado a otro a la vez que se señalaba a sí misma con la mano.

-  ¿Cómo es que no nos lo has dicho antes? ¡Cuéntanos todo!  – dijo entusiasmado el mayor de los dos.

- Bueno, venir conmigo que os enseñaré algo. – les contestó pensativa y con la mirada puesta en el pasado.

Los tres se dirigieron hacia el piso de arriba. Y nada mas subir la abuela les dijo que esperasen un momento ahí quietos. A los segundos, volvió con un palo con un gancho al final.

- ¿Para qué es eso? – preguntó el pequeño.

- Esta es la llave que abre mi escondite- respondió ella sonriente a la vez que elevaba el palo enganchándolo a una argolla del techo que abría una puerta por la que descendían unas escaleras.

Los dos niños se quedaron con la boca abierta. Nunca se habían fijado en que en el techo, había una  puerta secreta que daba al ático. Ni siquiera sabían que la casa tenía un ático.

- Bueno ¿a qué esperáis? Seguidme – les dijo la abuela estando ya a mitad de escalera.

Oscuridad. Eso era lo único que podían ver hasta que la abuela abrió las cortinas de una ventana inclinada y ¡tachaaan! A la vista estaba el mayor desorden polvoriento que jamás se hubiesen visto.

- ¡Wow! – dijeron los dos niños al unísono

- Esto es… - comenzó diciendo el mayor.

- Un desastre – acabó diciendo el pequeño.

-¡Pero bueno! Ahora me vais a decir vosotros que vuestra habitación es la mas ordenada del mundo ¿no? Esto es… toda una vida guardada en recuerdos y un poco de polvo. – dijo la abuela defendiéndose a si misma a la vez que daba unos golpecitos  y le pasaba la mano a una de las cientos de cajas para desempolvarla – todo esto esta aquí arriba, guardado, olvidado y yo cada vez soy mas vieja como para andar subiendo a limpiarlo. Además desordenado no está pues yo se dónde se encuentra cada cosa por lo que dentro del desorden está mi orden. Ahora seguirme, os enseñaré mi rincón del circo – dijo enfáticamente y elevando ambos brazos.

Llegaron a una esquina del ático y allí tras mover unas cajas apareció un viejo baúl de madera con los cierres oxidados. La abuela lo acarició tiernamente y lo abrió con suma delicadeza. Al abrirlo toda clase de instrumentos circenses aparecieron; aros, anillas, un diábolo, pelotas de distintos tamaños y colores, cuerdas, bastones, trucos de magia, pinturas de cara, trajes de payaso, coloridos y brillantes etc.  

Los niños investigaban fascinados el enorme baúl a la vez que hacían preguntas sin parar. Querían saber todo acerca del uso de esos juegos. Al fondo del baúl había una caja que el pequeño de los nietos sacó preguntándose qué habría dentro.

- ¡Ah! Las fotos… Mi pequeña caja de fotografías. – dijo arrebatándosela de la mano a su nieto.

- Abuela, aun no nos has contado porqué vivías en el circo y qué era lo que tu hacías. – señaló el mayor.

- Eso os lo contaré después de la cena, es una larga historia. Vamos volvamos a bajo – dijo levantándose y haciéndoles señas a los niños para que le siguieran.

Después de cenar se sentaron los tres al lado de la chimenea con una taza de chocolate caliente entre las manos.

- Bueno abuela, cuéntanos todo sobre el circo.

- Supongo que el mejor comienzo será el principio… - dijo tras aclararse la voz – veréis, cuando yo era niña, mis padres murieron en un accidente de tráfico; yo no me acuerdo muy bien de ellos, era demasiado pequeña; más que vosotros. El caso es que pasé a vivir en un orfanato durante un tiempo, pero tuve la suerte de durar poco, pues una adorable pareja de circenses me adoptó y me llevó a su mundo; me abrieron los brazos y también los ojos, haciéndome ver que la realidad iba más allá de lo que estamos acostumbrados a ver. Todos fueron muy acogedores conmigo y enseguida me hice a mi nueva vida. A las semanas de yo llegar al circo, la gran Osa Rosa dio alud a un pequeño osezno, la osa murió en el embarazo por lo que entre todos los del circo nos encargamos del osezno. Yo crecí junto a él, Rumbo se llamaba,  compartíamos juegos, comidas y secretos. Cuando fui creciendo y aprendiendo las artes del circo, decidí que me encargaría de mi pequeño gran oso, que para mi era como mi hermano, mi otra mitad, los dos huérfanos  y adoptados, felices y complementarios. Decidí que juntos haríamos un gran espectáculo. Me enseñaron cómo debía amaestrarlo para enseñarle a bailar y hacer los trucos del circo; fue cosa fácil, pues él me hacia caso desde el principio, más que a los profesionales que me querían enseñar, he de confesar.  – La abuela hizo un inciso para darle un trago a su té.

