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miércoles, 4 de mayo de 2016

Música. Amor. Vida.

Esto era una niña pegada a una trompa. No vayáis a pensar que siempre estaba pegada a ella, pues más de una vez se la dejaba por ahí perdida, esa loca cabeza de hojalata. Sin darse cuenta se entretenía a hablar con las musarañas, se paraba a coger flores de colores o se pasaba las horas haciendo aviones de papel en los que escondían mensajes ocultos para aquellos que los encontrasen. Y de repente, cuando salía de su ensimismamiento se daba cuenta de su olvido y salía corriendo “¡Mi trompa!” gritaba y ya no la veías en todo día.

Tenía una forma de andar particular, tal vez fuese por el peso de su trompa, siempre cargada a la espalda; una sonrisa personal y una forma de hablar alocada, pues nunca sabías por donde te iba a salir o que sería lo que en esos momentos se le estaría pasando por su cabeza que haría que saliese disparado por su boca, como si el resto del  mundo hubiese estado oyendo la conversación que dentro de su cabeza se estaba discurriendo. Era una defensora del mundo, lloraba cada vez que oía como un caracol había sido aplastado por la horrible zapatilla de un ciudadano; alzaba las manos pintadas en defensa de los derechos humanos; iba recolectando cualquier perro que se encontrase abandonado; y ayudando a toda persona que lo necesitase, pues para ella todo tenía solución. Defendía que con amor, todo se hacía mejor. Y ella, amaba la vida. Se trataba sin lugar a dudas, de una luchadora de la naturaleza humana, una creyente de la Madre Tierra.

Y siempre iba, pegada a su trompa. Una trompa mágica, una trompa que tocaba melodías a la vida gracias a esos habilidosos dedos que la muchacha tenía, pero sobre todo, lo que importaba era el soplido que le daba a la vida. Hinchaba sus pulmones todo lo que podía y con todas sus fuerzas soplaba las notas de música que precipitadamente salían por la boca de la trompa, escopetadas, preparadas para pintar de sonido el aire. Negras, corcheas, silencios y semicorcheas eran algunas de ellas. En realidad debía de tratarse de una especie de ‘Flautista de Hamelin” pero con una trompa y una niña. Y digo esto porque cada vez que ella propulsaba las notas hacia el mundo, el mundo se paraba, las personas por una milésima de segundo olvidaban lo que estaban haciendo y en esa milésima de segundo por sus cabezas sólo pasaban buenos pensamientos. Lo que hacia que al volver el planeta Tierra a girar muchas de esas personas que estaban haciendo cosas que no debían le daban la vuelta a la tortilla. Esas parejas que discutían, pasaban a darse un abrazo; ese niño que estaba a punto de tirarle una bola de papel al profesor, se ponía a escribir un poema de amor; ese hombre que estaba a punto de pegar a su perro, se agachaba a acariciarlo tiernamente; ese chaval que iba a poner la zancadilla a su compañero de baloncesto, le daba una palmadita en la espalda diciendo “no te preocupes, la próxima meterás canasta”; esa chica que se iba a reír a la vez que señalaba a la empollona de clase porque se le habían caído todos los libros, se acercaba a ayudarla a recogerlos… Y cuando la trompa dejaba de sonar todo el mundo le aplaudía sin saber que por unos momentos la Tierra había girado al son de la melodía.

La niña se fue haciendo mayor y su trompa más vieja y oxidada, pero para ella seguía siendo perfecta y por mucho que le insistiesen de que se comprara una nueva, ella se negaba. La reparaba cómo podía, si hacía falta pegaba las piezas con mantequilla. Pero de su trompa, nadie la desprendería.

Con los años su pasión y profesionalidad por la música se hacían destacar y aceptó comprarse otra trompa para usarla en ese conservatorio en el que se conservaba toda la música y en los eventos en los que tenía que destacar. Lo que hizo que su vieja trompa mágica pasase a estar en el salón; después, en la sala de invitados; luego, pasó al armario y finalmente en la ático.

Los días siguieron pasando, días que llevaron a meses, meses que se alargaron a años y ahí seguía la vieja trompa mágica, cogiendo polvo dentro de una caja en el rincón más olvidado de un trastero en el tejado.

Una tarde como otra cualquiera, en el que la muchacha volvía de su clase de trompa profesional, le llamó la atención una pequeña niña, una niña parada, justo, en  frente de su tienda favorita. Una tienda de música en la que el escaparate estaba repleto de instrumentos musicales. Y ahí estaba la pequeña, frente al escaparate, con la mirada perdida en las notas que imaginaba que salían de cada uno de los instrumentos. Esa imagen, le pareció bonita, y le hizo sonreír, le recordó a ella misma de pequeña. Pero no le dio más vueltas.

A partir de ese día veía a la niña cada tarde, con la misma ropa, en el mismo lugar. Observando esos instrumentos que quedaban tan lejos de su alcance. Y la chica no tardó en comprender que se trataba de una niña de la calle. Durante esos días algo empezó a removerse en la tripa de la muchacha, algo que hacía que no se encontrara bien y le doliese hasta el alma. Además esos días no hacia más que ver catástrofes, guerras y horribles noticias que se anunciaban en la televisión. El mundo necesitaba ayuda. Y de repente, lo entendió; algo hizo clic en su corazón. Subió decidida al ático y sin necesidad de buscar demasiado, desempolvó su vieja trompa mágica con lágrimas en los ojos ¿Cómo la podía haber olvidado? ¿Cómo podía haber dejado que la vida de adulto la hubiese enterrado? En ese momento supo que no se la merecía,  y aunque su interior le decía que no se desprendiese de ella, otra parte sabía que había una niña que la cuidaría y sabría darle ese mismo uso, que ella le dio en su día, pues el mundo la necesitaría.

A la mañana siguiente decidió aparecer por la tienda de música antes de que la niña lo hiciera, y dejó la trompa en un banco en el que sabía que la niña solía sentarse. Luego, se escondió, vigilante de que nadie se percatase del instrumento aunque sabía que nadie lo haría. A parte de la niña, nadie se interesaría por una vieja y oxidada trompa. Y así fue, pues mucha gente pasó cerca del banco y más de uno observó el instrumento, pero no hubo ninguno que se parase a cogerlo. “Cómo engañan las apariencias.” Pensó ella para sus adentros. Tras un rato de espera la vio aparecer, una pequeña niña con alegres andares que iba a sentarse en su banco a esperar que subiesen la puerta metálica que encerraba su escaparate. Desde su escondite, notó como la niña se sorprendía cuando vio ese instrumento abandonado que para ella, fue el instrumento mas bello del mundo. Lo primero que hizo fue mirar alrededor, luego lo acarició con cuidado y con suma delicadeza, como con miedo de que se fuese a romper o a desaparecer. Finalmente, descubrió un papel enganchado de un lazo, un mensaje; una nota que decía: “Tú sabrás devolver la magia al mundo.” En ese momento, se puso colorada, pues no sabía de donde podría haber salido ese instrumento que le decía que ella podría devolver la magia al mundo. “¿Cómo?” se preguntó la niña. La muchacha que observaba todo, aun escondida, sonrió y supo que su trompa estaría en buenas manos. Además, se le había ocurrido un plan.

La niña estuvo dos días sin tocar la trompa, ni un solo ruido salió de ella. Solo la observaba y la acariciaba. No sabía muy bien que hacer con ella. Pero al tercer día se atrevió a soplar y para su sorpresa, no sonó tan mal. Estuvo unos días practicando y tras unas semanas cuando se dirigía hacia su banco, vio a una muchacha sentada, tocando una bella melodía con una brillante trompa. La niña se acercó poco a poco, mientras la admiraba.

- ¿Qué te parece si te enseño a tocarla? Aunque por lo poco que te he oído, no lo haces nada mal – le dijo la muchacha.

La niña no supo que responder. Se sentó al lado de ella y la miró, como si aun no se creyese lo que sus ojos veían.

Y así fue como comenzó una bonita amistad de dos personas que le ponían tiritas de música  a este mundo que tan herido está.

Ahora, sí aluna vez te encuentras una vieja trompa abandonada en un banco, no le des la espalda, porque tal vez se traté de esa trompa mágica.
Para Paula,
esa niña pegada a una trompa.

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