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domingo, 12 de junio de 2016

Distancia. Amor. Esperanza.

Erase una vez…

Sí, como veis esta historia comienza como debe ser, de la manera tradicional. Como uno de esos empieces de los cuentos de antaño, protagonizados; la mayoría; por príncipes azules, princesas encantadas y dragones furiosos. Aunque hay que decir… que esta historia en particular no está protagonizada por ninguno de ellos, sino más bien por dos personas de carne y hueso. Pero una cosa sí que encontrareis en común con los pasados cuentos y es que según vayáis leyendo os iréis sumergiendo el la magia de las palabras. En fin, creo que es un comienzo propicio para una leyenda que merece la pena ser recordada. Y como iba diciendo…

Erase una vez, en un país muy, muy lejano, dos jóvenes que se enamoraron. Se cruzaron en el mismo lugar, en el mismo momento exacto. El destino hizo que sus miradas se cruzaran sin previo aviso, que sus ojos relampagueasen ante la electricidad que provocaron sus ojos al encontrarse. Esa carga eléctrica hizo que sus cuerpos se paralizasen provocándoles un escalofrío que les recorría todo el cuerpo y sin darse cuenta, estaban sonriendo. El mundo a su alrededor se quedó petrificado, nadie se atrevía a romper la magia del momento, ni el amor que esos dos cuerpos emanaban. El tiempo se ralentizó, al reloj le entro sueño haciendo que sus tics y sus tacs sonasen más alejados el uno del otro. Y mientras tanto, esas dos personas se desnudaban el alma.

De repente, ese momento se rompió, se astilló en millones de pedazos frágiles como el cristal que se perdieron y esparcieron por el suelo del mercado en el que se habían cruzado. Y ahora ¿Quién sería capaz de encontrarlos?

Una mano fría, firme y autoritaria agarró fuertemente el brazo de la muchacha haciendo que se le cayeran al suelo las pequeñas flores rojas que tenía en la manos.

- Vamos niña, que haces aquí parada y con esa cara de embobada. Tira para casa que ya no me quedan peniques ni para comprar calabaza – le dijo su abuelo sacándola de su ensimismamiento.

Al desviar la mirada hacia su él perdió por completo al muchacho misterioso de vista y cuando quiso recuperar esa conexión visual, no la pudo volver a encontrar por mucho que buscase desesperada alrededor de todos los puestos de verduras mientras su abuelo la arrastraba calle arriba de vuelta a su casa.

¿Habría sido una ensoñación? ¿Una mera ilusión? ¿El suspiro de un anhelo?

Lo que ella no sabía era que el chico en ningún momento la había perdido de vista, se acerco al lugar en el que se le había caído la flor; cerró los ojos y la olió. Con mucha precaución les siguió hasta llegar al hogar de ellos. Una vez allí vio como desaparecían al cruzar la puerta de madera. Justo cuando se iba a marchar oyó el abrir de un cerrojo, levanto la cabeza y vio como esos cabellos dorados bailaban al son del viento. Él se escondió, no quería que viese que la había seguido. Ella se quedó un rato mirando por la ventana, con la esperanza de volver a verle y al no encontrarle, pensó apenada, por segunda vez, que se había tratado de una visión de su imaginación pero algo en su corazón le hacia tener la esperanza de que había sido real.

Cuando ella cerró la ventana, él se guardó la flor en el bolsillo tras olerla una vez más y se marchó a hurtadillas de vuelta al mercado; pensando que por la tarde volvería y si hacía falta, llamaría a la puerta. Nada le detendría para acercarse a hablarla, no podía simplemente ignorar el brillo de su mirada, la tensión de la que su cuerpo se cargaba al verla, ni la palpitación de los fuertes latidos de su corazón. No le importaba que su barco se hiciera otra vez a la mar en dos días, si no le decía algo, siempre se arrepentiría.

Esa tarde un gran tragedia sucedió en el poblado. Un incendio se hizo protagonista de la historia emanando furiosas llamas que asomaban por las ventanas, rugiendo contra los muebles, fuego que hizo estallar el tejado de varias casas y todas las memorias de las familias que ahí habitaban. Habitantes atrapados entre el calor del color rojo y anaranjado. Humo negro llamado muerte les rodeaba. Algunos consiguieron salir a tiempo pero otros fueron convertidos en cenizas del recuerdo. Era lo malo de vivir en casas de madera, que el fuego se propagaba tan rápido como el viento difunde el polen en primavera.  Y en pocos segundos una vida entera quedaba apagada como la llama de una vela.

Y que gracia tendría esta historia si no fuese porque una de las casas derruidas por las llamas  no fuese la casa de la muchacha…

En el momento en el que él se enteró un trozo de su corazón se partió. Es verdad, no la conocía pero ¿por qué no había hablado con ella cuando había tenido oportunidad? ¿Por qué no le dijo algo cuando ella asomó sus cabellos dorados por la ventana, como si de Rapunzel se tratara? ¿Acaso nos dan miedo los finales de cuento? ¿Por qué no arriesgarse por eso por lo que nuestro corazón palpita?