Los niños esperaban ansiosos de que continuase, nunca hubieran imaginado que su abuela hubiese pertenecido a un circo y menos de que su mejor amigo hubiese sido un oso.

- El caso es que Rumbo y yo acabamos haciendo la mejor actuación de todas. El publico nos vitoreaba, nos aplaudía, gritaba y nos tiraban rosas al escenario. Una vez el circo salió como noticia en un periódico local – decía a la vez que abría su caja de recuerdos y sacaba una página de periódico en el que salía una foto de la gran carpa de circo – Sí os fijáis, aquí señalan “la gente se volvió loca ante el asombroso espectáculo de la joven con el genuino oso Rumbo; una pareja muy particular.” Y así los años fueron pasando, de espectáculo en espectáculo, de ciudad en ciudad. Yo crecí feliz junto con mi familia, mi madre, mi padre y mi oso; un oso que se iba haciendo cada vez mas mayor, hasta que llegó un momento en el que tuvimos que modificar las actuaciones, hacerlas más cortas y sencillas para que Rumbo no se cansase demasiado. Por otro lado, en esa época conocí a un chico especial, un chico que nos seguía a cada ciudad solo para vernos, aunque bueno, luego descubrí que era para verme a mi, pues se trataba de vuestro abuelo. Nos fuimos conociendo poco a poco y un día, cuando yo tenía alrededor de 28 años,  decidí que era el momento de darle un cambio a mi vida. Decidí dejar el circo. Intenté convencer a mis padres para que se vinieran conmigo, pero pese a mi persistencia se negaron, ellos habían nacido en el circo y morirían en él. Yo prometí que les iría a ver cada vez que pudiese. El día de la despedida fue el peor día de mi vida, notaba que Rumbo estaba  algo enfadado conmigo, por irme, por abandonarle, pero sabía que me perdonaría, además al irme yo, el dejaría de hacer su actuación, podría tener unos tranquilos años de oso jubilado. Me despedí de todos con lágrimas en los ojos, y pese que tengo el recuerdo de ese día un poco borroso, aun puedo sentir el abrazo de despedida que nos dimos Rumbo y yo. Y es que pese a ser un oso, ese fue el abrazo más auténtico y genuino que me han dado en la vida; él sí que sabia abrazar de verdad, desde que éramos niños lo habíamos hecho, pero ese; era el último abrazo… - dijo mientras se rodeaba a sí misma con los brazos -  A veces, cuando estoy triste, cierro los ojos, y pienso en ese momento y siempre hace que me sienta mejor.

- Vaya abuela… qué historia más emocionante. ¿Volviste a ver a tu familia y a Rumbo? – preguntó el mayor de ellos, pues el pequeño se había quedado dormido en el sofá.

- Sí, muchas veces, cada vez que podíamos tu abuelo y yo íbamos a verles actuar y nos solíamos quedar un par de días con ellos. Rumbo murió un año y medio después de que yo me fuese… fue un gran oso. Bueno vamos a dormir ya, que mira tu hermano, no ha podido resistir al sueño.

- ¿Puedo ver las fotos de tu caja antes de  dormirme?

- Sí, súbete la caja y ahora las ves en la cama.

- Una vez acostados y después de que la abuela les diese un beso de buenas noches. La caja se abrió, y de ella aparecieron una veintena de fotos en blanco y negro, fotos del circo, de actuaciones, de dos padres con una niña, de payasos, trapecistas y leones; fotos de personas andando por la cuerda floja, bailarines y un gran elefante; pero por ningún lado encontró una foto de Rumbo.

A la mañana siguiente mientras desayunaban el hermano mayor le enseñó a su abuela la foto de la familia.

- ¿Eran estos tus padres abuela? -le preguntó.

- Sí, esa foto siempre me ha encantado, salimos bien ¿verdad? – le contestó ella.

- Sí, me caen bien tus padres. Pero, ¿cómo es que en la caja no hay ninguna foto de Rumbo?

- Mmm… - titubeo ella sin saber muy bien que decir – no lo se la verdad, a él las cámaras no le gustaban , y cuando veía una salía corriendo… - dijo sin saber si había parecido una respuesta convincente.

- ¿Podemos subir a tu ático a jugar con tus juguetes del circo? – dijo el pequeño cambiando de tema, cosa que la abuela agradeció.

- ¡Claro que podéis! Usad lo que queráis, podéis bajaros al jardín lo que vayáis a usar, que ahí tendréis más espacio. – les dijo con una sonrisa en la cara.

Rápidamente terminaron de desayunar y se subieron al ático donde estuvieron toda la mañana sin darse cuenta del paso de las horas. El pequeño no se separó del baúl  del circo, pero el mayor decidió darse una vuelta por el ático. Todas las cajas estaba muy juntas formando grandes torres acartonadas. Al pasar por uno de los estrechos pasillos, sin querer empujó una caja con el hombro haciendo que cayera al suelo, por suerte era una caja muy ligera que pudo recoger y cuando la fue a colocar en el lugar en el que estaba vio que detrás de esa pila de cajas había escondido un gigantesco oso de peluche. Quitó el resto de las cajas con cuidado, quería acercarse. Era muy muy grande, marrón oscuro, y en el cuello llevaba un collar con una etiqueta; le dio la vuelta y le quitó el polvo con cuidado descubriendo así el nombre, un nombre: Rumbo. Cuando la abuela les llamó para comer, volvió a dejar al verdadero Rumbo escondido tras las cajas.

Esa tarde sus padres fueron a buscarlos y le contaron lo bien que se lo habían pasado con la caja del circo. Una vez en casa el mayor de los hermanos decidió preguntarle a su madre.

- Oye mamá, ¿te ha contado alguna vez la abuela la historia de Rumbo?

- Sí claro, ese oso que creció junto a ella y juntos hacían una de las mejores funciones del circo. Es una pena que no conserve ninguna foto del él. Según me contó, las perdió en un pequeño incendio que hubo. ¿Por qué? ¿Os la ha contado a vosotros también veo?

- Sí, no por nada… - le dijo con una pícara sonrisa a la vez que salía dando saltos del salón.

Nunca le llegó a decir nada a su abuela, ni a nadie, sobre el peluche encontrado en el ático, pero ahora se debatía entre el sueño y la realidad ¿Fue Rumbo un oso de verdad o era un gran oso de peluche abrazable? ¿Haría la abuela un espectáculo con ese gran y genuino oso de peluche, o hacia el espectáculo con un oso de verdad? Tal vez él era el único que sabia la realidad, y decidió guardarse el secreto para si mismo.
Dedicado a Lore, una chica genuina.

domingo, 24 de abril de 2016

Algarabía. Acertijo. Mentidero.

Por fin estaba en Madrid. Se había independizado, dejado su hogar. Su pequeño pueblo callado y tranquilo. Su tradicional mercado y esa tienda de chocolates en la que trabajaba. Quién sabe si algún día volvería, pero por ahora deseaba vivir la algarabía de la ciudad. Verse rodeada del continuo tránsito de personas que van y vienen, el alboroto de la calle, los exhibicionistas de la Plaza Mayor o de la Puerta del Sol; los colores y altos edificios de Gran Vía; el grandioso Palacio Real rodeado de sus jardines. Quería vivir la marcha nocturna famosa de los Madriles. Pero lo que más deseaba era formar parte de uno de los mentideros que se escondían en la ciudad, quería pertenecer a uno en especial, pues según le habían contado a parte de hablar de los chismorreos y noticias del día a día, al final de la reunión abrían un debate de los sueños, de los deseos, del inconsciente y la realidad. Según tenía entendido, era un lugar donde los artistas eran bienvenidos, escritores, pintores, escultores, actores, músicos, ilustradores… Ahí quería ir, de eso necesitaba hablar para intentar sentirse libre y dejar de ocultarse.

