Allí estaban otra vez, en casa de la abuela. Nada que
hacer, salir a correr por el inmenso jardín y poco más. Aburrimiento… La
abuela, siempre estaba atareada casi igual o más que sus padres. Que si su
jardín por ahí, la comida por allá y sus intocables horas de coser más allá.
Lo que no sabían, es que ese fin de semana en concreto
sería especial. Un día para recordar; un día que cambiaría para siempre la
visión de su abuela.
- ¡No puedo creer que a los niños de hoy en día os tengan
que dar todo para poder divertiros! – comenzó diciendo la abuela – miraros con
esas caras largas de aburridos. Cuando yo era niña tenia menos que vosotros, y
me pasaba horas enteras explorando el jardín, que os aseguro que era mucho más pequeño que este, y montándome mis propias historias…
Claro, que eso fue antes de que me fuese a vivir una temporada al circo…
- ¿Al circo? ¿Tú viviste en el circo abuela? – le dijo su
nieto más pequeño.
- ¡Ay! Sí hijo sí, y por bastantes años. ¿De que os creéis
sino que vuestra abuela tiene este cuerpazo - dijo a la vez que movía su
cadera de un lado a otro a la vez que se señalaba a sí misma con la mano.
- ¿Cómo es que no nos lo has dicho antes? ¡Cuéntanos todo! – dijo entusiasmado el mayor de los dos.
- Bueno, venir conmigo que os enseñaré algo. – les contestó pensativa
y con la mirada puesta en el pasado.
Los tres se dirigieron hacia el piso de arriba. Y nada
mas subir la abuela les dijo que esperasen un momento ahí quietos. A los
segundos, volvió con un palo con un gancho al final.
- ¿Para qué es eso? – preguntó el pequeño.
- Esta es la llave que abre mi escondite- respondió ella
sonriente a la vez que elevaba el palo enganchándolo a una argolla del techo
que abría una puerta por la que descendían unas escaleras.
Los dos niños se quedaron con la boca abierta. Nunca se
habían fijado en que en el techo, había una
puerta secreta que daba al ático. Ni siquiera sabían que la casa tenía
un ático.
- Bueno ¿a qué esperáis? Seguidme – les dijo la abuela
estando ya a mitad de escalera.
Oscuridad. Eso era lo único que podían ver hasta que la
abuela abrió las cortinas de una ventana inclinada y ¡tachaaan! A la vista
estaba el mayor desorden polvoriento que jamás se hubiesen visto.
- ¡Wow! – dijeron los dos niños al unísono
- Esto es… - comenzó diciendo el mayor.
- Un desastre – acabó diciendo el pequeño.
-¡Pero bueno! Ahora me vais a decir vosotros que vuestra
habitación es la mas ordenada del mundo ¿no? Esto es… toda una vida guardada en
recuerdos y un poco de polvo. – dijo la abuela defendiéndose a si misma a la vez
que daba unos golpecitos y le pasaba la
mano a una de las cientos de cajas para desempolvarla – todo esto esta aquí arriba,
guardado, olvidado y yo cada vez soy mas vieja como para andar subiendo a
limpiarlo. Además desordenado no está pues yo se dónde se encuentra cada cosa por lo que dentro del desorden está mi orden. Ahora seguirme, os enseñaré mi rincón del circo – dijo enfáticamente y elevando ambos brazos.
Llegaron a una esquina del ático y allí tras mover unas
cajas apareció un viejo baúl de madera con los cierres oxidados. La abuela lo
acarició tiernamente y lo abrió con suma delicadeza. Al abrirlo toda clase de instrumentos
circenses aparecieron; aros, anillas, un diábolo, pelotas de distintos tamaños
y colores, cuerdas, bastones, trucos de magia, pinturas de cara, trajes de payaso, coloridos y brillantes etc.
Los niños investigaban fascinados el enorme baúl a la vez que hacían
preguntas sin parar. Querían saber todo acerca del uso de esos juegos. Al
fondo del baúl había una caja que el pequeño de los nietos sacó
preguntándose qué habría dentro.
- ¡Ah! Las fotos… Mi pequeña caja de fotografías. – dijo
arrebatándosela de la mano a su nieto.
- Abuela, aun no nos has contado porqué vivías en el circo
y qué era lo que tu hacías. – señaló el mayor.
- Eso os lo contaré después de la cena, es una larga historia. Vamos volvamos a bajo – dijo levantándose y haciéndoles señas a los
niños para que le siguieran.
Después de cenar se sentaron los tres al lado de la
chimenea con una taza de chocolate caliente entre las manos.
- Bueno abuela, cuéntanos todo sobre el circo.
- Supongo que el mejor comienzo será el principio… - dijo
tras aclararse la voz – veréis, cuando yo era niña, mis padres murieron en un
accidente de tráfico; yo no me acuerdo muy bien de ellos, era demasiado pequeña; más que
vosotros. El caso es que pasé a vivir en un orfanato durante un tiempo, pero tuve
la suerte de durar poco, pues una adorable pareja de circenses me
adoptó y me llevó a su mundo; me abrieron los brazos y también los ojos, haciéndome
ver que la realidad iba más allá de lo que estamos acostumbrados a ver. Todos fueron muy acogedores conmigo y enseguida me hice a mi nueva vida. A las
semanas de yo llegar al circo, la gran Osa Rosa dio alud a un pequeño osezno,
la osa murió en el embarazo por lo que entre todos los del circo nos encargamos
del osezno. Yo crecí junto a él, Rumbo se llamaba, compartíamos juegos, comidas y secretos.
Cuando fui creciendo y aprendiendo las artes del circo, decidí que me
encargaría de mi pequeño gran oso, que para mi era como mi hermano, mi otra mitad, los dos huérfanos y adoptados, felices y complementarios. Decidí
que juntos haríamos un gran espectáculo. Me enseñaron cómo debía amaestrarlo
para enseñarle a bailar y hacer los trucos del circo; fue cosa fácil, pues él
me hacia caso desde el principio, más que a los profesionales que me querían
enseñar, he de confesar. – La abuela
hizo un inciso para darle un trago a su té.
Los niños esperaban ansiosos de que continuase, nunca
hubieran imaginado que su abuela hubiese pertenecido a un circo y menos de que su mejor amigo hubiese sido un oso.
- El caso es que Rumbo y yo acabamos haciendo la mejor
actuación de todas. El publico nos vitoreaba, nos aplaudía, gritaba y nos
tiraban rosas al escenario. Una vez el circo salió como noticia en un periódico
local – decía a la vez que abría su caja de recuerdos y sacaba una página de
periódico en el que salía una foto de la gran carpa de circo – Sí os fijáis,
aquí señalan “la gente se volvió loca ante el asombroso espectáculo de la joven
con el genuino oso Rumbo; una pareja muy particular.” Y así los años fueron
pasando, de espectáculo en espectáculo, de ciudad en ciudad. Yo crecí feliz
junto con mi familia, mi madre, mi padre y mi oso; un oso que se iba haciendo cada
vez mas mayor, hasta que llegó un momento en el que tuvimos que modificar las
actuaciones, hacerlas más cortas y sencillas para que Rumbo no se cansase demasiado.
Por otro lado, en esa época conocí a un chico especial, un chico que nos seguía
a cada ciudad solo para vernos, aunque bueno, luego descubrí que era para verme
a mi, pues se trataba de vuestro abuelo. Nos fuimos conociendo poco a poco y un día, cuando
yo tenía alrededor de 28 años, decidí
que era el momento de darle un cambio a mi vida. Decidí dejar el circo. Intenté
convencer a mis padres para que se vinieran conmigo, pero pese a mi
persistencia se negaron, ellos habían nacido en el circo y morirían en él. Yo
prometí que les iría a ver cada vez que pudiese. El día de la despedida fue el
peor día de mi vida, notaba que Rumbo estaba algo enfadado conmigo, por irme, por
abandonarle, pero sabía que me perdonaría, además al irme yo, el dejaría de
hacer su actuación, podría tener unos tranquilos años de oso jubilado. Me
despedí de todos con lágrimas en los ojos, y pese que tengo el recuerdo de ese
día un poco borroso, aun puedo sentir el abrazo de despedida que nos dimos Rumbo
y yo. Y es que pese a ser un oso, ese fue el abrazo más auténtico y genuino que
me han dado en la vida; él sí que sabia abrazar de verdad, desde que éramos niños lo habíamos hecho,
pero ese; era el último abrazo… - dijo mientras se rodeaba a sí misma con los
brazos - A veces, cuando estoy triste, cierro
los ojos, y pienso en ese momento y siempre hace que me sienta mejor.
