Se encontraba en una nube, como si nada de lo que
estuviese pasando a su alrededor pudiese materializarse en la realidad. Las
personas que hablaban le parecían voces lejanas. Sudores fríos le caían por el
cuello, respiraba sobresaltadamente, a trompicones. Caminaba sin caminar; como si sus pies estuviesen programados por una máquina y le hicieran moverse sin
pensarlo; eso y que ahí estaba Mari tirándole del brazo. Ella siempre estaba
ahí, firme, junto a él. Aunque en esos momentos todo parecía lejano. A veces rápidos
flashes de la realidad aparecían frente a sus ojos. Un pitido al cruzar un
arco; ya estaban en el control; y al pasar él, había saltado la alarma, algo
metálico que llevase camuflado. Le pidieron que se apartase hacia un lado, que
abriese los brazos y las piernas. Todo parecía muy surreal. El obedeció sin
rechistar. Todo en orden; podía continuar.
Ahora sí que sí, estaban dentro del aeropuerto. Quien le
iba a decir que le acabarían convenciendo.
Pero una fuerza mayor le había hecho decidirse. Sus hijos y nietos les
estaban esperando ahí donde iban. Un lugar demasiado lejano para ir en coche o
en cualquier otro transporte que no fuese el avión. ¿El nombre del lugar? ni
siquiera lo sabía, no se acordaba, no le importaba. Lo único que se le pasaba
por la mente eran las caras de esas personas que allí aguardaban su llegada. “Todo
irá bien” le habían dicho una y otra vez. Según caminaba por los pasillos
interminables podía sentir la voz de Mari, seguramente le estuviese diciendo
palabras tranquilizadoras o quizá le estuviese contando lo emocionada que
estaba de que por fin volasen en avión; pero él, nada de eso oía, simplemente
el sentir su voz le hacia sentirse parcialmente a salvo. Cruzaron la zona de
las tiendas, locales llamativos llenos de luces y purpurina, amables empleados
que constantemente te ofrecen perfumes, chocolates o un nuevo licor. Ni
siquiera nada de eso llamó su atención, eso sí, por esa zona pasaron más
despacio de lo que a él le hubiese gustado ya que Mari quería inspeccionar más
a fondo el lugar y probar alguna de esas muestras que les ofrecían, aunque al
final para su gusto fueron demasiado deprisa, por lo que ninguno de los dos se
quedó satisfecho con su paseo.
Tras un rato de andar de un lado a otro, consiguen
encontrar la puerta de salida. Han llegado con mucho tiempo, por lo que buscan donde sentarse y de alguna forma hacer más amena la espera. Mari intenta
mantener alguna conversación con su marido, pero este está demasiado preocupado
con lo que vendrá, piensa en el pánico que le dará volar, las posibles e
incontrolables turbulencias… Escucha el lento tic tac de su reloj de muñeca
como si el tiempo se estuviese ralentizando solo para que su agonía pueda durar
mas tiempo. Necesita ir al baño, echarse agua en la cara para intentar despejar
esas atroces ideas que le reconcomen la mente. “Tal vez haya una ventana en el
baño por la que pueda escapar” piensa de manera cinematográfica.
- Necesito ir al baño, ¿sabes donde está? – pregunta
atropelladamente.
- No, pero ahí hay un cartel que te señala donde están los
servicios, hay una flecha a la izquierda ¿la ves?. Pero espera, voy contigo, no
vaya a ser que te pierdas o intentes huir a la desesperada – le contesta Mari
con una risa nerviosa, pues sabia que su broma de escapar podía llegar a
hacerse realidad.
- No, mejor quédate aquí con las maletas y los abrigos. No
tardo. – Y dicho esto se va en busca de los baños.
Decide que para llegar a ellos tiene que concentrarse en
los baños, no pensar en nada más, no dejar que su mente se diverge y se nuble
con esa bruma que no le deja ver. Sigue las direcciones de los carteles.
Efectivamente, no estaban nada lejos. Suerte la suya. Al acercarse ve una larga
fila de mujeres a espera de entrar. El baño de los hombres luce vacío. Doble
suerte. Se acerca al lavabo, abre el agua y para su desilusión, no es agua
fría, sino caliente ¿Por qué todos los grifos tienen agua caliente? Otra desventaja
más a añadir en su lista de porque no le gusta volar. Aun así se moja la cara.
Decide meterse en un baño; no porque no le guste usar los meaderos de fuera,
que le da igual, sino porque en esos momentos necesita un poco de privacidad.
Entra, baja la tapa y se sienta en el wáter, cierra los ojos; respira hondo. Vuelve a
concentrarse en la imagen de sus hijos y sus nietos. “Va por vosotros” se dice
para sus adentros. Tras evacuar su vejiga, sale del baño. Esta vez se concentra
en desandar el camino andado, y mas vale que lo recuerde pues no sabe cual era
el número de la puerta de embarque. Por suerte, siempre ha tenido buena
orientación por lo que llega a donde estaban mas o menos con suma facilidad. Ya
ve a Mari, está de pie, haciendo aspavientos con una manos, diciéndole que se
de prisa. Al verla hacer esa señal se da cuenta que el resto de pasajeros ya se
han puesto de pie. Aun queda un rato para que abran puertas “¿Qué consigue la
gente con tanta prisa, a parte de estar de pie esperando? Vaya afición de
llegar el primero a todos lados tenemos.” Piensa con razón.
Ahí están. La gente ya comienza a pasar. Comprobación de
billetes y pasaporte. Continúe avanzando. Y ese tic tac del reloj comienza a
dar vueltas muy deprisa, al ritmo de las palpitaciones de su corazón. Los
pasajeros comienzan a pasar al avión. Los azafatos les dan la bienvenida con
una sonrisa de maniquí. Y una vez más miran tu billete a la vez que te
recuerdan cual es tu asiento. No les ha tocado ventanilla. No pasa nada, de
todas formas, él no la quería. Prefiere estar al lado del pasillo por si acaso
tiene que salir corriendo. Estúpida razón psicológica, pues aunque quisiera
correr, una vez que el avión esté en marcha no iba a poder ir muy lejos.
Ya está sentado, con el cinturón abrochado. Se marea al
ver a la gente estresada pasar, buscando de manera desesperada un hueco en el
maletero para poder encajar su maleta. Gritos, disputas por los asientos, emoción,
niños llorando y azafatas metiendo prisa de forma educada. Finalmente se
cierran las puertas. El piloto les da la bienvenida. Un par de azafatas les
explican con demostraciones practicas las medidas de seguridad en caso de que
hubiese algún problema o tuviesen que
realizar un aterrizaje forzoso. Cosa que no le ayuda nada a mantener la calma,
el sudor le empapa la camiseta. Un sabor amargo le sube por la garganta. Tan
sólo quiere gritar y salir de ahí lo antes posible. El avión comienza a moverse,
se dirige a la pista de despegue. El respira agitadamente.
De repente una mano le agarra la suya con firmeza. Una
mano que le devuelve los pies a la tierra. Como siempre, Mari está ahí, junto a
él. La mira, ella no necesita de las palabras para transmitirle calma. Mari,
sus hijos, sus nietos; todo lo haría por ellos.
- Ya estamos volando, estamos a salvo – le dice Mari en un susurro.
El mira a su alrededor “¿Estamos volando? Ni siquiera me
he dado cuenta del despegue.” Piensa para sus adentros. Aun sigue un poco en
tensión, pero rápido se da cuenta de que no hay nada de que preocuparse. El
avión se mueve menos que cualquier coche o uno de esos grandes autobuses que él
mismo conduce. Ahora todo es calma, no hay voces, ni gritos de niños. Cada uno va
sentado charlando con el de al lado, leyendo un libro, escuchando música o
intentando dormir. “¿Tanto miedo para esto?” y sin pensar más sus parpados le
comienzan a pesar. Se siente agotado de haber sostenido tanta tensión
infundada, tanta preocupación inventada. Y aun agarrado a la mano de su mujer
se queda dormido. Duerme profundamente hasta casi el final del trayecto. Abre
los ojos. Mari sigue a su lado, está tranquila, disfrutando de un libro.
- Todos teníais razón, se pasa peor pensándolo que pasándolo
– dice meditativo.
A la hora del aterrizaje sus manos se vuelven a enlazar.
Aunque esta vez, no hay nada de que preocuparse.
Para Alberto,
espero que algún día
puedas disfrutar de un vuelo.
Que agonía! Pero seguro que el viaje de vuelta le fue mejor!
ResponderEliminarUna vez mas...Me ha gustado la historia, amiga :)
Que se lo digan a ella que no le gusta volar... cualquiera lo diría ¿verdad?
ResponderEliminarPues sí..... quién lo iba a decir!
Eliminary... "peor se pasa pensándolo que pasándolo ¿eh?... je, je, je
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