Vivían en una época dictatorial en la que debían seguir los patrones que les obligaban, nada de salirse de la norma, nada de soñar ni imaginar, nada de ir por la calle vagabundeando con un libro de cuentos en las manos. Prohibido. Debías atenerte a la regla y caminar por la calle rápido, sabiendo a donde ibas, teniendo una tarea definida. Trabajar y más trabajar para poder ganar unas míseras pesetas y para luego gastártelas en la fiesta de la ciudad, en ese lugar donde ahogar las penas y a la mañana siguiente no recordar; eso sí estaba permitido.

Llevaba varios años ahorrando para poder marcharse y ahora se encontraba entre sus cuatro pequeñas paredes alquiladas. Necesitaba un escondite, un lugar en el que guardar sus pinceles y los pocos colores que tenía.  Tras una semana de asentamiento y búsqueda de empleo (sin suerte). Decidió que era hora de buscar ese mentidero con el que tanto tiempo llevaba soñando conocer. Según le habían dicho, estaba en la Calle León, dentro del barrio de las Letras del que según cuentan, fue uno de los primeros mentideros, pues ya en el Siglo de Oro, los actores y representantes se reunían allí para intercambiar información y charlar.

Pasó por la calle Atocha, y siguió hasta la altura de Antón Martín. Eran alrededor de las ocho menos diez, aun tenía unos minutos más para encontrarlo antes de que la puerta se cerrara. Una vez en la calle adecuada fue mirando con detalle, buscaba algún tipo de señal que le pudiese indicar cuál era la puerta, cuando de repente vio una pequeña marca pintada en el suelo, una estrella. Agarrando su valor entre los dedos de su mano llamó a la puerta, tres suaves toquecitos, pues no sabía si en realidad tendrían un código para entrar o algo por el estilo. Espero un rato y cuando iba a volver a llamar una mirilla de abrió dejando ver dos grandes ojos verdes que la miraron de arriba abajo. Cuando ella fue a abrir la boca para presentarse la persona guardiana de la puerta le dijo: “Un prisionero está encerrado en una celda que tiene dos puertas, una conduce a la muerte y la otra a la libertad. Cada puerta está custodiada por un vigilante, el prisionero sabe que uno de ellos siempre dice la verdad, y el otro siempre miente. Para elegir la puerta por la que pasara solo puede hacer una pregunta a uno solo de los vigilantes. ¿Cómo puede salvarse?”

Al principio ella se quedo sin saber qué hacer. “Cómo no lo había pensado antes, la manera de entrar era solucionando un acertijo…” Se dijo para sus adentros “y si lo adivino, si le hago la pregunta correcta él me abrirá la puerta que es lo mismo que esa puerta de libertad del que el acertijo habla, porque si fallo… me quedaré fuera… lo que se simboliza con la conducción hacia la muerte… la muerte del alma…”

Se quedó un rato pensando, evadiendo esos ojos verdes que la observaban, cual reloj de hojalata y a cada pestañeo el tic-tac, resonaba en sus adentros. No podía malgastar sus palabras. Una sola pregunta. “Tiene que ser una pregunta con la que obtuviese la respuesta correcta independientemente de a cuál de los dos vigilantes le preguntase. Y no podía ser una pregunta cuya respuesta fuese sí o no…” siguió meditando. Y tras unos segundos más de dilación acabó diciendo; “¿Sí yo le pregunto al otro guardián por qué puerta tengo que salir que me respondería?" Y tras decirlo cerró los ojos, pues temía que esa no fuese la respuesta correcta. Pero de repente oyó como un cerrojo se abría y una puerta chirriaba al abrirse a la vez que esa voz de los ojos verdes le daba la bienvenida.

Tímidamente entró y el hombre le dijo “no temas, no mordemos sigue todo recto, comenzaremos en un momento”. Y eso es lo que hizo, siguió recto y al final del pasillo entro en un cuarto, un paraíso pintado. Había paredes llenas de cuadros, estanterías con cientos de libros, plumas, manuscritos, lienzos, instrumentos musicales… Había unas seis personas ahí dentro que la saludaron y se interesaron por ella. Cuando estaban todos reunidos ella se presentó, les contó su historia, sus sueños, su arte. Una de las personas que la escuchaba se había levantado mientras ella hablaba y cuando terminó de contar le acercó un par de pinceles y una paleta llena de colores. “Ahora, libérate” le dijo a la vez que le señalaba un blanco lienzo que le esperaba.

Ella sonrió y con gran agradecimiento tomo los utensilios que le daban. Y por primera vez en mucho tiempo. Se sintió como en casa.

