- Cuéntame historias de tus
viajes. - Dijo ella dejando por un momento la delicada copa de vino sobre la
mesa y cogiendo entre sus manos un viejo álbum de fotos.
- Este será un buen comienzo, es
mi álbum de los momentos más especiales. Son fotos sin orden ni correlación,
fotos de un recuerdo concreto. ¿Por cuál quieres que empiece?
La chica emocionada y algo
intrigada decidió que abriría una página al azar. Dejo pasar el filo de las
hojas rozando sus dedos y en un momento dado se detuvo, abrió la página y
descubrió tres fotos; un murciélago boca abajo, un ornitorrinco y una mesa
cerca de un pantano.
- Por esta. - dijo a la vez que
señalaba la foto del ornitorrinco.
- Como podrás imaginar esa foto
es de cuando estuve viajando por Australia. Ver un ornitorrinco siempre fue uno
de mis sueños. Para mi desilusión no conseguía ver ninguno; eso sí, me harté de
ver canguros y más de una tarántula. Cuando me quedaban cinco días para irme de
Australia, una tarde salí a pasear por los alrededores de la casa que tenía
alquilada. Caminaba tranquilamente por la orilla del río cuando de repente un
sonido nada común llamó mi atención. Miré a mí alrededor guiado por ese extraño
ruido, cuando de repente, vi como algo saltaba al agua. Me quedé muy quieto, observando.
Tras unos segundos un enorme pico volvió a aparecer en la superficie. ¡Un
ornitorrinco! Y estaba ahí, tenía su madriguera prácticamente al lado de donde
yo me estaba hospedando. ¡No me lo podía creer! Me quedé todo el día ahí
sentado, hasta que el sol se escondió. Observé esa fantástica y única especie
de la naturaleza y tomé esta foto, porque era definitivamente uno de los
momentos a recordar.
- ¡Qué pasada! Me alegro que lo consiguieses
ver. –Dijo ella mientras volvía a pasar las páginas. Esta vez encontró sólo dos
fotos; una taza de té rota y un rinoceronte. - Qué difícil es elegir, mmmm… de
esta página quiero conocer la historia del rinoceronte… - dijo dubitativa.
- El rinoceronte negro de África.
Creo que ese es uno de los momentos en el que he sentido más miedo por mi vida.
Íbamos en un jip recorriendo la sabana desértica de Namibia, el viento
ardiente nos golpeaba y el brillo de la arena nos cegaba. Corrimos al lado de
los gran kudús y gacelas; contemplamos una gran familia de elefantes; pasamos
cerca de leones que se desplomaban bajo el sol; oímos los furiosos rugidos de
los guepardos; y vimos un pequeño rinoceronte tumbado que gritaba de dolor. Nos
paramos cerca del cachorro y ya que no encontramos ningún otro rinoceronte
alrededor decidimos bajarnos y ver qué era lo que le sucedía. Vimos que estaba
herido, tenía un cable enrollado que se le clavaba en una de sus patas, por lo
que entre los cinco conseguimos quitarle el cable. Ya habíamos acabado cuando
de repente notamos cómo el suelo bajo nuestros pies vibraba y oímos cómo un
rápido trote se acercaba. Nos incorporamos y vimos como una furiosa madre
rinoceronte se dirigía a toda carrera hacia nosotros. Rápidamente nos subimos
al jip y justo en el momento que íbamos a arrancar el coche, el rinoceronte nos
envistió bruscamente por un lado. Conseguimos tras varios intentos arrancar y
salimos de ahí lo más rápido posible, eso sí, no nos quitamos a la rinoceronte
corriendo tras nosotros durante más de un par de horas. Por eso la foto se ve
algo borrosa.
- ¡Qué miedo! Es alucinante la de
cosas que te pueden pasar cuando menos te lo esperas… aunque estando ahí en
medio de la sabana africana, bien os arriesgabais a toparos con algún animal,
ya fuese el rinoceronte o un par de leones hambrientos. – Y se recostó un poco
en el sofá mientras elegía otra página al azar. Volvió a encontrarse con tres
fotos: un viejo coche oxidado, unas gafas de buceo y una flor de boca de
dragón. Sin decir ninguna palabra dejó que su dedo bailara por encima de las
tres fotografías hasta que lo dejo caer en la foto de la flor.
¡Antirrhinum majus! – Dijo él
entusiasmado – Es mi flor favorita. Podría decirse que esta es una de las
historias que con más cariño recuerdo. Yo estaba de viaje en Marruecos, en
Rabat. Era una calurosa mañana y me senté en un parque y estando allí sentado
descubrí a una anciana mujer con un gran ramo de flores de boca de dragón.
Paseaba de un lado a otro y de vez en cuando paraba a algunas personas y les
regalaba una flor. Tras un rato observando
me di cuenta que regalaba flores a las personas que al pasar le sonreían. Y en
ese momento que lo descubrí algo sentí en mi interior, ¡una flor por una
sonrisa! Desde ese día, iba a la misma hora a la plaza a observar a la mujer
que regalaba antirrhinum majus. Me dio pena descubrir que no eran muchas las
personas que conseguían la flor, pues la mayoría mostraban caras serias y
ausentes, también me preguntaba si yo mismo tendría esa cara amargada, pues
nunca se había acercado a ofrecerme una flor. Uno de los días que fui no
encontré a la anciana por ningún lado, aun así me acerqué al banco de siempre
pues pensaba esperar un rato a ver si es que ese día se había retrasado, y
cuando me fui a sentar, descubrí una flor de boca de dragón apoyada en el
banco. Supe que era para mí y que era una despedida. Con una gran sonrisa la
cogí e imaginé que para la anciana era momento de encaminarse a otra ciudad a
investigar cuantas sonrisas la gente la podría regalar.
Cuando se giró para ver qué
opinaba ella de esta historia la encontró dulcemente dormida. La contempló y
luego fue a por su cámara y le hizo una foto a esa copa de vino olvidada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario