Y ahí estaba ella, sentada en una bonita y acogedora terraza de París con el
sol brillando sobre la Torre Eiffel que se mostraba exuberante ante ella.
En la
mesa, un cremoso y humeante café reposaba en una delicada taza de la mejor
porcelana. Era un ambiente muy de película con el que casi todo el mundo suele
soñar y sin embargo ella no se sentía
muy feliz y se preguntaba “¿Por qué en lugar de disfrutar mi café en esta
mañana soleada, no hago otra cosa que pensar en él? Tonta de mí que creyó que
soñar era un forma más de amar, que creyó que dos personas pueden conectar tan
solo con mirarse, que creyó en los finales felices y en las perdices…”
Con la
mirada baja y un par de lágrimas rozando sus mejillas, la tristeza le apretaba
el corazón. Se sentía una ilusa por creer que aquello podría haber sido algo
más que una pasional noche, se sentía engañada por sus embaucadoras palabras
que la embelesaban y le prometieron que lo de anoche era tan solo el comienzo.
Tras 20
minutos de espera, aun con la esperanza de verle acercarse, sin llegar a
terminarse el café se levantó dejando sola la mesa y a la radiante Torre Eiffel
que la observaba de cerca.
Lo que
no sabía era que unos minutos después de que ella se alejara el chico a toda
prisa llegó y la buscó por todos lados, pero era tarde; ya no la encontró y
acabó desplomándose en esa misma silla en la que ella había estado sentada
momentos antes. “Tonto de mí, sabía que tenía que haber cogido un taxi, ahora
nunca la encontraré” se dijo a sí mismo.
Y ahí estaba él, sentado en esa misma bonita y acogedora terraza de París,
sentado en ese mismo lugar en la que la taza de café de ella seguía reposando
sobre la mesa, pues al camarero aun no le había dado tiempo a retirarlo. Cuando
se quiso dar cuenta, sostenía la taza sobre sus manos, rozando la marca del
pintalabios con su dedo pulgar y en ese instante supo que se trataba de sus
labios porque al tocarlo su dedo empezó a arder y su mente recordó esa noche de
pasión con toda precisión.
Recordó
lo largo que se les hicieron el subir las escaleras hasta el segundo piso, pues
se entretenían en cada escalón robándose pícaros besos que les llevaban a
atrevidos mordiscos. Recordó su largo pelo castaño; su profunda y ardiente
mirada; su piel que se erizaba cada vez que él la rozaba con los labios.
Recordaba ese agresivo arrancar de la ropa acompañado de esos electrificantes
arañazos… y a la mañana siguiente, había desaparecido dejando una nota sobre la
mesilla que decía:
Mañana 10 am
Café Sacre Coeur
Mary.
Un
nombre, una hora y un lugar. No tenía más. Cerró los ojos y deseó con todas sus
fuerzas poder volver a verla. Cerró los ojos hasta que una voz le dijo
“Perdone, ¿quiere usted que le traiga algo para tomar?” y le hizo volver a la
realidad, una realidad en la que iba a contestar “No gracias” y con las mismas
se iba a marchar hasta que una dulce voz
acompañada de una alegre y sonrojada cara asomó por detrás del camarero
diciendo “Pónganos dos cafés, yo invito” y con las mismas se sentó a su lado a
la vez que se agachaba para recoger del suelo su fular olvidado y por el que
había tenido que regresar y al hacerlo, se encontró a ese hombre sin nombre,
ese hombre de la noche anterior rozando la marca de sus labios en la taza de
café.
Y ahí estaban los dos, sentados en una bonita y acogedora terraza de París con el
sol brillando sobre ellos; sentados y mirándose como dos enamorados a la vez
que sus manos se rozaban bajo la mesa. Y por unos instantes el mundo se detuvo
mientras que la magia y la pasión
relucían esa tarde de abril, en un café de Paris.
Cris, este es tu cuento. :)
Guauuu yo también quiero un amor 😍 así.......lo cuentas tan fabulosamente bien, que parece real
ResponderEliminarMi queridisima y bonita amiga! Me encanta😍 gracias por mi precioso cuento y por invitarme al mejor café que he podido tomar
ResponderEliminarMe alegro que te guste :) y gracias a ti por darme las tres palabras
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