Un par de días más tarde acabó encontrando trabajo. En una chocolatería, una bastante reconocida. Eso le ayudaría a pagar el alquiler de su pequeña habitación, ofreciéndole así más tiempo de estancia en esa ciudad. También esa semana, el martes en concreto, que eran los días de reunión en el mentidero, trasladó sus tesoros escondidos allí, a ese lugar en el que podía ser ella misma sin necesidad de aparentar. Cada semana iba al mentidero a pasar las horas hablando de filosofía, de lo esencial de la vida, a la vez que dejaba su mano guiarse por el pincel que se movía libremente, trazando líneas de color, expresando sus sentimientos.

Tras un par de meses acabó su primera obra, unos meses en los que por ahora habían sido los más felices de su vida. Una vida en la que ella marcaba su camino guiada siempre por sus sueños.
Dedicado a Vicky Oliva, aquí tienes tu cuento.

sábado, 23 de abril de 2016

Sentimientos. Paz. Justicia.

En un lejano planeta habitado por los Dioses de los valores, se estaba celebrando una importante asamblea; una reunión para hablar de ese planeta azul, del Planeta Tierra. Tras horas de debate llegaron a una conclusión. Mandarían a Paz y Justicia a trabajar en ese planeta que poco a poco se degradaba, en el que la esencia humana se comenzaba a olvidar, enterándose en las profundidades del inconsciente.

“Bajareis a la Tierra, primero a observar su tragedia y luego desenmascarareis los sentimientos de esos humanos que se han vuelto negros y oscuros; que se han apoderado del egocentrismo de ellos mismos. Si no hacemos algo pronto, esos humanoides terminarán acabando consigo mismos y lo peor de todo, se llevarán por delante a ese planeta en el que habitan.” les dijeron.

Y así fue como se dirigieron al Planeta Tierra, pasando por cientos de luces y estrellas. Al acercarse pudieron observar su gran belleza, su redondez perfecta, el brillo de ese azul marino manchado de trozos de color blanco, marrones, verdes y anaranjados…
Pero esa visión de belleza que tenían se les borró rápido de la cara cuando entraron dentro del planeta y para su horror solo pudieron ver guerra e injusticias. Las desigualdades lucían en cada rincón, niños y familias hambrientas; enfermos con enfermedades sin la oportunidad de tratarlas; gente perdida que vagaba por el mundo sin un lugar al que ir, esperando que alguien le extendiera una mano, una oportunidad; contaminación, basura, suciedad humana. Guerras, fronteras, maldades inexplicables que se veían en cada calle. Y también vieron gente poderosa que les daba la espalda a todos esos problemas de su planeta y lo único que hacían era luchar por más poder, por ser intocables, por tener dinero y un nombre eterno. Sintieron cómo la envidia corría por las venas de la mayoría de los humanos, así como el egoísmo, la competitividad, la posesividad... De esta forma la empatía desaparecía, la bondad se escondía, la cooperatividad no formaba ya partes de sus vidas. La mayoría de los pueblos eran tratados como ganado, controlados y guiados por esas grandes empresas del poder, por estándares dictados por sus sociedades.

Paz y Justicia observaron con gran tristeza y lágrimas en los ojos cómo los humanos se deshumanizaban, como cerraban lo ojos ante lo que frente a ellos pasaba.  No sabían por dónde empezar. Lo primero que hicieron fue localizar a esas personas que por el momento tenían un nivel de deshumanización bajo; mujeres, hombres y niños que aún brillaban, que se podían salvar y así, tal vez, podrían ayudar a intentar mejorar ese mundo en el que vivían. Pues sabían que por pequeñas que fuesen sus acciones seguirían haciendo un cambio, un movimiento y poco a poco, con suerte, más gente se uniría a ellos para intentar frenar la destrucción de su mundo, de sus propias vidas.

Hoy por hoy, Paz y Justicia siguen dando vueltas por el planeta Tierra, intentando sembrar y dejar caer pequeñas gotas de su esencia. Nunca pudieron volver a su propio mundo, pues aun deben completar su misión en el Planeta Azul; pero cada vez están más cansadas, se sienten agotadas de tanto esfuerzo con el cual, a veces, parece que no sirve para nada...
En lo que a ti respecta, nunca dejes de brillar, no dejes que el veneno se apodere de ti. 
Abre los ojos; y verás.