Desesperado, intentó enterarse si ella había sido una de las personas que habían sobrevivido a las garras del fuego. Pero había demasiado alboroto, demasiado descontrol como para prestar atención a un simple forastero. Además ¿Qué nombre iba a decirles? No lo sabía su nombre, no sabia en verdad nada de la chica y sin embargo necesitaba descubrir que había sido de ella.

Finalmente consiguió enterarse que las dos muchachas que vivían en las casas habían sido trasladadas al hospital pero ya era demasiado tarde; su barco zarpaba en media hora.

Los brazos de la distancia separarían sus almas.
Antes de irse, se acercó a la casa apagada de vida. Y entre las cenizas dejó un pequeño cuenco que encontró lleno de agua y en él metió la flor de la pasión que les conectaba.

Por otro lado, como bien el chico consiguió costosamente averiguar; la muchacha descansaba en una cochambrosa habitación de hospital. Por suerte, ella no había sufrido más que una pequeña quemadura en el pie izquierdo. Ahora, se había quedado sola pues su abuelo había fallecido entre las cuatro paredes que formaban su vida y en verdad, puede que así es como tenía que ser, pues él siempre decía “Si he de morir, que sea entre estas cuatro paredes pues ellas me vieron nacer y crecer; formar mi familia y vivir. Estas cuatro paredes han sido siempre los oídos de mis confesiones y los silencios de mis secretos; se merecen también ser las poseedoras de mi espíritu cuando mi cuerpo y mis huesos estén cansados y aburridos.”

Sola y desamparada se había quedado ella, pues su abuelo era el único familiar que le quedaba. Su madre había muerto el día que ella nació y su padre… su padre, joven y borracho les abandonó en cuanto tuvo ocasión.

Y ahora ¿qué iba a hacer ella? No tenia nadie a quien cuidar, ni siquiera tenía un hogar que habitar. Lo único que tenía era la ilusión de volver a ver esos ojos que le habían atrapado una vez  su mirada en un mercado.

Tras unos días dándole vueltas se decidió. Estuvo investigando acerca de los forasteros que días anteriores por el poblado habían rondado. Se trataban de marineros mercantiles. Se entristeció ante la noticia pues supo que nunca le volvería a ver a no ser que al año siguiente volviesen para traer más mercancías. Y en ese momento, supo que tenía que hacer. No podía quedarse más tiempo encerrada el pueblo, a los ojos de un marinero desconocido, a su abuelo, a lo que fue su casa… Hizo la maleta con lo poco que tenía y se fue. Se fue de todo eso a lo que pertenecía, se fue a viajar, a recorrer el mundo, a crecer. Su fue pero sabiendo que volvería. Pues cada año más o menos en las mismas fechas pasaba unos días en su ciudad con la esperanza de… ya sabéis, volver a encontrarse con él.

A su vez, desde que él se había marchado, no había dejado de pensar en ni un solo momento en ella. Y pese a los años pasados, aun recordaba ese momento en el que se había escondido de sus ojos bajo la ventana.

Ambos siguieron recorriendo caminos, explorando mundos, descubriendo nuevas costas. ¿Alguna vez se volvieron a cruzar? Quien sabe, puede que los imanes de sus pieles se llamasen, se atrajesen hasta el punto de dormir el uno del otro a solo la distancia de un muro que separaba sus habitaciones del hostal. Pues la distancia es siempre difícil de medir, no se trata sólo de kilómetros, sino que se puede medir en emociones, en deseos, en coincidencias, en circunstancias. A veces estamos tan cerca pero tan lejos de las personas…

Y el tiempo siguió comiéndose las horas de su vida hasta que se hicieron mayores y los recuerdos se habían convertido en espesa bruma que entumecía sus recuerdos Ambos habían tenido una vida feliz, pero en sus corazones siempre habría una grieta no remendada, una astilla clavada.

En una de sus últimas misiones en la que los tripulantes volvían a desembarcar una vez más en este, el pueblo protagonista de nuestra historia; el ya no muchacho, se paseó una vez más por ese viejo mercado, recorriendo el mismo camino que siempre, caminaba con los ojos vueltos al pasado como tantas otras veces. Tras recorrérselo entero fue a sentarse en un banco. Un banco en el que encontró unas flores rojas, unas flores como esas que vio en las manos de una chica de cabellos de oro una vez. Los ojos se le llenaron de lagrimas mientras el olor del pasado le llegaba hasta el corazón, tantos años transcurridos…


Era una tarde fría, la niebla poco a poco se había ido apoderando de las calles. Ya no tenía nada más que hacer. Esta sería la ultima vez que volviese a la ciudad. Todo parecía llegar al final, hasta que el roce de una mano en su hombro le hizo despertar… 
Para Pablo,
nunca hagas de la distancia un obstáculo.

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