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domingo, 1 de mayo de 2016

Aprendizaje. Escuela. Valores.

Hoy mientras daba clase de lengua se ha dado cuenta de una cosa: los valores son como las tizas de colores. Y en ese momento, decidió parar la clase.

Estaba cansada de tanto luchar, de pelear día a día por una buena educación, sin recortes, sin comercio de libros que pesan ocho toneladas, sin parrafadas narradas de materias indefinidas. Los niños necesitaban de su libertad de realizar un aprendizaje de verdad y no tan solo basado en la memorización de las lecciones que les da el profesor.  ¿Dónde quedaban las clases de creatividad? ¿Dónde se escondían los instrumentos de música que el Gobierno había decidido guardar ya que no tomaban como primordial la enseñanza musical? Los valores educaciones se degradaban, los valores humanos se corroían por la ceguera del poder. ¿Podría alguien abrir los ojos para ver que los niños les necesitaban? Muchas veces eran ellos los que daban las lecciones a los adultos, pues ellos aun no estaban contagiados de esa enfermedad económica y material que envolvía a la mayoría de los ciudadanos. ¿Qué pasaba con esos niños que querían aprender? ¿Acaso se les motivaba en la escuela para conseguir sus metas? Descubrir, explorar, aprendizaje individualizado y emocional. ¿Dónde quedaba todo eso?

Aun sostenía la tiza en la mano, apoyada en la pizarra, con la frase a medias. Los niños la observaban callados “¿qué está haciendo?” “¿porqué no sigue escribiendo?” se preguntaban. Y su mente daba vueltas, los siglos de educación transcurridos; los distintos sistemas; las políticas del pueblo; la cultura; las generaciones…  ¿Cómo saber cual era la manera correcta de educar? ¿Cómo saber cuales eran los valores que debían perdurar? Se preguntaba una y otra vez.

De repente se dio la vuelta, dejó la tiza en su mesa y sin decir media palabra se dirigió al armario de los materiales. De ahí salió con una caja llena de pequeñas cajas de tizas de colores. Le pidió a un niño que le ayudase a repartidlas. Una caja por pupitre, una caja por niños. Los alumnos no tenían ni idea qué estaba pasando, todos se habían quedado a medias copiando esa misma frase que su profe estaba hace unos momentos escribiendo en la pizarra.

- Bueno, ahora que todos y todas tenéis una caja de tizas de colores, vamos a bajar al patio, a la pista de fútbol y ahí quiero que escribáis en el suelo todas las palabras que creáis que son importantes para vosotros. Usar los colores que queráis, las formas de letras que prefiráis, colorear de la forma que elijáis. Cuando acabéis guardar vuestras tizas en la caja, da igual que los trocitos sean muy pequeños. Quiero que aun así las guardéis porque luego, hablaremos de algo en clase. Ahora, en silencio, hacer una fila frente a la puerta. – dijo la profe con una gran sonrisa en la cara.

Los niños hicieron caso sin rechistar. Habían parado su aburrida clase de lengua para salir al patio a pintar con tizas de colores.

Una vez abajo, la profesora les dijo que se dispersasen, que buscasen su hueco y comenzasen a escribir, dibujar y crear. También les recordó que debían pensar en palabras que fueran importantes para ellos. Lo dijo a sabiendas que los graciosillos de la clase escribirían palabras… graciosillas. Ella, se sentó en un lado, con su cámara en la mano. Y les observó. Quiso darles tiempo para que se encontrasen a ellos mismo, se inspirasen, supiesen que quería escribir. No quería que sintiesen la presión del profesor mirando tras sus espaldas. Les dio la libertad de actuar, de ser, de aprender y realizarse. Y lo que vio fue asombroso, pudo observar a sus alumnos en su máximo esplendor haciendo uso de los valores sin darse cuenta. Pues ahí estaban usando las tizas de colores, cada uno usaba una distinta, su color favorito o el color que el objeto dibujado necesitase. Estaban concentrados, dando todo su potencial en aquello que se les había pedido hacer. Reían, lo pasaban bien. Pero lo que más la emocionó fue ver como entre ellos comenzaron a interactuar; a alagar sus dibujos y palabras escritas; a compartir colores de tiza que al otro ya se le había acabado; a respetarse sus trabajos, los huecos en que trazaban sus líneas; a cooperar entre ellos; a responsabilizarse de sus obras de arte. Vio como se pedían ayuda unos a otros. Y eso le encantó. Pudo observar casi con lagrimas en los ojos, la belleza de la libertad del aprendizaje infantil.