Dedicado a mi tía Marga :)

jueves, 21 de abril de 2016

Fuerte. Luchador. Esperanza.

-       Vamos Israel, ven, que te quiero enseñar una cosa.
-       ¡Un momento Lucas! Que quiero terminarme mi mandarina.
-       Vaaaaale, pero date prisa, que lo que te quiero enseñar es muy, muy, muy importante. Y quiero que lo veas antes de que tu mamá venga a buscarte.

Israel se comió la mandarina a grandes mordiscos y se levantó para seguir a su amigo escaleras arriba.

-       ¿Vamos a tu habitación? – preguntó algo intrigado a Israel.
-       Shhhh… sí, tu sígueme y no hagas ruido.

Los dos fueron dando pasos de ratón hasta la habitación y al entrar Israel cerró la puerta sin hacer el más mínimo ruido. Después fue corriendo pero de puntillas hasta su cama y se agachó a la vez que le hacia una señal a su amigo para que se acercase.

-       Ahora vas a ver mi tesoro más, más, más preciado. Y es un secreto a sí que no se lo puedes decir a nadie. ¿Me lo prometes? – le dijo Lucas con voz susurrante.
-       ¡¿Qué es?! – gritó Israel emocionado.
-        Shhh… pero no grites, que nos van a oír – le reprochó.

Y con cuidado comenzó a sacar un gran libro que guardaba bajo la cama. Un libro con una portada muy bonita. Un libro de historias y leyendas.

-       ¿Un cuento grande? ¿Este es tu gran secreto? ¿Un libro?
-       No es un cuento cualquiera. Es mágico y deja de hacerme tantas preguntas. Ahora lo verás. A ver… ¿qué te parece la Antigua Grecia? Ahí es donde iremos.
-       Bueno… - comenzó a decir Israel, pero no le dio tiempo a acabar cuando vio como una gran luz blanca salía del libro y como si de un remolino se tratase esa luz les absorbía.

Colores, letras, puntos y comas se cruzaban ante ellos, desordenadas y caóticas volaban a su alrededor. Ellos daban vueltas sin parar hasta que de repente cayeron de culo sobre un mullido césped.

-       ¿Do-Donde estamos? ¿Y  y… que llevamos puesto? – titubeó Israel.
-       Estamos en la Antigua Grecia. Justo donde te dije que iríamos. Y llevamos puesto una armadura, debe ser que… ¡somos guerreros! Vamos a dar una vuelta.

Así pues se encaminaron los dos a descubrir ese mundo nuevo que les esperaba. Israel no dejaba de mirarse a sí mismo y dar vueltas a su alrededor, aun no daba crédito a lo que veía. Fueron por un camino de tierra, rodeado de verdes praderas y un pueblo al fondo que se encontraba justo al final de ese sendero que seguían.

Cuando fueron a entrar al pueblo vieron a un par de soldados a la entrada. “Espartanos, entrada permitida. ¿Enemigos a la vista?” Israel y Lucas se miraron el uno al otro. “No señor. Todo despejado.” Dijo Israel rápidamente. Y les dejaron entrar.

Caminaron por las callejuelas del poblado sin cruzarse con muchas personas. Llegaron a una plaza y ahí se sentaron en unas escaleras cuando de repente vieron como un chaval salía corriendo de una calle y le arrebataba a una madre con su bebe una cesta que contenía un mendrugo de pan y un trozo de queso. Israel al verlo se levantó y salió corriendo “¡Vamos!” le dijo a Lucas. Los dos corrieron tras el ladrón y consiguieron arrinconarlo contra un muro y sus dos lanzas. “Debería darte vergüenza quitarle a una madre y su pobre bebé lo poco que tienen de comida. Devuélveselo ahora mismo.” Le gritó Israel con una voz que ni siquiera él sabía que tenía. El ladronzuelo dejo la cesta y se tiró al suelo suplicando que le dejasen ir. “Claro que te vamos a dejar ir, no saco ningún beneficio deteniéndote, lo único que quiero es que devuelvas eso que no te pertenece. Tal vez si les hubieses pedido un poco te hubiesen dado y no hubiese hecho falta que se lo hubieses quitado de las manos.” Y con las mismas cogió la cesta y se dio la vuelta encaminándose hacia la mujer para devolverle la cesta, la cual les agradeció enormemente que hubiesen salido en su defensa.

