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domingo, 29 de mayo de 2016

Inspiración. Informal. Contraste.

Un pincel seco en la mano, delante un bastidor blanco y al lado de este, una mesa con pinturas de colores y una paleta con rastros de pinturas resecas, ni una mísera de color reciente en ella. Un suspiro alargado se dispersa por el ambiente. Llaman a la puerta. “¿Quién será? ¿La inspiración? Por que en estos momentos es la única bienvenida en esta habitación.” Piensa a la vez que se dirige hacia la puerta lentamente aun con el pincel en la mano.

Abre. Como sospechaba, no era la inspiración la que llamaba sino la inoportunidad hecha persona. Al verle lo único que puede hacer es apuntarle con ese pincel que sostiene a la vez que entorna los ojos  y frunce el ceño a modo de desaprobación. Sobran las palabras.

- ¡Vamos mujer! Llevamos semanas sin vernos, es viernes y te tengo que contar novedades – se escusa a la vez que entra libremente por la puerta – además, te he traído tu vino favorito.

Ella aun sostiene la puerta cuando él ya se encuentra en la cocina en busca de esas dos copas de cristal que le gusta usar. Comienza a servirse sin preguntar. Ella sin fuerzas de rechistar deja caer la puerta y al ir hacia la cocina deja el pincel al lado de las pinturas.

- Bonito cuadro – dice irónico al pasar por delante del blanco lienzo para sentarse en el sofá – venga, no me digas que llevas toda la semana sin salir de casa, parada delante de ese trozo de tela y sin mojar ni siquiera la punta de tu pincel; cómo si lo viera.

- No yo… - comenzó a decir ella tratando de excusarse. Sinceramente había momentos en los que realmente le odiaba por creerse tan sabio de la vida ajena, en concreto la suya, aunque normalmente siempre acertaba y era eso lo que más le molestaba o quizá lo que más le gustaba.

- No intentes colármela, que nos conocemos y por las pintas que tienes y el aspecto de tu casa… diría que llevas aquí, cinco o seis días encerrada – continua él – tienes que salir, buscar el contraste, reenfocar tu mirada, dejarte llevar por la brisa, no presionarte en la obra final, sino en los colores que te inspiren el momento adecuado. La inspiración no llamará a tu puerta sino que te pillará desprevenida, cuando menos te los esperes y de manera informal una nueva idea se formará en tu cabeza y estallará como un orgasmo en su punto culmine. Pasea por la calle, visita algún museo que te guste, siéntate en una terraza a disfrutar de un café mientras observas la vida pasar. Quedándote aquí encerrada lo único que consigues es que tu mente sienta la claustrofobia de las cuatro paredes, que no pueda respirar y cada vez se vuelva más opaca hasta que acabe por cegarte completamente. Una ceguera blanca, blanca como el lienzo vacío que te obstaculiza la mirada.

Mientras le escuchaba, luchaba por que sus lágrimas siguiesen escondidas tras sus párpados, porque sabía que una vez que saliesen, no habría nadie que las contuviese. Para disimular, cogió su copa de vino y dio un largo trago. No podía dejar de pensar en que ahora que estaba tan cerca de conseguir su sueño, de ser una artista de verdad, su mente se había quedado en blanco y no conseguía procesar ni una buena idea que poder pintar. En realidad se alegraba de que el pesado de su amigo hubiese llamado a la puerta, de alguna manera tenía que romper ese pensamiento unidireccional que no le estaba llevando a ninguna parte.

- Tal vez tengas razón – consiguió verbalizar – pero no hablemos ahora de eso y disfrutemos de este buen vino que has traído. Y mañana con la resaca que tendré me obligaré a salir de casa un rato para que me de un poco el aire.

Así pues, continuaron bebiendo hasta emborracharse. Fue una entretenida velada entre cotilleos del mundo artístico y memorias de momentos que merece la pena no olvidar porque siempre que los recuerdas lo mínimo que hacen es sacarte una sonrisa.
Y como era de esperar, al día siguiente se le pegaron las sábanas más de lo que le hubiese gustado. Ni siquiera conseguía recordar a qué hora salió su amigo por esa misma puerta que horas antes había entrado con una botella de vino llena. Una botella que ahora relucía vacía e la encimera de la cocina.

Decidió comenzar el día con un buen café. Después ya se encargaría de recoger. Abrió la ventana de par en par mientras oía el café subir en el fuego. El sol arrasó en la habitación con la compañía de una suave brisa. “No se puede negar que hace un día espectacular para dar un paseo por la calle” piensa. Ni siquiera le ha dado tiempo a hacer la cama cuando escuchar el agudo pitido de la cafetera avisándole de que ya ha terminado su trabajo.

Una hora más tarde ya esta preparada para salir por la puerta. “¡Las llaves!” piensa alarmada a la vez que empieza a buscarlas por todo su apartamento. “Menos mal que me he acordado esta vez, sino el cerrajero no se que me va hacer.” Tras buscarlas un rato, se queda parada en medio del salón intentando pensar dónde podían estar. Fija la mirada en ese blanco bastidor. Y como si de un imán se tratase, sus enrevesados pensamientos sobre qué pintar la obligan a plantearse el si debería salir a dar ese paseo en lugar de quedarse a trabajar, o por lo menos intentarlo una vez más. Se acerca al lienzo hasta quedar a un palmo de distancia. Mira el pincel “¡Ah! Aquí están las llaves” dice a la vez que las coge de entre las pinturas de colores; ahí donde las dejo cinco días atrás. “Tal vez esto sea una señal diciéndome que es hora de salir de casa.”