Al cabo de un rato, se levanto y fue dando vueltas por esa colorida pista de futbol, fue haciendo fotos con su cámara a la vez que los niños le explicaban que era lo que habían dibujado y escrito. Muchos de los dibujos y de las palabras coincidían como ‘familia’, ‘hermanos’, ’amigos’, etc. Pero también encontró palabras como ‘paz’, ‘libertad’, ‘amor’, ‘amistad’... Cuando termino de hacer las fotos, volvieron a subir a la clase.

- ¿Podemos ir a lavarnos las manos? – le preguntó una de las niñas al entrar en el aula.

- No,  aun no. Primero sentaros que quiero que hablemos de una cosa. Luego os las podréis lavar. – le contesto ella.

Y eso hicieron, veinticuatro niños con las manos de colores sentados con una caja de tizas usadas frente a ellos.

- ¿Alguien sabe que son los valores? – comenzó preguntando la profesora.

Solo un par de niños se atrevieron a levantar la mano. Ella señaló a uno de ellos dándole la palabra.

- Yo creo que los valores son los comportamientos buenos que tenemos. Como… el respeto, por ejemplo.

- Muy bien, eso se acerca mucho a lo que son los valores. ¿Y tú qué opinas? – dijo mirando al otro niño que seguía con la mano levantada, esperando pacientemente.

- Creo que son como una especie de principios por los que nos movemos, o algo así me explicó mi padre.

- Y tu padre tiene razón. Los valores son los principios que nos permiten orientar nuestro comportamiento. Son nuestras creencias fundamentales. En el patio habéis demostrado vuestra sabiduría sobre los valores de la vida aunque en ese momento no supieseis que lo estabais haciendo. Quiero que todos os miréis esas bonitas manos de colores. ¿Creéis que todos las tenéis iguales coloreadas? – los niños negaron con la cabeza – No, claro que no, porque todos somos diferentes y cada uno entendemos unos valores mejores que otros; nos guiamos por unos valores mas que por otros, de la misma manera que hoy usabais unos colores más que otros. Puede que uno de vosotros hayáis usado el amarillo más que el azul, al igual que sabéis respetar mejor que cooperar. Pero también, os habéis ayudado entre vosotros, apoyándoos en vuestras habilidades y destrezas. Los valores son necesidades humanas que todos requerimos y la única manera de conseguir seguirlos es conviviendo en libertad.

En ese momento sonó el timbre del recreo. No sabia si sus alumnos se habrían enterado de algo de lo que había querido decir.  Pero aun así se sintió contenta.

- Ahora sí podéis ir a lavaros las manos. Es hora de ir al recreo. – les dijo.

- Podemos bajarnos la caja de los valores de colores al recreo para seguir dibujando. – le preguntó una de sus alumnas.

- Por supuesto. – contestó ella con una gran sonrisa que le rozaba el corazón.

Ese día decidió no bajar a la sala de profesores. Se quedó en su clase, mirando por la ventana y viendo como todos esos niños que se acercaban al campo de fútbol ese día no chutarían el balón, sino que admirarían esas obras de arte de colores mientras sin saberlo, desarrollaban el potencial de sus valores.
Dedicado a Alicia, 
que estoy segura que sabe la importancia de los valores.

3 comentarios:

  1. Creo que este cuento,había que enviárselo a todos los ministros y diputados, para ver si les entraba en sus cabezotas, lo que son los valores fundamentales.

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  2. Lo raro es que no haya aparecido el equipo directivo, el consejo escolar, el Ampa, los de mantenimiento y e conserje a echarle la bronca por hacer cosas a su aire y manchar el patio.

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