Volvieron a sentarse en esa escalera en la que estaban antes de que todo pasase. De pronto otro niño más pequeño que ellos se les acercó tímidamente y le dijo a Israel: “Wow… me encantaría ser tan fuerte como tú, un espartano que no le de miedo nada, un luchador de la vida.” Y sin más le abrazó a la vez que Israel le susurraba al oído: “Nunca pierdas la esperanza.” Y ese abrazo fue la llave que abrió la puerta de vuelta. Deshaciendo esa espiral llena de letras volvieron a aparecer los dos sentados en la habitación. Al lado de la cama. Se miraron y se rieron a carcajadas.

-       ¿Por qué nos hemos ido del cuento? ¡Quiero volver! – dijo Israel emocionado.
-       Sabía que te gustaría. Nos hemos ido porque hemos cumplido nuestra historia, la historia que nos tocaba. Oye, me asustaste un poco cuando cogiste tan confiado la lanza.
-       Sólo quería asustar a ese chico, él era más grande que nosotros. ¿No podemos volver?

De repente sonó el timbre. Angy ya había llegado para recoger a Israel. Sin decir palabra Lucas le ofreció el libro a su amigo, a la vez que se ponía el dedo índice sobre los labios. Era su secreto.

Esa noche cuando Israel ya estaba acostado y sus padres le habían dado las buenas noches, sacó de debajo de su cama ese gran libro mágico. Se lo puso sobre las piernas y estuvo un rato contemplando la portada, pues tenía miedo de abrirlo y que no sucediera nada. Pero cuando lo abrió, por una página al azar, esa espiral de letras y leyendas le envolvían de nuevo. Esa noche se convertiría en el Rey Arturo.

Cuando sus padres se iban a dormir se asomaron a la habitación y le encontraron durmiendo, agarrado a un libro abierto por una página de un castillo rodeado de dragones.

-       Tal vez esté soñando con que es un rey, el rey de un reino de dragones. – dijo Angy susurrando a la vez que le daba un dulce beso en la mejilla y le quitaba el cuento de las manos con cuidado para no despertarlo de su sueño imaginado... 
Para Angy, con cariño de parte de tu amiga Sara

domingo, 17 de abril de 2016

Miedo. Amor. Muerte.

Siempre le había dado miedo hablar de la muerte, su tema tabú, ese recuerdo doloroso que le comprimía el corazón. Pero hoy, tenía que ser fuerte. Desgraciadamente una mujer que  llevaba trabajando veinte años en el colegio, una cuidadora del recreo, había muerto. Y ella se lo tenía que decir a sus alumnos… “¿Podré hacerlo?” Se preguntaba una y otra vez. “Tengo que hacerlo; no me queda otra.” Ella sólo pensaba en cómo debía informarles de la noticia, sabía que la mayoría no lo entenderían, qué puedes esperar de unos niños de 4 y 5 años…

Era la hora de entrada, los niños alegremente llegaban a la clase con sus “Buenos días”en un día más, un día normal. Al parecer algunos padres ya lo sabían y como ella, todos estaban en shock.

A los diez minutos ya estaban todos sentados frente a ella. Veinticinco caras inocentes que la miraban esperando a que les dijesen qué iban a hacer hoy. Hoy sería un día especial.

-       Hoy tengo que daros una noticia, me temo que es una noticia triste. – allá iba - ¿Sabéis quien es Paula? Esa adorable chica cuidadora del comedor. – unos decían que sí y otros  que iban más a su rollo que no. – bueno pues a Paula, no la vamos a ver más, porque tristemente, ayer falleció, se murió. ¿Alguien sabe lo que eso significa?

Caras asombradas sin saber que decir, pues sus gestos puedes saber quienes sabían más o menos lo que eso significaba y quienes no tenían ni idea. 

-       Como a mis abuelos, que ahora están en el cielo – se atrevió a decir una de las niñas – tres de mis abuelos se murieron.

-       Pues sí, como tus abuelos, gracias por compartir eso con nosotros Laura. – dijo la profesora a la vez que se decía “vaya, parece que algunos son más conscientes de lo que pensaba.”

-       Sí, mi abuela también se murió y ahora es una estrella – dijo Pedro

-       Y mi gatito, mi gatito también se murió. – continuo Rebeca

-       ¿Ahora Paula está con Dios? Eso es lo que me ha dicho mi mama, cuando alguien muere se va con Dios. – preguntó Susana tímidamente.