- Vaya abuela… qué historia más emocionante. ¿Volviste a ver a tu familia
y a Rumbo? – preguntó el mayor de ellos, pues el pequeño se había quedado
dormido en el sofá.
- Sí, muchas veces, cada vez que podíamos tu abuelo y yo íbamos
a verles actuar y nos solíamos quedar un par de días con ellos. Rumbo murió un
año y medio después de que yo me fuese… fue un gran oso. Bueno vamos a dormir
ya, que mira tu hermano, no ha podido resistir al sueño.
- ¿Puedo ver las fotos de tu caja antes de dormirme?
- Sí, súbete la caja y ahora las ves en la cama.
- Una vez acostados y después de que la abuela les diese un
beso de buenas noches. La caja se abrió, y de ella aparecieron una veintena de
fotos en blanco y negro, fotos del circo, de actuaciones, de dos padres con una
niña, de payasos, trapecistas y leones; fotos de personas andando por la cuerda
floja, bailarines y un gran elefante; pero por ningún lado encontró una foto de
Rumbo.
A la mañana siguiente mientras desayunaban el hermano
mayor le enseñó a su abuela la foto de la familia.
- ¿Eran estos tus padres abuela? -le preguntó.
- Sí, esa foto siempre me ha encantado, salimos bien
¿verdad? – le contestó ella.
- Sí, me caen bien tus padres. Pero, ¿cómo es que en la caja
no hay ninguna foto de Rumbo?
- Mmm… - titubeo ella sin saber muy bien que decir – no lo
se la verdad, a él las cámaras no le gustaban , y cuando veía una salía corriendo…
- dijo sin saber si había parecido una respuesta convincente.
- ¿Podemos subir a tu ático a jugar con tus juguetes del
circo? – dijo el pequeño cambiando de tema, cosa que la abuela agradeció.
- ¡Claro que podéis! Usad lo que queráis, podéis bajaros al
jardín lo que vayáis a usar, que ahí tendréis más espacio. – les dijo con una
sonrisa en la cara.
Rápidamente terminaron de desayunar y se subieron al
ático donde estuvieron toda la mañana sin darse cuenta del paso de las horas. El
pequeño no se separó del baúl del circo,
pero el mayor decidió darse una vuelta por el ático. Todas las cajas estaba muy
juntas formando grandes torres acartonadas. Al pasar por uno de los estrechos
pasillos, sin querer empujó una caja con el hombro haciendo que cayera al
suelo, por suerte era una caja muy ligera que pudo recoger y cuando la fue a
colocar en el lugar en el que estaba vio que detrás de esa pila de cajas había escondido
un gigantesco oso de peluche. Quitó el resto de las cajas con cuidado, quería
acercarse. Era muy muy grande, marrón oscuro, y en el cuello llevaba un collar
con una etiqueta; le dio la vuelta y le quitó el polvo con cuidado descubriendo
así el nombre, un nombre: Rumbo. Cuando la abuela les llamó para comer, volvió
a dejar al verdadero Rumbo escondido tras las cajas.
Esa tarde sus padres fueron a buscarlos y le contaron lo
bien que se lo habían pasado con la caja del circo. Una vez en casa el mayor de
los hermanos decidió preguntarle a su madre.
- Oye mamá, ¿te ha contado alguna vez la abuela la historia
de Rumbo?
- Sí claro, ese oso que creció junto a ella y juntos hacían
una de las mejores funciones del circo. Es una pena que no conserve ninguna foto del él. Según me contó, las perdió en un pequeño incendio que hubo. ¿Por qué? ¿Os la ha contado a vosotros también
veo?
- Sí, no por nada… - le dijo con una pícara sonrisa a la vez
que salía dando saltos del salón.
Nunca le llegó a decir nada a su abuela, ni a nadie, sobre el peluche encontrado
en el ático, pero ahora se debatía entre el sueño y la realidad ¿Fue Rumbo un oso
de verdad o era un gran oso de peluche abrazable? ¿Haría la abuela un espectáculo
con ese gran y genuino oso de peluche, o hacia el espectáculo con un oso de
verdad? Tal vez él era el único que sabia la realidad, y decidió guardarse el
secreto para si mismo.
Dedicado a Lore, una chica genuina.