Sin pensárselo más  sale a la calle y comienza a caminar despacio, disfrutando de cada paso, dejando que la suave brisa se enrede entre su pelo con el sol haciéndole cosquillas en las mejillas. Decide ir a tomar su segundo café a su cafetería favorita acompañado de un croissant. Se sienta en la terraza y como su amigo le propuso, se dedica a ver la vida pasar, las distintas personas que vienen y van, las circunstancias inesperadas, los sentimientos expresados, las miradas ajenas. Observó durante largo rato esa vida que corre por las agujas del reloj, dando vueltas sin prestar atención a los pequeños detalles que se encuentran alrededor. Y lo mejor de todo, es que en esos momentos en los que era observadora, su cabeza no pensaba en más allá que en inventar historias que explicasen los comportamientos de aquellas personas.

Cuando terminó decidió bajar a pasear a la orilla del Sena. Al ser un día tan soleado la gente había salido a la calle como lagartijas. Cualquier otro día, se hubiese quejado de la abundancia, pero ahora, no era el caso, no le molestaban lo más mínimo, ella iba a su propio ritmo.

Al pasar cerca de la catedral de Notre Dame, decidió pararse un rato, sentarse en un banco y observar su grandeza, su pureza, esas gárgolas tan famosas que la protegen. “¿Y si fuesen reales?” se pregunta.

Continua, siguiente parada: uno de sus barrios favoritos, Montmartre. El mercado callejero, el ruido, la música y el ambiente tan Ameliense le encantan. Aprovecha a mirar algunos DCs de música, se entretiene viendo como lo artistas de la plaza hacen los retratos de los turistas, y más divertido aun, las caricaturas.
De repente, nubes negras se interponen entre el sol y ella, nubes negras cargadas de rabia, truenos y lluvia. Un lluvia que empieza a caer deliberadamente rompiendo la armonía de la plaza de Monmatre. Todo el mundo huye en busca de un refugio. Los cuadros que se estaban pintando están triste por la retirada de su modelo y lloran pintura que resbala por el lienzo. Por unos momentos ella no sabe que hacer, se queda parada, observando esa avalancha de gente que corre a la desesperada. Luego, camina tranquila hacia un restaurante. Es hora de comer algo. Se sienta en una mesa pegada a una de las ventanas. Desde ahí puede ver como las gotas siguen salpicando el asfalto sin demora.

Tras hora y media, las nubes deciden marchar. Poco a poco van dejando pequeños huecos azules. Y el brillante sol aprovecha para volver a relucir entre  esos pequeños agujeros entre las nubes. Justo en esos momentos, ella estaba tomado el postre y al ver que dejaba de llover decidió continuar con su paseo antes de que el viento se arrepintiese y volviese a soplar las nubes hacia ella.

Al salir el olor a vida le golpea la cara, un olor a agua pura, un olor de calle mojada. Le encanta. Camina hasta llegar a la basílica del Sagrado Corazón. Y para su sorpresa, no solo se encuentra con la presumida basílica, sino que también aparece un gigantesco e impresionante arcoíris que cruza todo el cielo de Paris. Y ahí estaba la magia de la madre tierra. Estupefacta se queda mirándolo, imaginando que ella misma podría escalarlo llegar al otro lado y tal vez, allí estuviese su inspiración esperándola.

Decide volver a casa. A la vuelta, va pensando en ese día tan particular ¿se habría encontrado un poco más a si misma? Llega a casa y directa se va a la ducha. “Hoy me voy a dar un baño” se dice decidida  para darle un final perfecto a su día. Enciende el agua caliente y echa una de esas sales de baño perfumadas acompañadas de gel de color morado. Mientras deja que la bañera se llene vuelve al salón y mira su vacío bastidor. Niega con la cabeza. Se acerca y lo cubre con la manta de su sillón. Vuelve al baño y se sumerge en las profundidades de su bañera. Comienza a jugar con la espuma y las burbujas. Le encanta hacer pompas de jabón con los dedos de sus manos. “¡Son tan mágicas las pompas de jabón!”. De repente, mirándolas flotar una bomba de ideas explota en su mente, como bien dijo su amigo, siente el punto culmine de un orgasmo. El placer máximo de ver los cuadros pasar por su visión como si fuesen pompas de jabón. Siempre habían estado ahí, solo tenía que mirar a su alrededor y ahí podría encontrar la informalidad de la ilustración, el contraste de su obsesión ,la inspiración disfrazada de cotidianidad.

Solo he de añadir, que esa día no se fue directa a dormir sino que pasó toda la noche soñando con un pincel mojado de color en la mano y un lienzo lleno de pinceladas que hacían que esos sueños se convirtiesen en ideas plasmadas.
Para Coral, buscadora de la inspiración.


1 comentario:

  1. Hija, parece que de verdad has estado hora y media bajo la lluvia para explicar tan bien lo que pasa je

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