-       Sí, Paula está donde vosotros creáis que está, puede que sea una estrella, que podáis mirar al cielo por la noche y saludarla; o que esté en el cielo; o que esté con Dios…

-       Mi hermano bebé murió – dijo a continuación Alberto para sorpresa de ella. Pues era verdad, Alberto había tenido un hermanito hace unos meses que murió a la semana de nacer. La familia estaba destrozada y ahora ella se sentía orgullosa de que Alberto lo compartiera en clase, con ellos.

-       Eres muy valiente Alberto por compartirlo con nosotros. – le dijo con admiración, tal vez ella debería hacer lo mismo y compartir sus miedos con esos niños que le daban todo ese amor incondicional que los alumnos sienten por su profesora.

-       Mi mamá se ha muerto también. – dijo de repente Simón.

-       Simón, tu mamá no se ha muerto, estaba hace quince minutos contigo en clase – aquí iba uno que no tenía ni idea de lo que estaba pasando – cuando alguien se muere significa que no le vas a ver nunca más… deja de vivir para siempre y sólo queda el recuerdo de él o ella.

-       Oh… - dijo el niño algo confundido.

-       La mamá que de verdad murió fue la mía, cuando era pequeña. Y tuve miedo, y no quería llorar, pero con los años aprendí que no pasa nada por llorar. Que es humano  y podemos mostrar nuestras emociones. A sí que si hoy tenéis ganas de llorar, no pasa nada, llorad; y si queréis un abrazo no dudéis en venir y pedírmelo.

-       No te preocupes profe, que lo haremos. Pero ¿entonces Paula será ahora una estrella?  – dijo maduramente Cesar.

-       Me alegro – le respondió ella sonriendo – Y sí, si tu quieres será una estrella, esta noche asómate a la ventana y elige una estrella que la represente. Yo tengo una estrella especial que representa a mi mamá y cuando estoy un poco triste la miro y la saludo. A si que si queréis, podéis escoger una estrella para Paula. Bueno y ahora nos vamos ir  a ‘explorar y aprender’ y a la hora del recreo vamos a ir al patio grande, con el resto del colegio y estaremos más rato de lo normal, porque hoy en el recreo, vamos a jugar por Paula, que a ella le encantaba jugar con vosotros. Hoy pensaremos en ella y en lo feliz que era mientras jugamos todos juntos.

Una vez que los niños se habían levantado e iban a buscar qué actividad harían, ella se quedó sentada un rato; pensando. Lo había hecho. Había hablado de su tabú con unos niños de 4 y 5 años. ¿Por qué? ¿Por qué se lo había contado si eso era algo de lo que nunca hablaba? Y se dio cuenta de el amor que por ellos sentía, y les quería hacer entender que no era malo estar triste o llorar. En realidad eran ellos los que le habían dado fuerzas para contárselo, con su inocencia, con su querer aprender de la vida y su forma de tomarse las cosas. Y ella, al ser su modelo de aprendizaje tenía que mostrarse firme y estar ahí para ellos, para lo que necesitasen.

Durante la mañana hubo alguno que se le escapó alguna lagrimilla y otro que le pedía un abrazo de vez en cuando. Pero aparte de eso el día fue normal.

A la hora del recreo todos jugaron el en patio e hicieron carteles para recordar a Paula. Ahí pudo ver que los niños más mayores, sobre todo los de 5º y 6º estaban más hechos polvo… era normal, la conocían de hacía más tiempo a la vez que eran más conscientes de lo que la muerte significaba.

Al día siguiente los niños volvieron a clase, como si en el día anterior nada hubiera pasado. De vez en cuando alguno mencionaba algo. Y un par de ellos le dijeron que por la noche habían elegido una estrella. Pero por lo general volvían felizmente a jugar; a vivir las pequeñas experiencias que la clase les ofrecía; a aprender cosas nuevas; a divertirse; a pedir ayuda si tienen miedo y así superarse a sí mismos; simplemente a crecer…

“Creo que nunca deberíamos enterrar a ese niño de cuatro años que llevamos dentro.” Se dijo ella sonriendo a la vez que observaba a esos valientes niños que se enfrentaban a la vida.

Aquí tienes tu cuento, Patri :)